Aunque los nacionalismos vasco y catalán han influido considerablemente a lo largo del siglo XX en España, y ahora mismo constituyen el problema y el reto político más importantes para el futuro del país, sorprende el desconocimiento que existe de ellos —es decir, de sus planteamientos y trayectoria histórica— entre los ciudadanos corrientes y entre buena parte de los mismos que se dicen nacionalistas. Por lo común el tópico, a menudo falso, sustituye a un mediano conocimiento del asunto.
Curiosamente, esta lamentable ignorancia no proviene de la falta de investigaciones y estudios, muchos de ellos excelentes. Baste citar los clásicos y prácticamente exhaustivos de J. Corcuera sobre la formación del ideario peneuvista, los en su momento muy valiosos de S. Payne, o el reciente de E. Ucelay sobre el “imperialismo catalán”, un aspecto poco examinado del ideario de Prat de la Riba. Abundan los estudios parciales sobre una u otra época de ambos nacionalismos, o sobre sus raíces, sus relaciones con los partidos obreristas, o sus vertientes terroristas, en particular sobre ETA, etc.
Muchos de ellos traen el lastre de los métodos marxistas, dominantes en muchos ámbitos universitarios españoles durante largos años, que tantas investigaciones han esterilizado. En los últimos años han visto la luz ensayos tan notables como los de J. Juaristi, o, en sentido contrario, El péndulo patriótico, de S. de Pablo, L. Mees y J. A. Rodríguez, cuya agudeza de análisis queda embotada a menudo por su carga propagandística a favor del PNV. Notable aportación de datos y argumentos encontramos en el recién aparecido Adiós España, de J. Lainz. Como tendencia general se aprecia una desmitificación bastante concienzuda del nacionalismo vasco, y nada parecido, ni de lejos, en relación con el catalán.
Pero la mayoría de estas obras apenas ha tenido difusión fuera del círculo de los especialistas o aficionados al tema: las de Juaristi y algunas de actualidad centradas en la ETA vienen a constituir la excepción. Parece dominar en la opinión pública la impresión de que, en el fondo, el problema no es acuciante, y que hay en él mucho de manía o de moda finalmente pasajera, sin mayor riesgo para la convivencia social o la democracia en España.
Por otra parte, tampoco existe un estudio comparado de ambos nacionalismos, ni en relación con el otro término fundamental de referencia: España. Pues el nacionalismo vasco, como el catalán y otros, nacen tomando una postura esencial en doble sentido: hacia las respectivas regiones y hacia el conjunto de España, como un enfoque del pasado y una promesa para el porvenir. Este ensayo tiene precisamente esa perspectiva, la de la relación entre dichos nacionalismos y España, incluyendo los diversos nacionalismos españoles surgidos en el siglo XX. Tratándose de un enfoque poco habitual, va de suyo que intenta más bien desbrozar un camino que construir un edificio acabado en sus detalles. El lector debe tener esto en cuenta.
El planteamiento de este ensayo puede resumirse así: a finales del siglo XIX surgieron en algunas regiones españolas unos conceptos diferentes de la historia y la realidad del país, conceptos gobernados por la aspiración a separarse de España o de reducir ésta a una confederación sin verdaderos lazos nacionales. Pues bien, se trata aquí de observar los efectos históricos derivados de tales doctrinas, incluyendo las reacciones por ellas provocadas.
No debe esperar el lector, por tanto, la aclaración teórica de la naturaleza del nacionalismo, ni tampoco de la verdadera historia de España o de sus regiones, a todo lo cual dedico sólo el espacio imprescindible. Aunque se trate de cuestiones en extremo interesantes, para el objeto de este estudio resultan marginales. Sean cuales fueran esa naturaleza y esa verdad histórica, el hecho indudable es que los nacionalismos han pesado con fuerza en Cataluña y Vasconia y, por ello, en el devenir histórico de toda España en el siglo XX. Desde ese punto de vista las examino aquí. Por la misma razón me extenderé poco en torno a los detalles del desarrollo orgánico o las luchas internas de los partidos nacionalistas, así como sus precedentes y raíces. Importa aquí, en cambio, exponer una idea clara de los idearios nacionalistas tales como fueron desarrollados por los fundadores de los partidos, pues ello facilita la comprensión de sus consecuencias y de la acción política a que dieron lugar.
Al encarar estos problemas, evito identificar los nacionalismos y sus concepciones con la realidad popular e histórica vasca o catalana, identificación ideológica muy común y hasta inconsciente, que lleva a menudo a considerar “vascos” o “catalanes” por antonomasia a los nacionalistas. Esa identificación constituye el deseo, el programa y el lenguaje propios de esos partidos, representantes privilegiados —en su propia opinión— de los vascos o catalanes; aspiración que tal vez hagan realidad en el futuro, pero no lograda hasta ahora, ni mucho menos. Nadie con un mínimo sentido de la realidad puede confundir el pueblo o la historia de esas regiones con los respectivos partidos nacionalistas y sus historias particulares. Por la misma razón llamo regiones a Cataluña y Vascongadas, con una significación puramente técnica y objetiva, como partes que han sido y siguen siendo de España. Los nacionalistas prefieren llamarlas naciones, implicando territorios distintos y ajenos a España, lo cual es, nuevamente, una aspiración suya, acaso realizable algún día, pero no hasta la fecha, cuando los catalanes y los vascos, en su mayoría, siguen sintiéndose españoles.
La confusión terminológica dicha está presente, pese a su evidente arbitrariedad, en buena parte de la historiografía contemporánea, y sólo puede producir una distorsión fundamental en el relato histórico. Para entender esas distorsiones vale la pena compararlas con otras análogas, procedentes del marxismo, según las cuales existen unos partidos o movimientos “de clase”, representativos del “proletariado” o del “gran capital”, de la “pequeña burguesía”, etc.
Se trata de una verdadera superstición que ha hecho estragos en la historiografía, tanto española como de casi cualquier otro país, en nuestro caso a partir, sobre todo, de las interpretaciones de Tuñón de Lara. La “clase obrera” nunca ha tenido un partido propio, pues entre los obreros, como en cualquier otra capa social, han proliferado diversas corrientes y apoyos políticos, sin excluir las más conservadoras o las fascistas; y los varios partidos autoproclamados “obreros” han luchado entre sí, frecuentemente con afán de exterminio. Tiene su lógica que los socialistas, los anarquistas o los comunistas se vean a sí mismos como representantes exclusivos del “proletariado”, al igual que los nacionalistas de sus propios pueblos, pero no hay la menor razón para acompañarles en tal creencia. En muchos países, por unas u otras vías, algunos de esos partidos han logrado el poder absoluto —su propia concepción implica un poder absoluto y no democrático—, dando lugar a sistemas de privación de derechos y libertades nunca antes conocidos.
Entre sus víctimas se contaban, desde luego, los propios trabajadores manuales en cuyo nombre actuaba el poder, inermes ante la explotación y la autoridad aplastante de las castas burocráticas. Esta experiencia, bien constatable históricamente, indica la distancia entre las pretensiones y los hechos.
Otra aclaración sobre algunos términos: emplearé las palabras Vascongadas o Vasconia para nombrar al conjunto de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. Llamarlas “Vasconia” resulta inexacto en un sentido, por cuanto la primitiva Vasconia se encontraba más bien en la mitad norte de Navarra; pero, llamativamente, y como constató el propio Sabino Arana, es difícil encontrar un término plenamente satisfactorio, en castellano o en vascuence, y el difundido “País Vasco”, tiene un matiz algo folklórico. No ocurre lo mismo con “Cataluña”, cuya etimología, se ha sostenido razonablemente, recuerda a la de Castilla: “Tierra de castillos”.
También utilizo “Usa” y “useño” de preferencia a Norteamérica, Estados Unidos, norteamericano, etc., expresiones claramente inadecuadas, por muy divulgadas que se encuentren. No tengo, desde luego, la pretensión de que los términos aquí empleados cuajen popularmente, pero aun así el lector puede apreciar su brevedad, por una parte, y su evitación del carácter en cierto modo mesiánico de los nombres hoy corrientes, no muy aceptables para españoles e hispanoamericanos.
Este artículo es un anticipo de la obra Los nacionalismos catalán y vasco en la historia de España, de próxima aparición en Ediciones Encuentro, S.A.