Esa lista debe incluir para cada impuesto:
1) El costo de oportunidad tanto de los ciudadanos como del país, es decir, una evaluación de sus costos y beneficios.
2) Sus efectos desincentivadores.
3) Sus distorsiones en la estructura de precios.
4) Su efecto en la eficiencia del país.
5) Su efecto en la productividad del país, es decir, en la creación de riqueza.
6) El costo de pagarlo.
7) El costo de recaudarlo.
8) Determinar si fomenta o no la corrupción.
Algunos ejemplos tomados de experiencias recientes demuestran que los países que progresan son aquellos que bajan los impuestos. Francia tiene un impuesto sobre la renta que llega al 58%, y el presupuesto gubernamental equivale a más del 50% del PIB. El resultado es que el crecimiento real de Francia es negativo y su tasa de desempleo está en el 10%. En Alemania hablan de reducir impuestos y las cargas sociales porque su producción industrial bajó un 1,5% y su tasa de desempleo está por encima del 10%.
Por el contrario, en Estados Unidos hubo una bajada sustancial de impuestos, el desempleo es apenas del 5,6% y el crecimiento supera el 4% anual. China redujo la relación del presupuesto al PIB desde el 82% hasta el 30%. Rusia redujo el impuesto sobre la renta a una tasa fija para todos del 13%. Cinco de los nuevos miembros del Mercado Común Europeo –Estonia, Letonia, Lituania, Malta y Eslovaquia– tienen una tasa baja y única para el impuesto sobre la renta. Estos son algunos ejemplos de países pequeños que nos pueden enseñar mucho. Y no olvidemos que los países hoy ricos se hicieron ricos con presupuestos gubernamentales inferiores al 7% del PIB. En cambio, no conozco ningún país que haya logrado despegar con altos impuestos y altos gastos gubernamentales.
Cuando en Guatemala acordaron el Pacto Fiscal se sacaron de la manga que el presupuesto debería ser el 12% del PIB. Según algunos cálculos ya lo hemos superado, a pesar de que no se incluyen algunos ingresos ni aportes que son cubiertos por impuestos en otros países. Nuestras estadísticas oficiales no son confiables, de manera que la discusión sobre el Pacto Fiscal será un ejercicio populista sobre una base ideológica en contra de los ricos. Aumentar los impuestos en Guatemala satisface solamente a las burocracias internacionales, a algunos diletantes intelectuales y a los nihilistas de izquierda.
Lo que hace falta en nuestro país y en toda América Latina es un clima impositivo que facilite a la gente hacerse rica, para que quiera invertir aquí en vez de invertir en el extranjero y para que nuestros compatriotas no tengan que emigrar en busca de mejores oportunidades. Recordemos que en un mercado sin privilegios mercantilistas sólo se puede hacer fortuna sirviendo a los demás, de manera que habría que aplaudir un clima para las inversiones donde muchos puedan hacerse ricos.
También debemos tener presente que el crecimiento no lo logran los gobiernos, aunque sí pueden contribuir apoyando una justicia independiente e imparcial y con la ejecución de buenas obras de infraestructura. Más bien son las empresas particulares las que logran el crecimiento económico, cuando los impuestos y las regulaciones no se lo impiden y cuando el gobierno no dilapida la riqueza en los gastos llamados "sociales", que raramente llegan a manos de los pobres.
Ya debiéramos darnos cuenta de que casi todo lo que lleva el apellido "social" en realidad empobrece a nuestra gente, y de que el bienestar de la sociedad no se logra con decretos ni aumentando los impuestos, sino más bien siendo más competitivos, atrayendo inversiones, que ofrecen nuevos puestos de trabajo, y rechazando el populismo.
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Manuel F. Ayau Cordón, ingeniero y empresario guatemalteco, fundador de la Universidad Francisco Marroquín y ex presidente de la Sociedad Mont Pelerin.