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DESAFÍOS INTERNOS Y EXTERNOS

Los enemigos de España

De cierto diplomático español se dice que, mientras negociaba la paz de Münster, sin apenas medios económicos para mantener el tren de vida de un plenipotenciario de la Monarquía española y muy desvalido de sus superiores, consumía sus ocios escribiendo y haciendo la corte (“faisant l’amour”) a una elegante dama renana. También el presidente de la nación, que igualmente se debe a su dignidad y su cargo, entretiene sus largos descansos terapéuticos y familiares haciendo la corte, en este caso a los teóricos del matrimonio homosexual.

De cierto diplomático español se dice que, mientras negociaba la paz de Münster, sin apenas medios económicos para mantener el tren de vida de un plenipotenciario de la Monarquía española y muy desvalido de sus superiores, consumía sus ocios escribiendo y haciendo la corte (“faisant l’amour”) a una elegante dama renana. También el presidente de la nación, que igualmente se debe a su dignidad y su cargo, entretiene sus largos descansos terapéuticos y familiares haciendo la corte, en este caso a los teóricos del matrimonio homosexual.
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.
El diplomático, tal vez, destrozó un matrimonio, y Zapatero, que siente la pasión de la igualdad, quiere destrozarlos todos. Mas no son sus opiniones sobre el connubio lo que separa a aquel experto negociador de la monarquía de nuestro antojadizo presidente. Lo que definitivamente les distingue no son los sentimientos, sino la inteligencia. El diplomático de marras sabía muy bien que todas las naciones tienen enemigos, interiores y extranjeros; además, conocía con gran precisión cómo se las gastaban unos y otros.
 
Zapatero, el más sensible de los españoles, no es por desgracia el más inteligente. Cree por eso este hombre ligero que sus invocaciones a la paz de los corazones le bienquistarán con sus odiadores, los cuales automáticamente quedarán desarmados por sus zascandilazos. El hombre ligero levanta las manos y ofrece limpias las palmas; dice “paz”. Pero La Paz, en la lengua de madera de los terroristas, no es más que el nombre de una ciudad y una trampa para quienes tienen prisa por abandonar sus posiciones. Su ministro de Estado, Moratinos, que debía enseñárselo, todavía no lo ha aprendido.
 
Un hombre flojo para un tiempo fuerte
 
Aunque él no lo crea, al presidente no le odian sus enemigos porque le consideren un necio o un ladino, ni siquiera porque presupongan su maldad, mucho menos porque vean en él a un hombre bueno que, como los mansos de las bienaventuranzas, cuando se siente en el punto de mira claudica para afear la conducta a sus chantajistas. Resulta que en la delicada materia de la hostilidad política, la pregunta no es ¿tú por qué me odias?, sino ¿quién eres tú, que me odias?
 
Si el presidente aprovechara para la filosofía, que por lo demás no es buena ocupación para un gobernante, a lo mejor podría instruirnos en las causas últimas del odio a España. De nada serviría su discurso, pero entretanto alcanza una conclusión no enredaría demasiado... En realidad, quienes en su día parachutaron al Congreso a este constitucionalista frustrado debían haberle hecho catedrático e instalarlo en una Facultad jurídica; se habría conjurado entonces nuestra mala fortuna de hoy: un hombre flojo para un tiempo fuerte.
 
Zapatero, con Mohamed VI, rey de Marruecos.En España no es de buen tono mentar al enemigo. Se explican así los vuelos del totalitarismo nacionalista (enemigo interior) y las dificultades para contener los atropellos al Derecho Internacional de la dictadura del rey de Marruecos. Para una clase política advenediza, tal vez muy viajada pero con poca experiencia política, la enemistad pública es una categoría pasada de moda que, tal vez, asimilan al imaginario del anticomunismo franquista, en el que pululaba el comunismo soviético como encarnación de la Antiespaña. Aparte de votar , no o abstención, con el pie o con la mano, durante varias legislaturas, soportando la selección inversa de la partitocracia, ¿cuál es la experiencia de las cosas políticas de este presidente y otros como él?
 
“El enemigo es la encarnación de nuestra propia cuestión”. “Cuidado, pues –escribe Carl Schmitt en Ex captivitate salus–. No hables ligeramente del enemigo. Uno se clasifica por sus enemigos. Te pones en cierta categoría por lo que reconoces como enemistad”. Sólo hay política donde hay enemigo; por muchas razones. Una de ellas es elemental: la política hay que hacerla con él. Resulta por eso muy desazonante comprobar que los enemigos de España, con razón o sin ella –mas, ¿qué importa eso en la hora de la verdad?–, alientan conscientemente, contra ella, su hostilidad.
 
España, que en parte pagó con la neutralización política la transición de la dictadura a la democracia, por fortuna, no ha criado a las nuevas generaciones en el odio a otras naciones, sino en una actitud polarmente contraria. Mas media un abismo entre la interiorización del rencor a España, como sucede en muchos colegios vascongados o en Marruecos, y una pedagogía histórica según la cual, como rezaba en el título de aquellas películas de Manuel Summers, To er mundo e güeno.
 
De modo que, muy posiblemente, una de las debilidades nacionales más preocupantes, explotada hábilmente por la secta que ganó las elecciones para Zapatero, es la convicción de que una España democrática que ha purgado el franquismo y ha enviado sus hijos a estudiar al extranjero no tiene enemigos. Ni enemigos exteriores, pues nos ingresaron en Europa y se abandonó el Sáhara a su (mala) suerte; ni enemigos interiores, pues el pacto constitucional suturó las heridas que la España castiza y eterna, supuestamente, infligió a los pueblos que la integran.
 
España vuelve a ser objeto, no sujeto, de la historia
 
La prensa extranjera nos ha devuelto a la realidad. A la realidad de otros tiempos que parecían olvidados: una España cuyo Gobierno parece querer condenarla a ser objeto de la historia, no su sujeto. El 10 de enero de 2005 será recordado –si las cosas no cambian– como el día en el que un periódico norteamericano, The Wall Street Journal, confirmó con extraño laconismo la gravedad de la hora política española: “The existential challenge to the Spanish state”, es decir, el desafío existencial a la “soberanía nacional”, pues de ella, según el artículo 1.2 de la Constitución de 1978, “emanan los poderes del Estado".
 
Para mí que ese editorial memorable lo ha escrito bien un lector de Carl Schmitt, el más grande teórico de la situación de necesidad, bien algún analista hispanizante que conoce de primera mano lo que sucede por estos pagos (si no es mismamente español). Se trata de un artículo lúcido y, al mismo tiempo, triste, pues nuevamente ejemplifica en España una ruda lección que al menos, dada la irreparable necedad de nuestro Gobierno, podrá aprovechar a otros e impedir que se frivolice con el mal político del nacionalismo. Al final, “la política es una partida contra el tiempo”.
 
El tiempo, en política, es implacable. Por eso, para ganarlo, aconsejaba Maquiavelo al Príncipe “causar gran expectación”. Quienes cocinan las encuestas para el poder llaman a eso, menos literariamente, el efecto: ha habido un efímero efecto Zapatero como hubo antes un efecto Aznar. Este último aprendió, sin duda demasiado tarde, que “no es lícito demorar ninguna jugada [pues] en política hay obligación de llegar, y de llegar a la hora justa”. El presidente en ejercicio, a quien tal vez atenaza el miedo, ha llegado siempre a deshora desde que le ganaron las elecciones. En el caso de la rebeldía del presidente regional vasco, ni siquiera ha llegado, ha pedido que no le esperen.
 
Da pena escribirlo, pero el presidente pierde un tiempo del que no puede disponer arbitrariamente, según le dicten sus ritmos vitales de Bello Durmiente. Se demuestra que su impavidez, aquel efecto zp de la primavera, era sólo la mueca sorprendida de un tipo que se encontró casualmente con el destino. Así, fue por necesidad que la noche del 14 de marzo de 2004, ante una nación criminalmente ofendida, el ganador, más corrido que ufano, apenas si supo balbucear “vámonos a dormir”, frasecita que se ha convertido en el lema de su política de Estado. La flema del presidente, en suma, prima a quienes nos han designado como sus enemigos. A ellos ha entregado el tiempo, es decir, la iniciativa. Con ella y el auxilio del tiempo, que en España ha naturalizado no pocos atropellos cometidos contra el espíritu y la letra de la Constitución de 1978, esperan ejecutar el plan que se han trazado.
 
La Constitución (la del 78 y la prescriptiva), en el punto de mira
 
The Wall Street Journal ha ayudado, como un revulsivo, a poner en limpio lo que varios centenares de miles de españoles intuyen desde hace meses: que la brutal agresión del 11 de marzo de 2004 (un verdadero casus belli), la asonada callejera del 12 al 13 de marzo (una contravención impune de las previsiones de la Ley Electoral General), las maniobras gubernativas de la secta que controla al gobierno –no todos, por cierto, miembros del Partido Socialista Obrero Español– (neutralización del poder judicial) y la subversión constitucional (planes de Ibarreche y López; proyecto de Estatuto catalán) tienen como fin último la alteración de nuestra Constitución.
 
Pero no solamente la ratificada por el poder constituyente (la nación soberana) el 6 de diciembre de 1978, reformable según cierto procedimiento –pues es una más en la serie de las constituciones históricas de España–, sino también la constitución que el liberal Edmundo Burke llamó prescriptiva y que se refiere al modo de ser y entender la vida, lo cual, proyectado en la historia, da su gracia particular, pues las configura, a las distintas naciones –derecho, espacio y plan son los tres elementos constitutivos (constitucionales) o existenciales de toda comunidad política–. Veía Burke en esa constitución un pacto no entre los individuos coetáneos, sino entre los nacionales del pasado, del presente y del futuro. Era la suya una forma de expresar conceptos consecuente con el espíritu de su época.
 
En realidad, aunque otra cosa pueda parecer, Burke no aludía a una visión esencialista del orden político asimilable al tradicionalismo, sino simple y llanamente al principio de intangibilidad de toda constitución, consecuencia de la decisión del poder constituyente. La decisión constituyente, por definición, quiere perdurar en el tiempo, y ello comporta ciertas obligaciones mínimas. Mínimas e imperiosas.
 
Decía Ortega y Gasset que la máxima constitucional romana era, en último análisis, este precepto elemental no escrito: que el ciudadano se comporte de modo que Roma exista. He aquí una regla no escrita contra la que no caben recursos de inconstitucionalidad. Por lo demás, es cierto que toda constitución, incluso la prescriptiva, puede cambiar, pero ello lleva siempre aparejado un acto de violencia negadora de lo anterior. Llámese a esta violencia dejación de funciones del gobierno legítimo, referendo de autodeterminación, guerrilla urbana, debellatio o, simplemente, decadencia o cansancio de existir.
 
En vano intenta el establishment, como ha denunciado hace unos meses un notable jurista político, repeler los ataques a la constitución prescriptiva de España con la retórica del “patriotismo constitucional”, o con etéreos recursos evacuados ante el Tribunal Constitucional, el legislador negativo y, en cierta medida, neutro e impotente, incapaz de decisiones afirmativas. En efecto, no puede ignorarse que la nación (comunidad de la que irradia una idea política) es más importante que todos los textos constitucionales. Pues si no hay materia política, si no hay nación, ¿a qué dará forma el instrumento constitucional? Un día, el tiempo político se agota, su ritmo se acelera y ya no caben el recurso a los informes de los consejeros áulicos ni el mutismo presidencial.
 
El error Zapatero
 
Juan José Ibarretxe y José Luis Rodríguez Zapatero.Un personaje político muy secundario, presidente de un gobierno regional, portavoz del totalitarismo nacionalista, compañero de ruta del terrorismo, jefecillo de un partido político insignificante en el colegio electoral nacional y secuaz del aranismo, la última ideología racista de Europa, acaba de hacer pública su hostilidad a “la patria común e indivisible de todos los españoles” y ha sido recibido por el presidente de la nación. Los recursos jurídicos convencionales, la audiencia pública al rebelde, la tramitación parlamentaria de su plan de independencia y, en general, todo aquello que no sea la actuación prudente y gradual, pero firme e inexorable, de las previsiones constitucionales de emergencia es un error. El error Zapatero.
 
“Lo político es la distinción entre el amigo y el enemigo”. Esta expresión, redescubierta en 1929 por el gran jurista político alemán Carl Schmitt, era un conocido proverbio en la España del Seiscientos. Saavedra Fajardo, que “todo lo bien mojado y cubierto de barro que se puede estar en Westfalia” llegó a Münster en 1643, se encomendó a la Providencia para mejor defender los intereses de España frente a sus enemigos. Mas no por ello dejó de conducirse como el hombre experimentado que fue al elaborar la relación de amigos y enemigos y la detallada minuta de sus pretensiones.
 
Por ahí, por la relación fundamental de quién es amigo o enemigo de España y qué pretenden unos y otros, podría, tal vez, comenzar Zapatero a servir a su país.
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