A juicio de Smith, y a diferencia de lo que suelen decirnos desde los medios, las aulas y los púlpitos, son muchos los empresarios que no sienten entusiasmo alguno por los mercados libres. Pensemos, por ejemplo, en los dueños de aquellas empresas a las que los poderes públicos conceden un trato preferente, ya sea mediante subsidios, ya sea mediante exenciones fiscales.
Reparemos un momento en los subsidios agrarios. Con la excusa de la seguridad nacional o de la preservación del medioambiente, en EEUU y Europa se conceden enormes cantidades de dinero a grandes compañías del sector. Los perjudicados son los agricultores de los países en desarrollo, cuyo margen de maniobra en el mercado exterior se ve gravemente restringido.
Buena parte de los dirigentes empresariales de EEUU y Europa se oponen en los hechos al libre comercio. No quieren oír hablar de desregulaciones y eliminación de aranceles porque no quieren competir con aquellos productores de las economías emergentes que ofrecen productos mejores o más baratos que los suyos. Por lo que hace a América Latina, determinados grupos empresariales disfrutan de un status privilegiado por su proximidad a quienes detentan el poder y su capacidad de sobornar al funcionariado.
The Economist se hizo eco el año pasado del auge de la boliburguesía en Venezuela, esto es, de esa clase empresarial de nuevo cuño cuyo principal activo es su conexión con el Gobierno de Chávez. Los sobornos, en la patria del socialismo del siglo XXI, están a la orden del día. No es de extrañar, por tanto, que en 2007 el Banco Mundial considerara a Venezuela el segundo país más corrompido de las Américas.
Aunque, como ha confirmado Transparencia Internacional, la corrupción es menor en los países desarrollados, también aquí hay quien trata de recurrir a medios ajenos al mercado para alcanzar sus metas. Pensemos, por ejemplo, en aquellos empresarios que se confabulan con los poderes públicos para conseguir, mediante expropiaciones, terrenos que les resultan de interés. Esa clase de empresarios prefieren no saber que la protección de la propiedad privada es fundamental para la prosperidad y el desarrollo. Pensemos también, claro, en todos aquellos que, valiéndose de medidas keynesianas, tratan de impedir que quiebren quienes han hecho malos negocios en el mercado hipotecario.
Significativamente, en las escuelas de negocios se presta mucha atención a la contabilidad, las finanzas y las relaciones laborales... y muy poca a la libre competencia y a la empresarialidad. El caso es que no basta con que los empresarios quieran serlo: han de apoyar asimismo la libre empresa. Si no, se convertirán en conseguidores, y el éxito de sus compañías no se medirá por los servicios que presten a los consumidores, sino por los favores que le otorgue el poder político.
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