El capitalismo se remonta a la Edad de Piedra. Hace unos siete millones de años, nuestros ancestros, primates que vivían en las selvas de África, bajaron de los árboles, se adentraron en las planicies y comenzaron a andar erguidos. Ello les liberó las manos y les permitió fabricar herramientas, utensilios y armas para la caza. Estos rústicos instrumentos de piedra fueron el primer capital de nuestros antepasados, su primera riqueza: les permitió mejorar su nivel de vida, incorporar la carne a su dieta; y posibilitó que se les agrandara el cerebro.
Para el hombre primitivo, el mercado no era un sistema, sino parte inseparable de la naturaleza humana y la libertad individual. El ser humano no puede sobrevivir, como hacen otros animales, siguiendo sus impulsos instintivos y valiéndose de su fuerza, su velocidad, sus colmillos, sus garras. Debe observar, pensar y actuar. El instinto de supervivencia lo estimula a mejorar continuamente su situación. Y de ahí surge el mercado. Si el hombre no cuida de su persona, de su familia, de su tribu, si no produce y participa en intercambios productivos, podría perecer.
Las diferencias en el terreno de las aptitudes naturales permiten a los hombres la especialización. Unos son más hábiles como cazadores, otros como agricultores; los hay que crían animales y los hay que fabrican herramientas. Etcétera. Buscando mejorar su situación, los individuos intercambian pacíficamente sus productos, sobre la base, primero, del trueque y, luego, del dinero.
Desde tiempo inmemorial, el hombre sólo conoce dos formas de obtener los productos que necesita: mediante la producción y el comercio pacífico, lo que hoy conocemos como capitalismo, o mediante el uso de la fuerza y el robo de lo ajeno, comportamiento que define a los delincuentes y a los criminales. La colaboración pacífica en el mercado, donde se intercambian voluntariamente productos y servicios, a menudo resultó más conveniente que la guerra y el saqueo. Los vikingos, en sus expediciones marítimas, comerciaban con los pueblos bien defendidos y robaban a los indefensos.
La disyuntiva es similar en nuestros días. La gente puede obtener sus necesidades en el mercado ( es decir, valiéndose del intercambio pacífico de bienes y servicios), o bien recurriendo al robo... o a la política; en este último caso, se sirve de la fuerza del Gobierno para apropiarse de lo ajeno, como ocurre en el socialismo. La diferencia entre los socialistas y los vikingos no reside en que aquéllos sean menos bárbaros, sino en que, en el socialismo, el robo está legalizado y recibe el nombre de "redistribución de la riqueza".
El capitalismo es un sistema que surge naturalmente en cualquier sociedad, por más atrasada que esté, debido al impulso innato de las personas hacia la división del trabajo, la especialización y el intercambio pacífico. También, porque el sistema de propiedad privada no necesita de gobiernos ni leyes, más allá del mandamiento de "no robar", característico de todas las culturas. El socialismo, en cambio, sólo funciona mediante la coerción.
La gran virtud del capitalismo como sistema natural de producción e intercambio es que obliga a los individuos a favorecer al prójimo, tanto al conocido como al extraño. Y es que, para satisfacer sus propias necesidades, debe satisfacer, de la mejor manera posible, las del otro.
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