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CURIOSIDADES DE LA CIENCIA

Los animalistas ganan, la humanidad da un paso atrás

La Universidad de Cambridge acaba de recibir un duro golpe en sus ambiciosos planes futuros de investigación. Uno de sus proyectos más sonados, el nuevo Primate Research Center, que iba encaminado a convertirse en referencia mundial en neurociencia, ha sido cancelado.

La Universidad de Cambridge acaba de recibir un duro golpe en sus ambiciosos planes futuros de investigación. Uno de sus proyectos más sonados, el nuevo Primate Research Center, que iba encaminado a convertirse en referencia mundial en neurociencia, ha sido cancelado.
Con ello, se han ido a la papelera docenas de investigaciones sobre el Alzheimer, el Parkinson, la esquizofrenia y otros muchos males que afectan al sistema nervioso central de millones de seres humanos. Dado que el Reino Unido es, probablemente, la mayor potencia internacional en estudios del cerebro, cabían fundadas esperanzas de que este nuevo laboratorio fuera fuente de posibles curaciones para muchos de esos síndromes.
 
Sin embargo, con el comienzo de 2004, la Universidad no ha tenido más remedio que tirar la toalla. Y, ¿a qué debemos tamaña quiebra para el avance de la ciencia? ¿A un error de gestión? ¿A una crisis económica irreparable? ¿A un cambio de estrategia en la política científica británica? No, a quien hay que agradecerle esta catástrofe no es a otra cosa que al ecologismo radical, a la actuación extorsionadora y rayana en la ilegalidad de fanáticos activistas "defensores" de los animales contrarios al uso de monos y otros mamíferos como cobayas.
 
La sucesión de ataques, amenazas y destrozos provocados por estos amantes de la naturaleza salvaje obligó a las autoridades universitarias a ampliar de 24 a 32 millones de libras el presupuesto de construcción del centro. La mayor parte del montante añadido correspondió a medidas de seguridad para proteger a los científicos y sus instalaciones. Entre las sutiles técnicas de marketing, entre los recursos retóricos elegantísimos utilizados por los animalistas, estuvieron, según ha recogido la prensa, el lanzamiento de bocinas y sirenas encendidas a los tejados de las casas de los investigadores, la colocación de cruces ardientes en los jardines (¿de qué me suena esto?), las amenazas de bomba a los colegios de los hijos de empleados del centro, la corrosión de coches mediante el vertido de ácidos, la colocación de carteles en las casas de los científicos en los que se les acusaba de violadores y pederastas... En fin, una lista de lindezas que quita el hipo. Todo ello, en defensa de los derechos del macaco y de la rata.
 
Los responsables de Cambridge se niegan a reconocer que la cancelación del proyecto se deba sólo a la extorsión ecologista y aducen que "entre otros factores", la inflación ha jugado un papel importante en la insostenibilidad del centro. Lo malo es que el resto de factores se reducen a dos. El primero, el ya citado coste de las medidas de autoprotección contra ataques vandálicos. El segundo, el aumento de las partidas destinadas a satisfacer las nuevas leyes que el Gobierno británico ha aprobado, precisamente, para proteger a los animales de laboratorio.
 
Ningún científico experto en el tema podrá negar que la investigación con primates es la única vía posible para encontrar algún tipo de cura de males como el Alzheimer o el Parkinson y, quizás, también para lograr una vacuna contra la malaria y el sida. Los primates son los únicos animales cuyo cerebro presenta lóbulos frontales similares a los humanos. No existe otro animal que permita obtener modelos remotamente cercanos al comportamiento de las conexiones neuronales humanas. Para conocer el origen de un mal y, sobre todo, para estudiar las bondades de algún fármaco a la hora de combatirlo, es necesario estudiar previamente sus efectos en un animal. El protocolo suele consistir en provocar alguno de los síntomas de la enfermedad en la bestia y analizar su comportamiento biológico.
 
En enfermedades comunes del sistema nervioso, estos estudios pueden realizarse con ratones, cuyo engranaje neurológico también sirve de modelo. Pero cuando se trata de síndromes más complejos, que afectan a un mayor número de sistemas, es necesario acudir a primates. Sólo cabría una fórmula alternativa válida al uso de monos: provocar los daños en humanos y utilizarlos como cobayas.
 
Sin embargo, el uso de primates es una práctica muy rara. Menos de un 0,15 por 100 de los experimentos utilizan estos seres. Cuando es imprescindible, se trata de ejemplares criados en laboratorio ex profeso para tal fin, de especies que no están entre las más cercanas al hombre (no se usan ni chimpancés, ni gorilas, nI orangutanes, aunque serían más útiles desde el punto de vista de la ciencia). Es una práctica común estudiar a estos individuos en grupo, permitiéndoles desarrollar todas las actividades sociales propias de su especie. Cuando resulta inevitable acudir a una práctica invasiva, se utilizan anestésicos para impedir el dolor. Incluso se entrena a muchos de estos monos para que colaboren con el investigador ya que, en muchos casos, el estudio requiere la voluntariedad del animal y el estrés o el miedo invalidan los resultados.
 
En el último siglo, la utilización de primates ha sido clave para el hallazgo de la vacuna contra la polio, que ha salvado millones de vidas, para la consecución de anestésicos modernos, para el desarrollo de la diálisis en enfermos del riñón, para el logro de la vacuna contra la rubeola y la hepatitis B, para la fabricación de sistemas de soporte vital e incubadoras para recién nacidos, para el estudio de anticuerpos monoclonales que curan la leucemia... y docenas de avances más.
 
Es fácil imaginar cuál es el mundo que nos proponen los amigos de la cruz ardiente y la amenaza de bomba. Lo malo es que lo hacen desde la más absoluta impunidad. De los más de 450 ataques producidos desde 1999 contra las instalaciones y el personal de Cambridge, sólo se han derivado 28 detenciones menores. Por eso, los científicos británicos han comenzado a presionar a su Gobierno para que la legislación les ampare. De hecho, el Ministerio del Interior del Reino Unido está preparando el borrador de una ley que convertirá en delito con pena de cárcel la "ofensa e intimidación a científicos". También se prevé la creación de zonas de seguridad de 50 metros alrededor de los laboratorios en las que la policía podrá actuar contra los extremistas y la aplicación a éstos de una normativa similar a la Ley de Violencia en El Fútbol, que permite a la policía prohibir la entrada a recintos deportivos a "sospechosos razonables de hooliganismo".
 
Es de esperar que los modernos defensores de la libertad de expresión (a su modo) pongan el grito en el cielo ante estas alternativas. Pero a mí siempre me dará más escalofríos la imagen de un científico obligado a entrar camuflado en su oficina amurallada, protegido por la policía y avergonzado, dispuesto a comenzar una jornada laboral en la que quizás pueda hallar una vacuna contra la malaria, pero de la que tendrá que regresar a casa con escolta.
 
Se me ocurren demasiados parangones históricos a esta situación. Pero casi prefiero ni pensar en ellos. Me quedo con la idea de convertir en delito la oposición al avance científico. Delito criminal cuando se produce en los términos cuasiterroristas antes descritos, y delito de lesa humanidad cuando se limita a impedir el desarrollo de nuevas fuentes de bienestar. Y me viene a la memoria la oleada de asaltos a campos de maíz en Aragón, perpetrados por supuestos defensores de medio ambiente rural bajo la etiqueta todopoderosa de Greenpeace. ¿Tendremos que pedir en España, también, una ley que proteja la integridad de nuestros científicos y agricultores?
 
De momento, en el Reino Unido, los que prefieren un mundo con incubadoras, vacunas contra la polio, aparatos de diálisis y trasplantes de hígado ya han empezado a defenderse.
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