Los mercados han acogido aliviados la estabilidad que proporciona Chávez. Todos podemos respirar tranquilos y olvidarnos del incordio de los opositores venezolanos, empeñados, pobres ignorantes, en salvar una parte de su libertad.
Lo que parece sarcasmo no lo es. La facilidad con que se han dado por buenos los resultados del referéndum indican que lo verdaderamente fastidioso en este asunto no era Chávez y su voluntad probada de establecer un régimen castrista o peronista –en cualquier caso pre totalitario- en Venezuela. Lo que fastidiaba era el empeño de la oposición por evitar que se consumara esa voluntad.
De los primeros en manifestar su postura fue el Gobierno español. Al apresurarse a felicitar a Chávez no dejó la menor duda de con quién está y ha estado desde que llegó al poder. No se trata de tomar partido por o contra Chávez. Se trataba de defender la libertad y la prosperidad de los venezolanos. Lo ocurrido con Chávez vuelve a demostrar que al Gobierno español no le gusta la libertad. Ni aquí, ni en Irak, ni en Latinoamérica. Chávez y su amigo Castro tienen ahora un buen amigo en la Moncloa.
A los observadores internacionales encabezados por Carter y Gaviria se les habría agradecido un esfuerzo por demostrar que no están del mismo bando que nuestro presidente. No ha sido así. Primero aceptaron la auditoría del recuento según lo propuesto por el Centro Nacional Electoral venezolano. En total, se recontaron las papeletas del 1% de las urnas electorales, es decir 192 urnas, aunque según la organización Sumate, sólo se auditaron 76 de esas 192 urnas. Los observadores internacionales sólo asistieron a 10 de esos recuentos.
Ante la aparición de indicios de fraude, los observadores internacionales rectificaron y pidieron una nueva auditoría. Pero en vez de convocar a los partidarios del Sí –es decir a la oposición- aceptaron el veto del CNE. La oposición, en consecuencia, no reconoce los resultados de esta segunda auditoría.
Una vez hecho esto, Carter se despidió de la prensa destacada en Caracas diciendo que su esposa le echaría un rapapolvo si no se apresuraba a acudir a casa, a celebrar su aniversario. Buena parte de la prensa le rió la gracia. Gaviria, con algo más de sentido del ridículo, tuvo luego que rectificar algunas de las afirmaciones del ex presidente norteamericano.
El inverosímil Premio Nobel de la Paz se acogió a la carrera de observador internacional para intentar salvar su reputación, lastimada tras salir de la Presidencia como salió. Ahora ha quedado pulverizada. Y de nuevo, no es por la posición que haya adoptado sobre Chávez, sino porque ni Carter ni Gaviria han sabido defender las reglas del juego y por tanto no han servido de garantía para la limpieza del proceso. La Unión Europea, a la vista de las condiciones que había impuesto Chávez a los observadores, prefirió abstenerse de ejercer esa función.
Para conseguir el referéndum revocatorio, la oposición tuvo que pasar un primer proceso electoral, impugnado por Chávez, y un segundo en el que más de millón y medio de venezolanos se vieron obligados a ratificar algo que ya habían votado con todas las de la ley. También suministraron una información de valor incalculable a Chávez, que supo desde ahí los nombres y los datos de quienes tenía en contra. Además, en aquel proceso los venezolanos podían hacer dos cosas –reafirmarse en su voluntad de que se celebrara el referéndum revocatorio o retirar su firma- pero no sumarse de nuevas a la petición si antes no lo habían hecho.
El gigantesco esfuerzo realizado por la oposición para sortear los obstáculos que le ha venido Chávez contrasta con la facilidad con la que el mismo Chávez ha podido negarse a cualquier tipo de control. Esa facilidad es inadmisible. En primer lugar, se ha permitido que Chávez humille a la oposición sin darle a esta el menor crédito, sin tener en cuenta el esfuerzo realizado, sin escuchar sus argumentos. Se dirá que la política es así de cruel, y es verdad. Pero pensando en la necesidad de construir una oposición consistente y articulada, se les ha hecho a los venezolanos, a todos, un flaco favor.
Por otro lado, si Chávez ha ganado de verdad el referéndum, ¿por qué no acepta el recuento manual de las papeletas emitidas? No tendría nada que perder. Su victoria sería limpia, nadie podría discutirla y la oposición no tendría más remedio que aceptar su derrota. Pero al dejar la sombra de la sospecha planear sobre el acto electoral del día 15 de agosto, Chávez ha querido demostrar otra cosa: no quién ha ganado, sino quién manda en Venezuela, y cómo. Chávez no quiere reconciliar ni unir a los venezolanos. Quiere dividirlos y afianzar su poder en esa ruptura.