El otro día, Guillermo Cabrera Infante contaba en El País, con su habitual talento irónico, algunos de sus encuentros con Mario Vargas Llosa. Es lógico que yo, que también tengo los míos, no coincida en mis recuerdos con los suyos. hablando de Julia, Guillermo escribe que era alta, rubia y guapa y que tenía violentos ataques de histeria que la conducían al hospital. Yo que trabajé tres largos años con Julia y Mario en las “emisiones en lengua extranjera” de la RTE (hoy RFI), jamás noté el menor síntoma de histeria, tal y como lo relata Cabrera Infante, y además no era rubia, sino morena, aunque no pueda afirmar que en algún momento de su vida Julia no se tiñera el pelo. En mi recuerdo era alta, guapa, morena y bailaba divinamente. Pero esta es otra historia.
Guillermo considera a Mario como buen amigo, padre ejemplar, estupendo escritor y... pésimo político. No lo declara tan tajantemente, desde luego, pero su fina ironía relatando sus encuentros con Felipe González, primero, José María Aznar, después, junto a Vargas Llosa, y sus alusiones a las desdichas de Mario en la política peruana, con su derrota en las presidenciales frente al desconocido Fujimori, enseguida convertido en el demasiado conocido dictador, me hacen pensar que Guillermo considera que Mario debería dedicarse exclusivamente a lo mejor suyo, o sea a su obra literaria y a su familia. Me ha parecido incluso notar una moraleja implícita en su artículo: que los grandes escritores, como Mario, y Guillermo Cabrera Infante, of course, no deberían meterse en política activa, ser candidatos a presidentes, ministros, incluso diputados, porque la literatura es algo muy serio e importante que bien se merece una dedicación absoluta. No sé si estoy de acuerdo. Me pregunto si los ingenieros de caminos, por ejemplo, metidos en política, no son tan o más desastrosos que los novelistas, y si a fin de cuentas lo realmente desastroso no es la política a secas, tal y como se practica en nuestros mundos, y me refiero a los menos malos: con algo de democracia y elecciones, y no a esas dictaduras y totalitarismos que pululan por todas partes. Y, sin embargo, la política es necesaria. Inspirándome en el titulo del libro de otro amigo mío, La primacía de la sociedad civil, de Víctor Pérez Díaz, diré que esta primacía ciudadana me resulta evidente, pero se expresa mucho más lentamente, con otro ritmo histórico.
Un gobierno que surge tras elecciones victoriosas, puede, en pocas semanas, tomar importantes decisiones, catastróficas o positivas, para su país. Y, volviendo al caso de Perú y de Mario, país que no conozco salvo por sus escritores, tengo la impresión de que dentro de lo que cabe, Vargas Llosa, presidente del Perú, hubiera sido infinitamente menos catastrófico para su país que ese Fujimori. Es muy posible que si hubiera ganado aquellas elecciones Mario no hubiera tenido tiempo para escribir La Fiesta del chivo, pongamos, pero ¿qué es lo más importante, reducir los desastres en su país o publicar una buena novela? Francamente, no sé. En mi caso personal, ni yo, desde luego, ni nadie tendrá la idea de que me presente a tan siquiera elecciones municipales, mi única ambición. Sólo puede ser publicar algún libro, pero en el caso de Mario y de otros escritores famosos, que han desempeñado o podrían desempeñar importantes responsabilidades políticas, el dilema es real y no seré yo quien lo zanje, que cada cual apechugue con su conciencia y sus ambiciones.
Cabrera Infante tampoco habla, no es el tema de su artículo de recuerdos, del papel de los intelectuales que sin buscar cargos electos o responsabilidades políticas concretas desempeñan a veces, otras se lo creen, una influencia política real a través de sus libros, artículos, conferencias, etc. En este sentido los hay que sin haber presentado jamás sus ideas y su persona al veredicto de los ciudadanos han desempeñado un papel mucho más importante que infinidad de ministros y diputados. El nombre de Jean-Paul Sartre me resulta evidente, como, en sentido contrario, el de Raymond Aron. Como tantas veces ocurre, los epígonos son mucho menos interesantes, y Pierre Bourdieu, un imbécil, comparado a Sartre.
También podría decirse en este sentido que Marx es el único marxista interesante. Edgar Morin, quien desde luego debe considerarse único, ha llegado en sus intentos por convertirse en el maître à penser de la izquierda a escribir sandeces como ésta: “Europa es incapaz de afirmarse políticamente, incapaz de abrirse, reorganizándose, incapaz de recordar que Turquía fue una gran potencia europea desde el siglo XVI, y que el Imperio otomano ha contribuido a su civilización”. ¿Por qué el siglo XVI? Turquía comenzó su conquista sangrienta de Europa mucho antes y si el hecho de haber conquistado territorios en el pasado te da hoy derecho a ser ciudadano de esos territorios, imaginemos un segundo los aquelarres a los que tales despropósitos nos conducirían: Argelia, francesa, no falta más. Marruecos mucho más europeo que Turquía, ya que inició antes sus guerras de conquista, si no me falla la memoria comenzó su conquista de España el siglo VII. Bueno, no exactamente el Marruecos actual, pero espero que se me entienda. Y ya que demagógicamente se pretende utilizar la Historia para justificar cobardías actuales, ¿qué pasa con el Imperio austrohúngaro? Y ¿qué pasa con el nuestro? ¿Por qué sería “civilizador” sólo el Imperio otomano? ¿Porqué conquistamos América Latina vamos a exigir (como Zapatero lo hace a diario con Aznar, según El País) ser los primeros en Europa?
Evidentemente estoy bromeando, pero es que las sandeces ahistóricas de Edgar Morin no se merecen otra cosa. Todo, en realidad, es mucho más sencillo y mucho más grave: para desempeñar al final de su vida el papel de primer gurú de la izquierda, Morin cree necesario ser proárabe sin matices, fingiendo no darse cuenta, que es en ese mundo en donde reside la peor reacción, la más violenta, fanática y terrorista. Yo lo siento mucho por Morin y sus cálculos electorales, pero los primeros y los que mejor lo dicen son precisamente los intelectuales árabes no musulmanes. Porque, Herr Profesor, ni todos los alemanes fueron nazis, ni todos los rusos comunistas, ni todos los árabes son turcos. Y para volver al principio, no estoy convencido de que un novelista argelino o egipcio no podría ser mejor presidente que los actuales.
CRÓNICAS COSMOPOLITAS
Literatura o política
Los hay que sin haber presentado jamás sus ideas y su persona al veredicto de los ciudadanos han desempeñado un papel mucho más importante que infinidad de ministros y diputados. El nombre de Jean-Paul Sartre me resulta evidente, como, en sentido contrario, el de Raymond Aron.
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