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DRAGONES Y MAZMORRAS

Libros para los Reyes Magos

Me sabe muy mal dejar el año sin haberles hecho mi resumen libresco y aunque ya es algo tarde para los que rinden culto a Santa Claus, cuyos orígenes son tan poco claros y farragosos como los de nuestros Reyes Magos, con perdón de los clásicos (la bibliografía al respecto es tan escasa como divergente) aún hay tiempo para quienes se mantienen ternes y defienden como leones a estos últimos, que siguen siendo tres, digan lo que digan los revisionistas, empeñados en introducir un cuarto, que al parecer se perdió en el camino. Pero al grano.

Echando una mirada a los libros que han pasado por mis manos (esto es un guiño a mi generación en homenaje a Luis de Sousa), veo que no son, en definitiva, tantos los que han “enmendado o fecundado mis asuntos”, que dijo Quevedo.
 
Empezaré con la literatura extranjera; el libro que más me ha cautivado este año es uno brevísimo de Joseph Roth (Brody, 1894-París, 1939) titulado El busto del emperador,  en traducción de Isabel García Adanez (El Acantilado). Es un librito sobrecogedor donde la nostalgia de ese "viejo orden de cosas" es más aguda que en ningún otro de los suyos, más extensos. Roth es uno de los grandes escritores de lengua alemana. Personalidad sumamente compleja, nunca superó —como tampoco los personajes de sus obras— el "nuevo orden" surgido de la primera guerra mundial y del que, como judío, fue una de las víctimas. Siguiendo con la lengua alemana, otro escritor, esta vez no sólo de culto, sino además “oculto”, como el calificó Canetti, cosa bastante cierta pues no sólo cultivaba voluntariamente una estética de la renuncia y del fracaso sino que terminó su vida en un manicomio. Me refiero a Robert Walser y a su libro Historias de amor (traducción de Juan de Sola Llovet, Siruela). Herman Hesse dijo en una ocasión que el mundo sería mejor si Walser tuviera 100.000 lectores pero como no los tiene, pues ya saben…
 
Para terminar con la literatura extranjera, además de lo anterior recuerden que con motivo del centenario de George Orwell, se han vuelto a publicar muchas de sus obras, entre otras, la novela Los días de Birmania, traducción de Manuel Piñón García (Ediciones del Viento). En ella noveliza su experiencia como policía en Birmania; Orwell en España, edición de Peter Davison, prólogo de Miquel Berga y traducción de Antonio Prometeo Moya (Tusquets); y sobre Orwell, el libro de Christopher Hitchens, La victoria de Orwell  (traducción de Eduardo Hojean, Emecé)
 
Caigo en la cuenta de que me queda todavía la poesía y he elegido dos, también extranjeros, esta vez anglosajones: Wallace Stevens, De la simple existencia (ed.bilingüe de Andrés Sánchez Robayna, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores y  Alfred Tennyson, La Dama de Shalott y otros poemas, (ed. y trad. de Antonio Rivero Taravillo, Pre-Textos). A Stevens lo puso en el candelero el famoso T.S. Eliot en uno de sus ensayos, donde le presentó como  una de las voces más singulares de la lírica norteamericana. Sus temas son el resultado de su gran amor por la lírica oriental (fue un gran coleccionista de su arte) unido a su admiración por la poesía romántica y metafísica inglesa de la que se le considera un gran renovador, dentro de la modernidad. Tennyson, por su parte es uno de los poetas más populares de Inglaterra, después de Kipling. Prendado del ciclo artúrico, lo ha enriquecido con importantes contribuciones líricas como el libro Los idilios de rey o algunos de los poemas incluidos en esta antología, entre otros, La dama de Shalott que da título a este volumen, Lanzarote y la reina Ginebra, o La morte d’Arthur, así llamado en homenaje a la obra homónima de Malory. También figura aquí otro de sus poemas épicos más conocidos: La carga de la Brigada ligera.
 
Respecto a la literatura española, mi elección va en la línea anterior del secretismo y la literatura “de culto”. Yo personalmente pienso que se les llama así porque pertenecen a una especie que se prodiga poco, aunque escriban mucho y tengan un número muy respetable de fieles lectores que, a cada libro, ven satisfecha y justificada su admiración y su curiosidad de lector. Es lo que ocurre, sin duda, con Juan Eduardo Zúñiga y su libro Capital de la gloria (Alfaguara). Muchos de los libros de cuentos de Zúñiga, y tiene ya publicados unos cuantos, transcurren en el Madrid en guerra, que él, por su generación, conoció bien. En estos diez relatos lo que destaca es la grandeza de las pequeñas cosas y su obstinación por sobrevivir en medio de los bombardeos y los escombros. También sobre la guerra, aunque desde una perspectiva muy distinta, El rompimiento de gloria del Marqués de Tamarón, (Pre-Textos), novela de amor y pedagogía cuya acción transcurre principalmente durante los meses previos al estallido de la guerra civil y se adentra en esta última, pero el drama, porque lo hay, se desarrolla en la montaña que se convierte así en la verdadera protagonista de la historia y lo que sucede en sus cumbres tiene el mismo efecto estético que en la pintura un rompimiento de gloria, ese haz de luz que atraviesa los negros nubarrones e ilumina una única zona rodeada de sombras. Tamarón, además de escritor es diplomático, concretamente Embajador de España en Londres, siendo su anterior destino el de director del Instituto Cervantes. Y hablando de diplomáticos, muy digna es la tercera novela de Santiago Miralles, La ONG (Ediciones Martínez Roca). En la que se cuenta la historia de un joven idealista que milita en una ONG y que se ve envuelto en un farragoso asunto en Afganistán. Hay una intriga, por supuesto, que el joven pretende desvelar, aunque no se lo permiten ni los militares, ni los políticos, pero tampoco su propia ONG, que no se muestra tan idealista, después de todo. 
 
Esto, en cuanto a los más contemporáneos. Otros, que no lo son tanto, también han tenido su momento estelar en el año. Me refiero a Ramón Gómez de la Serna,  cuyas Obras Completas está publicando Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Con Biografías de escritores (1930-1953), acaban de publicar el volumen  XIX de las completas y el IV del apartado “Retratos y Biografías”. Contiene las 5 biografías de escritores que publicó este gran precursor de sí mismo durante el periodo de referencia. Si en el retrato de personajes Ramón brilló de manera especial, tampoco desmereció en el género biográfico y utilizo el verbo desmerecer con toda propiedad pues el propio autor dijo de la biografía que era “una cosa que el biógrafo merece o no merece hacer”. Los biografiados son Azorín (a quien primero admiró y después odió), su tía Carolina Coronado, Valle Inclán (primero despreciado y después admirado), Lope, Quevedo y Edgar Allan Poe.
 
Espero con toda mi alma que si les convenzo de que compren y regalen estos libros, los encuentren todavía en las librerías pues todos, sin excepción, salieron en el año que acabamos de dejar atrás. Para quienes prefieran remitirse a publicaciones anteriores les recuerdo que tal vez puedan aprovechar que el premio Nobel y el premio Cervantes (J.M.Coetzee y José Jiménez Lozano, respectivamente) tienen, por esa feliz circunstancia, casi toda su bibliografía disponible en librerías, por mucho que les fastidie a los progres. Feliz Año.
 
 
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