Los grupos anticapitalistas suelen estar contra el neoliberalismo porque favorece las grandes instituciones políticas supranacionales, como el FMI, el Banco Mundial, los bancos centrales, los cabildeos empresariales, etcétera, en detrimento de la sociedad civil. Curiosamente, los liberales compartimos, en líneas generales, el mismo principio.
El gran problema es la tergiversación que sufrieron algunas palabras en el siglo XX, como ya nos había avanzado el economista Friedrich A. von Hayek al referirse a expresiones como "democracia", "igualdad" o "liberalismo". En realidad, se suele confundir el término "neoliberalismo" con el de "capitalismo corporativista" o "capitalismo corporativo", uno de los rasgos esenciales de la economía del fascismo, impulsada principalmente por Benito Mussolini.
Para James Ostrowski, el capitalismo corporativista consiste en "privar a las personas de su libertad y concentrar el poder en manos de unas pocas organizaciones [políticas y privadas]". Fíjese en que, para muchos, el neoliberalismo entra perfectamente en la definición que nos proporciona Ostrowski.
El avance del capitalismo corporativista lo vemos de forma clara cuando el Gobierno proclama estar privatizando. El Gobierno no tiene interés alguno en otorgar libertad al ciudadano ni a la sociedad civil, sino al revés, por eso esclaviza al ciudadano con leyes innecesarias, hace lavados de cerebro masivos que llama "campañas de concienciación" y emprende guerras, que eufemísticamente llama "misiones de paz", enviando "tropas de pacificación".
La liberalización que practica el Estado significa, simplemente, que se desprende de cierta participación en una empresa semiprivada o que introduce a dedo empresas en un sector considerado monopolístico, pero manteniendo siempre el control. Esto no es liberalizar, porque la presión gubernamental sigue siendo feroz y, por tanto, el mercado sigue sin ser libre.
Liberalizar significa eliminar la intervención del Estado de sectores enteros: abolir leyes, impuestos, barreras de entrada, etcétera. Como afirma Ostrowski, la "liberalización" que practica el Estado no es más que "concentrar el poder en manos de unos pocos"; no es ningún cambio de paradigma, sino un maquillaje que oculta el mismo monopolio anterior bajo una ilusión de competencia. En España tenemos como muestra la partidista liberalización de las comunicaciones, o la de la energía, que ha dejado el panorama peor que antes, ya que se ha regulado aún más.
La creación de competencia no es un fin, sino una consecuencia de la libre iniciativa del mercado y del orden espontáneo de los actores económicos, ya sean consumidores, accionistas o empresarios. Crear competencia de forma artificial, mantener la legislación económica, erigir comités paraestatales como la Comisión Nacional de Energía o la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones, montar tribunales de la competencia y colocar "a dedo" amigos del Gobierno en las empresas privadas no significa más libertad para el consumidor, el empresario o el accionista, sino más poder para el Estado, de forma indirecta u oculta. La reciente disputa por la OPA de Endesa ha sido una muestra ejemplar.
Si el Gobierno controla aunque sea la más pequeña parte de la actividad económica privada, eso será siempre capitalismo corporativista, por más que algunos se empeñen en inventar palabras carentes de sentido, como "neoliberalismo".
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