Ante mi se alzaba un orgulloso busto del “Che” Guevara. Unas calles más tarde, el viandante encontrará una depurada imagen, casi está guapa, de la Pasionaria. Ya puestos, podía haber sido un Stroessner, un Hess, o un Videla, pero no, en las democracias occidentales solo se rinde tributo a los opresores a condición de que se hayan escudado en la dictadura del proletariado.
Esta anécdota podrá parecer banal, pero no lo es tanto si recordamos que los jóvenes que este año entran en la Universidad no tienen años suficientes para recordar el muro de Berlín en pie. Nadie les ha contado ni les contará la opresión y muerte de la libertad en Cuba, el Gulag soviético, la rebelión de Budapest, los campos de exterminio de Pol Pot o la primavera de Praga.
El caso del “Che” es curioso. Tal vez su melenilla o su mirada de soñador le han permitido perpetuarse como una figura casi romántica. Sin embargo, una vez impuestos el terror y la miseria en Cuba, solo se largó para exportar la idiotez en otras tierras en las que fue abatido.
Nada gusta más a la izquierda que rescribir la historia. La ideología es una maquina eficacísima de selección interesada de datos. Se descartan los que contradigan la conclusión que se quiere alcanzar, enfatizando aquellos que la corroboren por escasos e intrascendentes que sean. Solo hace unas semanas veíamos al PSOE condenando los desastres de nuestra guerra civil, con la inherente transfiguración en víctima de aquel proceso, cuando realmente fue uno de sus principales actores. Hablamos del único partido histórico que pervive con la misma denominación que utilizaba al tiempo que desembarcaba armas en Asturias cuando perdía elecciones.
La inmensa mayoría de los que ahora se definen como socialdemócratas o incluso de centro izquierda, tienen una juventud que se bañó en las aguas de la doctrina marxista. Nadie aceptaría el liderazgo político o intelectual de gentes con pasado fascista o nazi, lo que no evita el respeto de aquellos que se refocilan sentimentalmente en sus años mozos marxizantes.
Algo de esto reconocía recientemente Juan Pablo Fusi en una interesante “tercera” de ABC (4 de diciembre de 2002), en la que admitía la absoluta ausencia de divulgación de los 100 millones de muertos en la cuenta del comunismo a lo largo del siglo XX. Sin embargo, tras este buen encabezamiento, el mismo autor nos sorprende y decepciona cuando niega al “anticomunismo de la derecha” del derecho “moral” a dicha revisión, que solo debe concederse a “la intelectualidad de izquierda” (sic). Independientemente de que si la primera no lo hace, nadie lo hará, parece como si al autor le molestase el que los que durante décadas cometieron el imperdonable pecado de tener la razón, puedan disfrutar ahora de su merecido triunfo de la historia. Solo le faltó hablar de la derechona (¡y lo suelta en ABC !). Acaso los que sufrieron el terror nazi estarían deslegitimados para su fiscalización, a favor de un mejor derecho a la autocrítica por los propios gestores de los campos de exterminio, o sus referentes filosóficos.
Tal reconocimiento exigiría algo insoportable, aceptar que los de enfrente tenían la razón. Aquello de que más valía equivocarse con Sartre que acertar con Aron. O también lo de que un anticomuniste est un chien del mismo Sartre.
La “intelectualidad de izquierda” no tiene ninguna gana de revisar sus propios errores de juventud. Muy al contrario, han dedicado con ardor sus energías a derribar aquellos que en los tiempos de la guerra fría combatían el comunismo, ya fuera en el terreno de las letras o en los frentes políticos. En la década de los 90, que debió haberse caracterizado por un intenso ejercicio de divulgación de los genocidios del socialismo, han servido más bien para desenterrar los muertos de los armarios de las naciones que durante la guerra fría optaron por el mundo libre.
Por citar uno de los ejemplos más escandalosos de la inversión de juicios históricos, mencionaremos a Reagan, que pasará al subconsciente colectivo como un cretino integral en el mejor de los casos o como un criminal de guerra en el peor. Su crimen, equivocarse de adversario destruyendo y ridiculizando las quimeras de sus actuales denostadores. Debió quedar en nuestra memoria como un pilar fundamental de las libertades en occidente, a la altura de un Churchill o de un Roosevelt, pero los que en sus tiempos de presidencia zascandileaban ideológicamente se encargarán de lo contrario. Resulta memorable recordar la escapada de nuestro vicepresidente del Gobierno para no tener que saludarle en su visita a España. ¡Para irse a Hungría!
Monumentos como los descritos en Leganés evidencian que nadie los moverá de su idiotez criminal, con el agravante de la desinformación a los que por no vivirlo no podrán conocerlo.
Si algo ha caracterizado a la Izquierda es que nunca se ha arrepentido de nada espontáneamente, con sinceridad. Siempre ha reaccionado forzada a posteriori, es decir, cuando los hechos consumados ya no les dejaban otra opción que no fuera el ridículo. Ahora sabemos pormenorizadamente cómo desde los años 30 los responsables de la Internacional socialista (León Blum y compañía) conocían al detalle la matanza soviética y como orquestaron su cobertura con un cómplice manto de silencio, incluida la represión bestial de las disidencias informadas.
Volviendo a Fusi, defiende nada menos que la inocencia histórica de los partidos comunistas europeos. Por dos veces nos dice que “se equivocaron” y “se engañaban”, lo que implicaría un cierto derecho a sentirse utilizados. Sin embargo, lejos de ser pobrecitos agentes de ventas engañados, fueron vectores de la mentira perfectamente conscientes de la realidad que escondían cual bacteria rebosante de agentes patógenos.
En contra de lo que los falsos arrepentidos afirman, nunca hubo una lectura desviada de la vulgata marxista. Es una ideología intrínsecamente violenta, a la que solo se accede mediante la destrucción del sistema democrático, y que nunca ha derivado en otra cosa que no fuera dolor, muerte y empobrecimiento. Sin embargo, los que ahora serían depositarios en exclusiva de ese derecho moral a la revisión siguen defendiendo que la causa del genocidio fue la mala aplicación de la teoría. Así, al negar lo que la praxis ha evidenciado, no existe ni un solo caso exitoso de socialismo real aplicado, demuestran que su arrepentimiento es tan falso como su voluntad de reconsideración de los hechos. Precisamente esa afirmación de que la teoría sigue siendo buena es la que permite revisar sin pedir perdón, y seguir dando lecciones en lugar de dedicarse a la cosa pública.
Más petrificada, si cabe, queda la defensa de la analogía con la doctrina cristiana. Sin embargo, les separa un abismo que no solo está en su aplicación sino que reside en sus escritos fundadores. El mensaje cristiano implica la voluntariedad y la propiedad, en tanto que solo se puede compartir lo que previamente se ha obtenido y poseído. La ética comunista, desde su primera formulación teórica niega la libertad individual y acoge como vía de acceso la dictadura que nunca se instaura y mantiene sin violencia.
El genocidio socialista del siglo XX estaba implícito desde su primera presentación por Marx, como adelantaron sus palabras y se ha evidenciado en el ciento por ciento de los casos en que se ha querido aplicar. Algún incauto pensaría que aquella “intelectualidad de izquierda” debió esconderse detrás de algún matojo o dedicarse a la poesía u otras artes puras, renunciando al pensamiento en el que tanto erraron. Pero desengañémonos y dejemos que los mismos que entonces falsearon el presente que vivieron, hoy reinventen la memoria. Y que me perdonen por estas letras. Todo ello con la inestimable ayuda del coherente alcalde de Leganés.
ESCRIBIR LA HISTORIA, DE NUEVO
Leganesgrado
Salía el otro día de Leganés, tras ejercer en sus Juzgados mi profesión de abogado, cuando mi coche derrapó violentamente obedeciendo un gesto compulsivo de mi brazo. Una vez parado y más sosegado, pude hacer frente a la totalitaria imagen que el rabillo de mis ojos de conductor dudaron haber visto.
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