Por lo general, mi zapeo hacia TVE Internacional es breve, en la mayoría de los casos me encuentro con vomitivos cantantes, bueno, sigo las elecciones y, de vez en cuando, veo una entrevista que me interesa, como la última, o una de las últimas, a Camilo José Cela, hecha por Carlos Dávila.
Ya había visto varias veces “Negro sobre Blanco”, y confieso que no siempre me interesa. Depende, como es lógico, de a quién entrevista Fernando. Lo primero que quiero señalar es mi sorpresa: Alfonso Guerra me pareció mucho más simpático que la imagen que tenía de él. Esa imagen no se basaba en el odio que le tienen las “praderas” de Prisa, se basaba en sus declaraciones públicas, en su papel de dirigente socialista, hoy venido a menos, y más personalmente en una larga conferencia suya a la que asistí en Barcelona en 1979, o 1980, en todo caso antes de que fuera vicepresidente del Gobierno, en la que se declaraba marxista, pero de un marxismo de cocina, particularmente necio. Pues esa impresión fue parcialmente borrada por su conversación con Sánchez Dragó. Claro que habló de su infancia y adolescencia, de su afición por el teatro, los libros, la librería dirigida por su mujer en Sevilla y cosas mucho más humanas que la política o, al menos, que la visión de la política que tiene Alfonso Guerra. Hay otras.
Pues de política voy a hablar ahora. Sánchez Dragó, que le daba mucha coba a Guerra, le preguntó: “¿Cómo has podido evitar el partido comunista, cuando todos nosotros, que queríamos hacer algo contra el franquismo, pasamos por ahí, probablemente porque no había otra cosa?” Alfonso Guerra explicó que se encontró, aún muchacho, en Sevilla, con comunistas que prohibían la lectura de Koestler, censurado asimismo por el franquismo, y sacó sus debidas conclusiones, de esta doble censura. Es, desde luego, un buen argumento, pero ¿de qué libro de Koestler se trataba? ¿Sería el “Testamento español”? La censura comunista, y no hablemos de la soviética, eran mucho más férreas que la franquista, aunque ésta también fuera imbécil. Pero es la frase de Sánchez Dragó la que me interesa, porque se ha convertido en mito: para luchar contra Franco sólo existía el PCE. Pues es absolutamente falso.
Puede que él y otros, en ciertas circunstancias, sólo se encontraran con el PC, pero no eran los únicos antifranquistas. Aparte del maldito prestigio de la URSS, del marxismo y otras mierdas, lo que diferencia el PCE de los demás, cosa que nadie evoca, es, primero, que era un partido rico, menos que el PNV, pero rico, apoyado, también financieramente, por toda la internacional comunista y sus estados, lo cual le permitía mantener un considerable aparato clandestino permanente. Y, tal vez, o sobre todo, si efectivamente pasaron por el PCE bastantes personas, casi todos lo abandonaron. El movimiento comunista, para llamarlo de alguna manera, explotó en diversas facciones al compás de los acontecimientos internacionales, hubo escisiones maoístas, conb el terrorismo del GRAPO, luego trotskistas, etcétera y disidencias. O sea, que el colapso actual del PCE ya comenzó, con sus infinitas escisiones y disidencias, bajo el franquismo. Hoy los ex comunistas son –somos– mil veces más numerosos que los feligreses de la Pasionaria. Porque no puedo imaginar que haya feligreses de Frutos, pongamos.
Hablando de la importancia histórica, para el PSOE, de su congreso de Suresnes, a principios de los setenta (¿1971?), Alfonso Guerra afirmó algo que no creo cierto: dijo que cuando Mitterrand, que acababa de lograr su OPA hostil sobre el PS, les declaró a los delegados socialistas españoles que tenían que prepararse para gobernar dentro de poco, él se quedó pasmado. ¿El PSOE en el gobierno? No podía concebirlo en aquel momento. Resulta que todos los testimonios, incluyendo el de Felipe González, no relatan las cosas así. Lo que en realidad les dijo Mitterrand es que no tenían el menor porvenir político, a menos que se aliaran con el magnífico y potente PCE, de Santiago Carrillo, líder absoluto de la izquierda española. Y Mitterrand se lo creía, como se lo creía toda la izquierda francesa, que se equivoca muchas veces, y en relación con España, siempre. Pero eso lo decía Alfonso Guerra para explicar que no era un hombre de poder, que sentía cierto recelo del poder. Eso me recuerda la fábula del genial La Fontaine, en la que un zorro al no alcanzar un racimo de uvas en una parra, pese a sus saltos, decide que las uvas no están maduras. Porque si a Alfonso Guerra no le interesa el poder, cabe preguntarse a quién le interesa.
Cuando ejercía amplias responsabilidades en el PSOE, convirtió ese partido, no es un “instrumento de transformación social”, como decía su propaganda, sino en una máquina para la conquista del poder, con todos los compromisos, mordidas, enchufes inherentes, y que funcionaron en 1982. Entonces le preguntó Fernando: ¿Lamentas tus años de vicepresidente de Gobierno?, o algo así. “En cierto sentido, sí, porque me impidió realizar cosas más personales, pero al mismo tiempo no puedo lamentar haber participado, desde el Gobierno, en cambios tan fundamentales para España”. ¿Qué cambios? Los cambios fundamentales se habían realizado en tiempos de Adolfo Suárez: la Constitución, la libertad de expresión, la libertad de partidos y sindicatos, y muchas más cosas, y hasta las autonomías, que partiendo de una idea generosa, han resultado ser una catástrofe, ya que, en los hechos, no se trata de diversidad, solidaridad y colaboración, sino de guerra sucia, y Alfonso Guerra está de acuerdo con mi pesimismo, aunque no siempre lo diga.
En cambio, el PSOE en el poder fue los GAL. Los escándalos de dinero sucio a granel, como Filesa y demás, y el colmo para un gobierno socialista: el record absoluto del paro, 22%. Ese periodo socialista fue más bien una regresión hacia el franquismo nacionalsindicalista. Habiendo atrapado la emisión ya empezada, puede que haya perdido algo de las declaraciones de Alfonso Guerra, pero me llamó la atención que no dijera una palabra sobre terrorismo, ni el de ETA, ni el islámico, ni siquiera sobre los atentados de Atocha, que no sólo fueron monstruosos, sino que dieron la victoria electoral a su partido, o sea la victoria de la avestruz, la victoria del miedo. Que odie, y no se atreva a decirlo así, a Felipe González, se entiende, que desprecie a Javier Solana –yo también– es obvio, pero en realidad eso no tiene la menor importancia.