Con la LRU la Universidad se democratizó, en un sentido socialista del término. Los profesores se convirtieron en personal docente, los administrativos en personal administrativo y los alumnos en personal discente. En los Departamentos todo se decide por un Consejo, en el que votan profesores (sin distingos de categoría u horas de dedicación: un hombre un voto), los administrativos y los alumnos. Personal sin distingos. La idea, si es que había alguna buena intención, era acabar con el poder arbitrario de los clásicos catedráticos. De la misma forma, en cada Universidad el Claustro de representantes nombraba al Rector, y en él participaba todo el personal de la Universidad, profesores, administrativos y alumnos. Es más, los representantes en el Claustro eran elegidos por estamentos, lo que posibilitaba un control caciquil de los votos y un descontrol de los presuntos representantes por sus no menos presuntos representados. La compraventa de votos en el Claustro a cambio de concesiones personales ha sido un negocio clareado por la luz del día durante casi veinte años.
Por sí solo ese sistema no es tan dañino como cuando se combina con un proceso de selección del profesorado no sujeto a criterios objetivos de ningún tipo. La Ley establecía un procedimiento según el cual cinco profesores concedían la plaza de funcionario al mejor candidato. Dos de los cinco los ponía el Departamento convocante, y los otros tres se elegían por sorteo. Es obvio que los dos miembros del Departamento condicionaban el voto de los otros tres, o lo intentaban. Mal tenía que darse la cosa para que no pudieran forzar la elección en favor del candidato "de dentro", fueran cuales fueran sus méritos ("hoy por tí, mañana por mí"). Es fácil imaginar que todo aquel con aspiraciones de supervivencia o ascenso en el Departamento vendía su voto a cambio de "protección", sobre todo a aquellos que ya no compiten y que, a cambio, sólo pueden pedir poder: los catedráticos.
Los controles de tipo mafioso en los Departamentos extendieron pronto sus ramificaciones a Facultades y Universidades enteras. Resulta difícil precisar qué proporción de la Universidad está corrompida, ajena a toda preocupación docente o investigadora, pero algunos ratios sencillos serían buenos indicadores. Sin embargo, ese tipo de análisis no se realiza o no se hace público, y el simple hecho de proponerlo se toma como una abierta declaración de guerra.
Sin duda el PSOE utilizó los mecanismos de la LRU para posicionar a "los suyos", aunque no queda claro hasta qué punto el diseño respondía a ese propósito. Famoso es el caso de un juez, al que, dicen, hicieron catedrático en Lérida para que, pocas horas después, abandonara su plaza y pudiera entrar en el Tribunal Supremo como jurista de reconocido prestigio. Los pagos de favores, políticos y de otro tipo, explican que determinados personajes ocupen cátedras, reproduciendo los mecanismos que les proporcionaron sus plazas. En algunas Universidades, doy fe, se han roto todas las barreras de la desvergüenza. La variedad de apellidos se está reduciendo peligrosamente. La civilización ha retrocedido frente a la selva. Ni que decir tiene que preocuparse por la calidad de la docencia y la investigación en ese ambiente es ridículo. Pero la posterior degradación de la enseñanza media ha conseguido tapar el mal olor del cadáver con otro olor peor.
Bien es verdad que algunas Universidades escaparon de esa gangrena, en parte como reacción y repulsa al ambiente general, y en parte porque una elite ha sobrevivido al desastre, atrincherándose y, con un poco de suerte, creciendo al reclutar con criterios serios a lo mejor del país, o a quienes volvían después de fructíferas estancias en el extranjero. La Autónoma de Barcelona, la Pompeu Fabra (también de Barcelona) o la Carlos III de Madrid son algunos ejemplos. Otras Facultades han sobrevivido en Universidades muertas y, más heroico aún, algunos Departamentos en Facultades bajo el control de la cosa nostra. Con el tiempo se han creado válvulas de escape para quienes se encuentran rodeados y solos, válvulas a las que la LOU ha concedido una especial importancia y que pueden ser a la larga el salvavidas de la Universidad española, si nadie las tapona.
En efecto, la LOU, no sin cierta torpeza, ha venido a cambiar este esquema general. Las elecciones a Rector, por ejemplo, son ahora directas, lo que elimina los zocos de votos. Antes, un tribunal creado para cada plaza valoraba a los candidatos y decidía en un solo acto, mientras que ahora un tribunal nacional cuyos miembros cumplen ciertos requisitos se limita a valorar. Los nuevos tribunales valoran, pero no asignan plazas. Son las Universidades las que deciden en un segundo paso con qué criterios conceden una plaza a un candidato que previamente haya pasado el filtro para poder concursar.
Por fin la LOU empieza a distinguir ahora entre profesores con un cierto prestigio académico y otros que, simplemente, ocupan una plaza por lo que sea, y que ahora quedan marginados de las decisiones clave. Los tramos de investigación son el requisito para poder formar parte de las comisiones o tribunales que valoran al profesorado. Se concede uno de esos tramos cada seis años si se demuestran méritos investigadores (por eso se les conoce como sexenios), que consisten básicamente en haber publicado en una serie de revistas científicas (recogidas en un ranking) y haber participado en proyectos de investigación financiados, que tienen sus propios mecanismos de selección y que han venido siendo una de las válvulas de escape de que hablábamos antes. Hasta la LOU, el acceso a los tramos de investigación sólo suponía un pequeño complemento salarial, pero a partir de ella son requisito necesario para formar parte de las Comisiones que deciden sobre la acreditación y la habilitación; es decir, la base del poder en la Universidad.
Anna Birulés, tan denostada, puso especial interés en que los procesos de concesión de los tramos y proyectos financiados fueran transparentes y basados en criterios objetivos. Una verdadera elite de investigadores, muchos de ellos formados fuera de España, ha sido la verdadera beneficiaria de ese rigor y esa voluntad de excelencia. Pero eso ha dejado fuera de los fondos para la investigación y los tramos a los catedráticos de la vieja escuela, muchos de ellos vinculados al PSOE y con conexiones políticas al más alto nivel. Detrás de las declaraciones de Zapatero en las que aseguraba que desmontaría la LOU si llegaba al poder están las presiones desatadas por el giro que dio Birulés. Pero éstas no se han dirigido sólo al PSOE. La presión ejercida sobre Birulés para cambiar de manos el control de tramos y proyectos financiados ha sido brutal, pero ella aguantó bien. El pressing se ha redoblado cuando la LOU los ha señalado como la llave del poder en la nueva Universidad.
La vuelta de Piqué al ministerio ha sido un desastre, pues las presiones han tenido mayor efecto con él en el cargo. El resultado ha sido que se ha dado recientemente un golpe que puede destruir lo logrado en los últimos años, haciendo desaparecer ese estímulo de la excelencia del que se han beneficiado algunas Universidades, Facultades y Departamentos acorralados. La mediocridad, verdadero cáncer desatado por las políticas educativas socialistas, amenaza con volver para quedarse mucho tiempo, si nadie lo impide. Y bajo el gobierno del PP, todo hay que decirlo.
Rubén Osuna es profesor de Análisis Económico en la UNED.
UNIVERSIDAD
La verdadera descomposición
La Universidad en España, salvo excepciones, es actualmente un órgano muerto, cuyas funciones han sido en parte suplidas por otros órganos. La historia se remonta a la LRU de 1984, cuando se introdujeron muchas de las concepciones progres sobre la naturaleza humana y la educación que, después, se llevaron a la enseñanza media con la LOGSE.
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