"La brecha salarial existente en España es una lacra contra la que hay que luchar los 365 días del año", declaró Juan Manuel Moreno, secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad. "Las mujeres españolas ganan menos que los hombres a lo largo de toda su vida, con independencia de su formación. Peor aún, cuanto más alto es su nivel de estudios, mayor es su discriminación salarial". "Las mujeres necesitan trabajar 54 días más que los hombres para cobrar lo mismo". "Las mujeres cobran un 22% menos que los hombres pese a tener mejores calificaciones". "Las mujeres cobran un 16% menos que los hombres por el mismo trabajo". Todas estas frases han aparecido en la prensa española en los últimos dos años, especialmente en fechas señaladas como el 8 de marzo. En todas se desliza una idea que se ha convertido en el dogma que rige la política de igualdad en nuestro país:
Las mujeres están discriminadas y la mejor prueba es que ganan menos que los hombres por hacer el mismo trabajo.
Todos los partidos políticos sin excepción (desde ERC hasta el PP, pasando por el PSOE y UPyD) emitieron comunicados el pasado jueves denunciando esta injusticia y prometieron seguir luchando para acabar con tan inaceptable discriminación. Posiblemente no exista ningún otro tema en el que sea posible encontrar una unanimidad semejante entre las formaciones españolas, unanimidad que se refleja también en los medios de comunicación.
Sin embargo, la afirmación de que las mujeres ganan menos por hacer el mismo trabajo es un absurdo económico que nadie con unos mínimos conocimientos debería mantener. No tiene la menor lógica. Los empresarios tienen como principal objetivo ganar dinero y mantener viva su empresa; por lo tanto, si existe un colectivo que hace exactamente el mismo trabajo a cambio de un salario menor, sólo contratarán a miembros de ese colectivo, ya sean mujeres, inmigrantes, jóvenes o lo que sean, porque de esta manera aumentarán sus beneficios. Es más, incluso si un empresario se resiste a hacerlo por prejuicios... se verá obligado a cambiar de actitud, so pena de caer bajo la presión de la competencia, que podrá explotar esta ventaja contratando a los trabajadores que él rechace.
Los políticos (y en esto también hay pocas diferencias a derecha e izquierda) nos presentan a los empresarios como seres sin escrúpulos, avariciosos y deseosos de explotar la menor oportunidad para aumentar sus beneficios. Sin embargo, cuando se habla de sueldos de hombres y mujeres, estos miserables capitalistas se convierten en estúpidos, capaces de no contratar a una mujer sólo por sus prejuicios machistas, incluso aunque esto perjudique a su cuenta de pérdidas y ganancias.
En realidad, frases como las que encabezan este artículo son tremendamente insultantes, tanto para los empresarios (entre los que hay hombres y mujeres, no lo olvidemos) como para las mujeres, a las que se pinta como incapaces de mejorar su propia situación por sí mismas (por ejemplo, cambiando de trabajo si sienten que pueden pedir más sueldo por sus servicios). Además, casi nunca se señala a una compañía en concreto o una situación de supuesta desigualdad real. De hecho, en 2009 el Ministerio de Igualdad de Bibiana Aído realizó 46.239 inspecciones en 241 empresas para comprobar si los trabajadores españoles sufrían algún tipo de discriminación. Pues bien, sólo encontró 590 supuestos casos (un 1,28%), y en 245 la discriminación la padecían... ¡hombres!
En realidad, este resultado es lógico. Como decíamos antes, ni las mujeres son tan tontas como para aceptar cobrar menos que un hombre por el mismo empleo sin buscar otra empresa que les pague lo que se merecen, ni sus jefes son tan estúpidos como para no darse cuenta de que, al comportarse así, perderían a sus mejores empleadas a manos de sus competidores. Pero la realidad, por muy machacona que sea, no es un impedimento para quienes año tras año repiten las mismas falsedades.
La razón para este empecinamiento es doble y fácil de comprender. Por un lado está la corrección política que nos invade: una vez que uno de estos mensajes facilotes aunque falsos ha calado en la opinión pública es muy difícil que nadie se arriesgue rebatirlos, puesto que inmediatamente sería tachado de machista y retrógrado (sólo unas pocas mujeres han sido capaces de elevarse sobre el ruido que nos rodea y denunciar este hecho). Además, políticamente es muy jugoso aprobar una norma que, sólo aparentemente, favorece a la mitad del electorado. En segundo lugar, para comprender el éxito y la supervivencia de estos prejuicios, no hay que olvidar los incentivos que se van creando según se desarrolla un programa político. En España, el Estado, todas las autonomías, los principales ayuntamientos e incluso muchas empresas tienen institutos de la mujer, observatorios de igualdad, oficinas de no discriminación, ONG a las que subvencionan para que defiendan estos fines, etc. Si un día se generalizase la idea de que no existe tal discriminación, toda esa gente se quedaría sin trabajo. Nunca he creído que estos organismos mientan a propósito, pero los incentivos son perversos: si tu sueldo depende de creer que algo es cierto, lo más probable es que acabes creyéndotelo. ¿Alguien se imagina un informe del Instituto de la Mujer diciendo que ya no existe brecha salarial y, por lo tanto, hay que cerrar el Instituto de la Mujer?
La realidad
¿Cuál es la realidad que se esconde tras esa diferencia salarial entre hombres y mujeres? En primer lugar, lo que dice el INE en su última Encuesta Anual de Estructura Salarial es esto:
El salario medio anual femenino representó el 78% del masculino. Esta diferencia se reduce si se consideran situaciones similares respecto a variables como ocupación, tipo de jornada o contrato, entre otras.
Esto quiere decir que las mujeres cobran de media un 22% menos que los hombres. A ese dato es al que se agarran todos los titulares que hemos leído en los últimos días. Pero esto no quiere decir que las mujeres cobren menos por hacer lo mismo, y desde luego no demuestra discriminación alguna. Es una pura media estadística. Lo que hay que hacer es analizar los datos y ver si con el comportamiento de ambos sexos en el mercado laboral puede extraerse una explicación. El propio INE ya apunta en esa dirección cuando dice que la diferencia se reduce si se consideran "situaciones similares" respecto a otras variables.
Lo primero que a cualquiera se le ocurre es que una de las explicaciones puede ser histórica. El mercado laboral español no se formó ayer, sino que se ha ido moldeando a lo largo de los años. Los sueldos más altos y los cargos directivos los ocupan personas que comenzaron su carrera profesional en las décadas de los 60 y 70. En aquellos años, el número de hombres que iba a la universidad era muy superior al de mujeres. Es más, incluso entre las más avanzadas estudiantes de la época era muy común dejar aparcada del todo la carrera profesional cuando llegaban los hijos.
Ésta es la principal razón de la falta de mujeres en los puestos directivos de las empresas (el famoso "techo de cristal"). En muchas ocasiones se dice: "Ya hay más licenciadas que licenciados y sin embargo la presencia femenina en los consejos de administración de las compañías del Ibex no llega al 11%". Ambas cosas son ciertas, pero mezclarlas no tiene sentido. La edad media en esos consejos de administración es de 59 años; estas personas comenzaron sus estudios universitarios a finales de la década de los 60 y luego fueron creciendo profesionalmente hasta llegar al puesto que hoy ocupan. No tiene lógica comparar el número de licenciados en 2005 con un consejo formado por personas que obtuvieron su título en 1970.
De hecho, esta brecha histórica se refleja incluso en la administración pública. Un buen ejemplo sería la carrera judicial (ver página 14 de La Justicia: dato a dato del CGPJ). Desde hace años, las mujeres arrasan a los hombres en las oposiciones judiciales. Sin embargo, los salarios medios de los jueces masculinos siguen siendo más elevados que los de sus colegas femeninas. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla: ellos llevan mucho más tiempo en su puesto y han ascendido más en el escalafón. Así, entre los jueces de más de 60 años hay 306 hombres y sólo 31 mujeres; pero en la horquilla 31-40 años hay 936 juezas por sólo 481 jueces. Si alguien mira los salarios de estos profesionales o la presencia de los dos sexos en altos organismos como el Tribunal Supremo o el Tribunal Constitucional, podría sacar la apresurada conclusión de que se discrimina a la mujer. No es cierto: simplemente, a las juezas que han ido incorporándose a la carrera en los últimos 20 años no les ha dado tiempo todavía a desplazar a sus colegas de más edad.
La segunda razón por la que los hombres ganan, de media, algo más que las mujeres tiene que ver con el comportamiento de unos y otras en el mercado laboral. Para explicar este hecho, lo mejor es acudir a las estadísticas de EEUU, país en el que la mujer lleva mucho más tiempo en el mercado laboral y donde los estudios están mucho más desarrollados.
Según un informe del Censo norteamericano, las mujeres solteras de entre 22 y 30 años ganan un 8% más que los hombres solteros de la misma edad. Al mismo tiempo, un estudio del año 2005 mostraba que también las mujeres solteras de entre 35 y 43 años ganaban algo más que sus colegas masculinos. Esto parece echar por tierra cualquier acusación de machismo. Si los empresarios odian a las mujeres trabajadoras, ¿por qué no se ceban también con las solteras jóvenes? ¿Es el suyo un machismo selectivo?
Si se unen todos los datos es fácil darse cuenta de cuál es la verdadera razón de la brecha salarial: cuando se casan y tienen hijos, mujeres y hombres se comportan de forma diferente. Así, ellas interrumpen su carrera durante largos períodos de tiempo con más frecuencia que los hombres, y no sólo por la baja maternal tras el embarazo. También es más común que pidan reducciones de jornada.
- Según una encuesta publicada por El País el pasado 8 de marzo, a la pregunta de si aceptarían un puesto de más responsabilidad y más sueldo a cambio de más horas de trabajo, un 67% de los hombres decía que sí, por sólo un 58% de las mujeres.
- Un estudio muy interesante es el de Marianne Bertrand sobre quienes han obtenido un MBA en la Booth School of Business de Chicago. Todos ellos estaban destinados a alcanzar puestos directivos, por eso pagaron mucho dinero por cursar esos estudios. Sin embargo, las conclusiones son reveladoras: diez años después de la graduación, el 16% de las mujeres no trabajaba (normalmente, porque han preferido quedarse en casa con sus hijos), por sólo un 1% de los hombres; el 92% de los varones trabajaba a tiempo completo, cifra 30 puntos superior a la de las mujeres (62%); en cuanto a tiempo de trabajo, que en el primer año era casi idéntico en hombres y mujeres, a los diez años arrojaba una diferencia sustancial en favor de los primeros: 56,7 horas semanales frente a 49,3. Por lo demás, Bertrand advierte que los MBA masculinos tienden a escoger especialidades que exigen más tiempo de trabajo pero que también aportan más sueldo (como las finanzas), mientras ellas eligen más a menudo otras menos remuneradas (como el marketing).
- En España, como veíamos antes en el ejemplo de la carrera judicial, las mujeres están asaltando la función pública. De los 134 nuevos jueces de 2011, 99 eran mujeres. Lo mismo pasa en casi todas las oposiciones: desde 2007 hay más funcionarias que funcionarios en España, y esa proporción irá creciendo según se jubilen los más veteranos, que son mayoritariamente hombres. Esto concuerda con el estudio de Bertrand. La administración paga menos de media que el sector privado, pero también exige menos dedicación horaria y permite compaginar mejor la vida laboral con la familiar.
Podemos concluir que los llamativos titulares sobre la discriminación salarial son producto de la exageración o la falta de análisis. La verdadera razón de la diferencia en los sueldos de hombres y mujeres tiene que ver con la duración de su vida laboral y la manera en que unos y otros encaran ésta. Es una cuestión de coste de oportunidad: a partir de determinado momento de su vida, ellas valoran más su tiempo libre y su familia que un ascenso; a ellos les cuesta más dar un paso atrás en su profesión. ¿Por qué? Cada uno tendrá una respuesta. Ésta es una pregunta para un sociólogo, no para un economista.
Forzar los datos para mantener a toda costa el discurso sobre la discriminación salarial no traerá nada bueno. Como decíamos antes, supone un insulto para la mujer y para los empresarios (aún más para las empresarias); genera tensión en la sociedad: ellas se sienten apartadas y ellos piensan que pueden perder un empleo por culpa de la paridad; provoca que cuando una mujer llegue a un puesto de responsabilidad muchos duden de si es por su valía o por las cuotas, y el trabajo que miles de trabajadoras han hecho en las últimas décadas para demostrar su capacidad se pone en entredicho. Eso sí, el próximo 8 de marzo, todos los partidos volverán a unirse: sólo ese día se ponen de acuerdo en algo. Es una pena que sea para solucionar un problema que no existe.