Alentados por la intervención del presidente Vázquez para "remediar" ese caso, el movimiento nacional de deudores cree que puede haber un "aluvión" de pedidos al Gobierno para evitar más ejecuciones judiciales. "¿Por qué yo no?", se preguntan los demás morosos.
Lo primero que habría que hacer notar es lo curiosa "sensibilidad" de los políticos, quienes dan rienda suelta a sus impulsos "generosos" con plata ajena, porque los dineros fiscales no les pertenecen. Sin embargo, es muy común que los gobernantes latinoamericanos piensen que, una vez obtenido el poder, pueden manejar la "hacienda" pública a discreción y con total impunidad.
Lo segundo, que el intervencionismo estatal genera injusticias e "intoxica" las relaciones sociales. José Ortega y Gasset afirma en La rebelión de las masas que la labor del filósofo es la opuesta a la del político, puesto que este último suele "oscurecer" más los asuntos, mientras que el pensador se esfuerza por sacar a la "luz" aquello que está oculto.
Tal vez esa actitud política sea la razón por la cual un sector mayoritario de la opinión pública internacional considera que el liberalismo económico procura beneficiar a una determinada clase, la de los "burgueses", terratenientes y grandes empresarios, en perjuicio del resto de la población.
Nada más lejos de la realidad, ya que las propuestas liberales apuntan a que se organice la sociedad de acuerdo con aquellos principios que han demostrado satisfacer mejor los fines a los que el hombre corriente aspira, como el confort, la salud, la libertad y la paz. Para hacer esas metas realidad tratan de que se apliquen descubrimientos científicos específicos a la vida social.
Entre ellos sobresale el hallazgo de que la cooperación humana alcanza su mayor productividad a través de la división del trabajo. Pero para alcanzar ese objetivo es necesario que sea voluntaria. Está empíricamente demostrado que el trabajo "libre" alcanza rendimientos que el "servil" difícilmente logra. Liberadas las fuerzas individuales, los medios de subsistencia se multiplican exponencialmente, porque el deseo de mejorar nuestra propia condición es lo más humano que existe.
En el siglo XIX, cuando las ideas liberales alcanzaron su cénit, la prosperidad que brotó donde fueron aplicadas hizo posible la reducción sustancial de la mortalidad infantil, verdadero drama hasta entonces. Esa elevación del nivel de vida en modo alguno benefició a una clase privilegiada en particular, sino a todas, especialmente a las más bajas. Y produjo un fenómeno inimaginable anteriormente: el surgimiento de amplias clases medias.
El liberalismo aspira a que en el terreno de la política social se conceda al intelecto el mismo lugar relevante que se le da en las otras esferas de la acción humana. Por eso, para mejorar la condición de nuestros semejantes, aunque en ocasiones al "corazón" le cueste comprenderlo, lo indicado es seguir los caminos probados de la razón. Exactamente igual que ocurre en el campo de la medicina. El presidente Vázquez, quien se especializa en radioterapia, sabe que a veces son necesarios métodos cruentos, si han demostrado ser un remedio eficaz. Y no duda en aplicarlos.
Los ideales socialistas tan solo han servido para reducir la productividad, aumentando la necesidad y la pobreza. Su aparente "humanidad" acarrea dañosas consecuencias sociales y perturba la convivencia pacífica. Los pueblos terminan pagando un precio muy alto por una momentánea gratificación.
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Hana Fischer, analista política uruguaya.