El hecho en sí llama la atención. La premura en hacerlo, también. Son muchos los que se preguntan, ¿cómo es posible que un presidente elegido democráticamente y que se erige a sí mismo en "paladín" de los derechos humanos invite a su acto de posesión de mando a quienes sojuzgan a sus compatriotas? Más aún, ¿cómo explicar que esos tiranos sean ovacionados, como sucede con cierta frecuencia por estos lares?
Recientemente fue publicado el libro Koba [Stalin] el Temible: La risa y los veinte millones, del escritor inglés Martin Amis. En esa obra el autor pretende indagar, a través de la comparación de los regímenes nazi y soviético, las causas que hacen que uno suscite espontáneamente la furia y el otro la carcajada cómplice.
A Karl Marx se le suele definir como economista, filósofo y sociólogo. La realidad es que, ante todo, fue el fundador de una religión. Sustituyó lo "sobrenatural" por elementos económicos y análisis sociológicos e históricos, a los cuales etiquetó de "científicos". En un gran caldero mezcló esos "ingredientes", que sazonó con abundantes emociones. Principalmente aquellas que los hombres más se preocupan por ocultar.
Sólo así se explica la adhesión fervorosa que despierta en sus adherentes. A éstos no les interesa la evidencia racional ni las consecuencias prácticas. Porque no hay que ser muy perspicaz para “descubrir” el auténtico trasfondo de ese pensamiento. Ya que sin ningún pudor Marx argumenta que el hombre será realmente "libre" tras pasar por un período (impreciso) de dictadura.
Según esa tesis, la "tiranía" es la única capaz de hacer al hombre "feliz", logrando el "paraíso" sobre la tierra; de crear un "mundo nuevo" donde todos seremos "iguales" porque unánimemente seremos "esclavos". Obviamente, que como señaló George Orwell, algunos entonces seremos más iguales que otros.
La argumentación marxista es explícita. Por eso cuesta tanto entender la tolerancia con que el grueso de la intelectualidad occidental aceptó en el pasado los crímenes cometidos por el régimen soviético. Asimismo, la condescendencia con que actualmente tratan a sus vástagos.
Mientras que Auschwitz es lugar de peregrinaje y en estos días se realizan justas ceremonias oficiales para que el horror nazi no quede en el olvido, pocos han oído hablar de los "gulags", los campos de extermino soviéticos. Hasta en los textos escolares vemos fotos de los famélicos prisioneros de los nazis. Sin embargo, nunca nos hemos encontrado con una que muestre a las familias campesinas que murieron de inanición durante el período de la colectivización forzada (1929-1933).
¿Por qué se repudia a dictaduras consideradas de derecha y a las de izquierda se las rodea de un halo de romanticismo? ¿Por qué no es "moneda corriente" saber que hasta los niños podían ser juzgados como enemigos de la Revolución bolchevique y que, si se los condenaba a muerte, se esperaba a que cumpliesen los 12 años para ejecutarlos? ¿Por qué tantos filmes comerciales muestran el holocausto perpetuado por los alemanes y escasean las "imágenes" de los comunistas?
Lo que más asusta es que son muchos los que tratan de explicar los abusos como una "desviación", pero que la idea es buena. ¿Cuántas muertes más han de producirse para que finalmente la práctica se "enderece"? El sistema soviético costó la vida de 20 millones de rusos. Según El libro negro del comunismo, el comunismo ya "cobró" más de 100 millones en el mundo entero. Y la cifra sigue aumentando. Latinoamérica, con su "cuota", contribuye a engrosar el número.
Amis no encuentra justificación para tanta complacencia. Menos aún, que se fundamente en sentimientos "humanistas". Nosotros tampoco.
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Hana Fischer, analista política uruguaya.