
En los últimos años de su vida Engels procuró corregir los excesos de su amigo, pero, poco después, Lenin los retomó, convirtiendo en doctrina lo que no pasaba de ser especulación y dando forma a una tragedia cuyos últimos capítulos aún no hemos vivido.
Sigmund Freud no tuvo un Engels, entre otras razones porque no tenía amigos, sólo discípulos fieles o, en su versión, traidores a la causa, y porque no confiaba en nadie. En cambio, le siguieron miles y miles de intérpretes más o menos ortodoxos que actuaron como Lenin en los límites de sus gabinetes.
Toda la construcción intelectual del psicoanálisis se funda en mentiras de varia calidad. Hace ya unos cuantos años, un psicoanalista traidor que trabajó varios años con Anna Freud y, por ello, tuvo acceso a los archivos de su padre decidió revelar uno de los aspectos más sombríos de la doctrina: el que toca a las relaciones entre realidad y fantasía.
Jeffrey Moussaieff Mason, psicoanalista y estudioso de la historia del análisis, profesor en Harvard, publicó El asalto a la verdad. La renuncia de Freud a la teoría de la seducción en 1984. La edición española de Seix Barral es de 1985. Para mí fue una revelación tremenda, y recomendé la obra a mucha gente, sobre todo a amigos analistas, sin recibir un solo comentario posterior. El libro pasó sin pena ni gloria, como suele suceder cuando alguien pone el dedo en una llaga que, por oficio y beneficio, otros necesitan mantener oculta.

Eso escribía Moussaieff Mason en la introducción al volumen. Y más abajo refería parte de su historia:
"Poner en tela de juicio este acomodo [...] amenazaba con poner en cuestión la esencia misma de la sicoterapia. Cuando, en agosto de 1981, una serie de artículos del New York Times informaron de mis descubrimientos, la oleada de protesta resultante culminó en una solicitud para que me destituyeran de los Archivos. Me despidieron, para evidente alivio de la comunidad analítica".
El New York Times llamó al trabajo de Moussaieff "el Watergate de la psique", pero ni siquiera así tuvo la resonancia que merecía.
Poco más tarde, como era lógico, grupos feministas se encargaron de promover El asalto a la verdad, pero eso no hizo mella constatable en la industria del psicoanálisis. Ahora acaba de aparecer en París, y es de esperar que algún editor español se haga cargo de la traducción, El libro negro del psicoanálisis (Les Arènes), un volumen de 830 páginas en el que participaron cuarenta especialistas de Europa y América. Tal vez se convierta en uno de esos grandes libros secretos, que circulan profusamente sin que nadie afirme haberlo leído, como sucede con El libro negro del comunismo o el Livre noir de Ehrenburg y Grossmann.
Uno de los editores de la obra, autor de una de sus partes, es Mikkel Borch-Jacobsen, un danés criado en Francia y establecido en los Estados Unidos, al que La Nación de Buenos Aires ha entrevistado en París; como es natural, al ser la Argentina el país, junto a Francia, en que el análisis goza de mejor salud. En los Estados Unidos está al borde de la extinción, desplazado por otras terapias y por el avance de las neurociencias, que sitúan y tratan la enfermedad en términos orgánicos. Finalmente, la astrología cederá su sitio a la astronomía, aunque la prensa siga publicando horóscopos y quien firma estas líneas no se haya convencido, a sus casi sesenta años, de que las meigas no existan: la razón no es lo natural, nace de un esfuerzo intelectual, y sólo aceptándolo así se comprende la prosperidad de la sinrazón en todos los órdenes de la existencia.
Borch-Jacobsen declara en esa entrevista que "Freud se tomó libertades con la verdad", y pone ejemplos:

"El mejor ejemplo es el de las notas clínicas sobre el llamado Hombre de las Ratas. Su verdadero nombre era Ernst Lanzer y fue a ver a Freud en 1907, quejándose de padecer miedos obsesivos y reacciones compulsivas. Habitualmente, Freud destruía las notas que tomaba durante sus análisis. Sin embargo, por una razón misteriosa, los apuntes del análisis del Hombre de las Ratas sobrevivieron. Así fue posible compararlas con la historia del caso publicada por Freud [...] las contradicciones son flagrantes [...] Freud inventaba personajes. Y esto es muy grave. A partir de allí, es imposible creer en lo que él escribía. No inventó todo [...] Cambiaba las fechas, pretendía que el paciente había aceptado su interpretación cuando no era cierto, etcétera. [...] la cuestión de la fiabilidad de Freud es muy importante para la validez de la teoría [porque] en todas las disciplinas científicas los resultados y las experiencias son públicas. Un científico que quiere verificar los resultados de otro científico puede hacerlo; puede volver sobre el terreno del experimento o rehacer el mismo camino. En el psicoanálisis eso es imposible. Porque Freud, por razones totalmente sorprendentes, decidió que las sesiones de psicoanálisis fueran confidenciales y que nadie, ni siquiera otro psicoanalista, pudiera asistir a una sesión conducida por otro colega [...] hasta ese momento la práctica psiquiátrica era abierta, pública. Así se formaban los especialistas: asistiendo a esas sesiones. Para Freud, el único modo de formarse era poniéndose a sí mismo en el diván. En esas condiciones, es imposible verificar desde un punto de vista científico su teoría. ¿Freud deformaba, mentía, decía la verdad? Imposible saber si se equivocaba o si, influido por una u otra teoría, insistía demasiado sobre algunas cosas. El único relato de sus psicoanálisis era él mismo".
La entrevista, consultable en la edición digital de La Nación del 14 de septiembre, es muy extensa, y en ella Borch-Jacobsen no se ocupa únicamente de Freud, también de Lacan y de la situación general del psicoanálisis en el mundo. Situación desastrosa.
El XXI será, ya lo es, el siglo de las neurociencias. Tal vez, con un poco de suerte, sea también el de la verdad. Al menos, en algunos campos.