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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

La periodización de la historia

Si usted pudiera preguntar a San Bernardo de Claraval, a Alcuino de York o al Dante en qué momento de la historia se encontraban, ninguno de ellos le respondería que en la Edad Media. La periodización de la historia, tal como hoy la conocemos, es una creación de la modernidad, adaptada entre el XIX y el XX con la introducción de la llamada Edad Contemporánea, así, con mayúsculas.

Si usted pudiera preguntar a San Bernardo de Claraval, a Alcuino de York o al Dante en qué momento de la historia se encontraban, ninguno de ellos le respondería que en la Edad Media. La periodización de la historia, tal como hoy la conocemos, es una creación de la modernidad, adaptada entre el XIX y el XX con la introducción de la llamada Edad Contemporánea, así, con mayúsculas.
El Dante.
El invento corresponde en partes más o menos iguales a la Ilustración y al Romanticismo. Es Goethe quien inventa la Antigüedad tras su viaje a Italia, y a partir de ahí se monta el resto. Lo que los que hicimos el bachillerato de modelo francés en América Latina estudiábamos en cinco cursos, por orden de aparición: en el primero, Historia Antigua (Oriente, Grecia y Roma); en el segundo, Historia Medieval y Moderna; en el tercero, Historia de América, ya situada casi por entero en la Edad Conteporánea, tema del quinto y último curso; en el cuarto, Historia local, empezando por la colonial.
 
No era gran cosa, pero la abolición de ese orden por la Logse, con la introducción de las Ciencias Sociales, en las que la Revolución Francesa aparece antes que las Cruzadas, acabó con la idea de progreso que aquella sucesión transmitía. Puestos a una historia teleológica, es decir, con una finalidad, la noción era importante, y lo sigue siendo, desde luego, para los que pensamos que todo esto que nos pasa tiene algún sentido.
 
Pues bien: Marx, como buen romántico, se montó sobre esa periodización y la convirtió en una serie ordenada de modos de producción: el antiguo o esclavista, el feudal, el capitalista y, last but not least, el socialista, que acabaría con la lucha de clases que había movilizado a todos los anteriores y con el cual acabaría la prehistoria, ya no la historia, como pretendía Hegel. El modelo es enormemente eficaz, sobre todo desde el punto de vista didáctico, y eso lo hizo fácilmente divulgable y, lo que es más, vulgarizable.
 
Claro que estaba lleno de agujeros. El primero y más evidente es que sólo sirve para Occidente: es tan eurocéntrico como todos los precedentes, aunque incluya en el capitalismo a las Neoeuropas (el término es de Jaime Naifleisch) de América, que, en efecto, han formado parte de Occidente desde su nacimiento. Por eso en su madurez intelectual (de la otra no vale la pena ocuparse en el caso de Marx) andaba el hombre ocupado en el desarrollo del modelo de lo que llamó "modo de producción asiático", con lo que, consciente o no de ello, abría la puerta de la diferencia, excluyendo a una parte importantísima de la humanidad del desarrollo de la especie, más o menos igual en todas partes, pese a las apariencias. Hasta el capitalismo chino actual es perfectamente encuadrable en la periodización clásica, a poco que se introduzcan algunos matices categoriales (yo lo defino como "economía de plantación industrial", teniendo en cuenta la baja intensidad de capital y la situación de semiesclavitud en que trabajan los chinos).
 
Lenin.Pero esa exclusión, aquellos polvos metafísico-económicos, trajo estos lodos. Los soviéticos, ni cortos ni perezosos, advirtieron las posibilidades políticas de esa insuficiencia y decidieron incorporar a la lucha contra el capitalismo a "los pueblos colonizados en busca de autodeterminación" y al "campesinado de los países del Tercer Mundo", de modo que cupieran en su proyecto. Así surgieron engendros como el cubano. La cosa no empezó con Stalin, sino con El desarrollo del capitalismo en Rusia de Lenin, clásico y equívoco, que es un despropósito destinado a justificar a Marx mediante la afirmación, a todas luces falsa, de que la primera revolución obrera se daba en un país capitalista desarrollado: Rusia no lo era ni lo es, pese a las apariencias, en primer lugar porque sólo cabe hablar de desarrollo allí donde se han instaurado los valores de la democracia liberal y se ha superado el Antiguo Régimen. Hasta España ha logrado lo que no ha logrado Rusia, que persiste en un zarismo más o menos evidente desde siempre, pese a la enorme gama de recursos que posee: el hecho es que la economía rusa de hoy mismo es claramente tercermundista, asentada sobre la exportación de materias primas y energía a Europa; por eso, además de su espíritu chamberlainiano, la UE acaba de tragarse el sapo osetio por iniciativa francoalemana.
 
En esta trampa teórica se ha fundado el éxito del marxismo, y de la noción de revolución construida sobre las injusticias y la sangre de la francesa de 1789. Por eso, y no por su valor descriptivo, que no es creación de Marx, ha perdurado como norma teórica.
 
En estas consideraciones se basa la idea de que el marxismo será superado a corto plazo (en términos históricos) y se explica la necesidad imperiosa que algunos han sentido y sienten de actualizar y completar la periodización clásica con majaderías tales como la posmodernidad o la era postindustrial. Es probable que nosotros estemos viviendo lo que en un futuro no muy lejano será la Edad Media o algo parecido, y que los estudiantes del porvenir no hablen de Gran Guerra y Segunda Guerra Mundial, sino de Guerra Civil Europea, como propone Nolte. (Una guerra civil que, a mi entender, no va de 1914 a 1945, sino de 1870 a 1989, por el momento, aunque aún esté por resolver el nudo rusogermano).
 
Lo que podamos elaborar ahora, que no es poco, sólo será una contribución al relato que está por llegar. Stendhal, en el comienzo de La cartuja de Parma, propone la cuestión de la inconsciencia de la historia: Fabrizio, el protagonista de la novela, viene de Waterloo y, como es lógico, ignora dónde ha estado y qué ha ocurrido en esa batalla, en la que él ha participado por razones que no son las que ahora podemos atribuirle. Pocos años más tarde, Stendhal ya sabe lo que sucedió allí. ¿Pero lo sabe realmente? Porque hoy hacemos una lectura de Waterloo que difiere mucho de aquella: Stendhal, bonapartista confeso, sólo ve la caída de una posibilidad cierta de la Ilustración, como nuestros afrancesados. Hoy sabemos algo más, sobre todo desde el punto de vista del liberalismo, al comprender qué fue la Santa Alianza, y entendemos que la Revolución Francesa no se realizó ni por asomo entre 1789 y 1796, y que llevaría más de un siglo institucionalizar lo mejor de su herencia posible.
 
El marxismo está condenado porque la periodización romántica de la historia es a todas luces insuficiente. Y sería bueno, si pensamos contribuir a la construcción de una nueva historia, que sólo estará terminada dentro de un par de siglos, cuando también para ella ya sea tarde, sería bueno que empezáramos a pensar a ese respecto. Las nociones de Era Cristiana o Período Judeocristiano no serían malos comienzos para releer Europa.
 
 
vazquezrial@gmail.com
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