Aun así, las encuestas previas a las elecciones daban la victoria al PP, y esa intención de voto está corroborada por el voto por correo —previo a los atentados del 11M—, que otorga al PP 8 puntos de ventaja sobre el PSOE.
En otras palabras: la opinión pública ha permanecido sustancialmente contraria, como lo demuestran todas las encuestas realizadas, a la intervención o al papel del Gobierno español en Irak; pero esa posición en contra no llevaba a un cambio de tendencia tan importante como el que se produjo tras los atentados y los hechos subsiguientes. Quienes decían que la guerra de Irak era un tema amortizado antes de los atentados no tenían toda la razón, pero tampoco se alejaban mucho de la realidad.
Otra hipótesis sobre el vuelco electoral ocurrido entre el 11 y el 14 de marzo se centra más en el atentado y en la gestión del atentado. Digo “gestión del atentado” porque desconocemos ya para siempre cuál pudiera haber sido la actitud del electorado si el Gobierno hubiera gestionado la crisis de otra manera (convocando el Pacto Antiterrorista, o incorporando de algún modo al PSOE a la respuesta política ante lo sucedido el 11 M) y, evidentemente, si los partidos de izquierda y el grupo PRISA no hubieran lanzado la campaña de manipulación, difamación y violación de la legislación que organizaron entre el 12 de marzo y el día de las elecciones.
En esta hipótesis, el vuelco electoral se produciría no tanto a consecuencia de la Guerra de Irak, como de lo ocurrido tras el atentado. Se puede interpretar el hecho como una victoria o incluso como un triunfo de las tesis de la izquierda española, que hubiera encontrado la forma de dar cauce al descontento previo de la opinión pública por el apoyo a la intervención en Irak.
Pero no es obligatorio interpretarlo así. El vuelco electoral se podría interpretar también como una expresión de desconfianza ante las explicaciones del Gobierno y ante su ingenuidad o su poca capacidad de respuesta, o incluso ante su incapacidad para ofrecer a unos hechos tan tremendos una respuesta auténticamente nacional, que se habría obtenido de haber integrado al principal partido de la oposición en la actitud oficial.
En este caso, la perspectiva sobre la guerra de Irak, la participación española y la futura política internacional del PSOE cambia sustancialmente. De ser cierta esta hipótesis, la opinión pública española no se sentiría insolidaria de la guerra contra el terrorismo, ni estaría atemorizada por una participación prolongada en esta lucha, sino que habría manifestado su descontento ante unos hechos puntuales, como los ocurridos tras los atentados.
De aquí se deducen varias cosas. La primera es si la opinión pública ha respaldado con tanta claridad como parece creer Zapatero la retirada de las tropas españolas de Irak. La retirada pura y simple tiene un componente de rendición moral evidente, que puede servir de argumento creíble y eficaz para quienes están en contra de ella, tanto dentro del PSOE como desde la futura oposición del PP. Zapatero, por tanto, se estaría moviendo en un terreno muy resbaladizo si continuara con su decisión de retirada —o rendición— a todo trance.
En segundo lugar, la opinión pública española podría no responder bien a un discurso tan simplistamente antiamericano como el que ha mantenido el PSOE hasta ahora. Ni le servía al PSOE para llegar al poder antes del 11 M, ni le habría servido para llegar al poder después, excepto en esa franja minoritaria de radicales neocomunistas y postmodernos que se manifestaron el día 13 y sobre los cuales mal puede fundarse la política de una país como es España. Seguir manteniéndolo ahora que está en el Gobierno le llevaría a un callejón sin salida en el terreno de las relaciones internacionales, y probablemente también ante la opinión pública española, incluido una parte sustancial de su electorado.
En tercer lugar, e incluso en el caso de retirada de las tropas españolas y por tanto de ruptura de la alianza internacional contra el terrorismo, cabe preguntarse hasta qué punto una política de acercamiento demasiado claro al eje franco-alemán responde de verdad a la voluntad de la opinión pública española. Es obvio que el resultado de las elecciones ha cambiado la relación de fuerzas en la Unión Europea, pero también aquí Zapatero debería moderar sus entusiasmos pro franco-alemanes, porque no está claro que la política que se le haya pedido es la de sumisión a los dictados de la “vieja Europa”.
Por último, cabe hacer una reflexión sobre la propia situación moral de la sociedad española. Los españoles llevan conviviendo con el terrorismo mucho tiempo, y saben el significado de determinados gestos. Puede que algunos de estos gestos sean bienvenidos en algunas zonas de España, como Cataluña o el País Vasco. No lo es tanto que Zapatero haya recibido un mensaje tan claro como parece suponer acerca del diálogo y el talante. Es otro terreno en el cual cualquier prudencia es poca.
En resumen, a medida que se vaya disipando el estruendo provocado por los atentados y lo sucedido después, la situación puede ir volviendo a un cauce mucho más complicado para el PSOE de lo que en los primeros momentos los socialistas quisieron creer. España no está perdida todavía.