Sordo, ciego y mudo ante las voces de los simpatizantes, de los militantes, que son muchos, y de la gente sensata en general, que quisiera ver a Zapatero escuchando cantar a Sonsoles y no gobernando, don Mariano, a quien después de dos derrotas electorales ni se le ha pasado por la cabeza dejar los trastos en manos más eficaces que las suyas, se ha tomado su tiempo para convocar un congreso partidario en el que triunfarán los barones y se irán quedando cada vez más afuera los elementos más valiosos de la organización, los que todavía son coherentes con sus ideas.
Rajoy quiere, tal vez porque alguien se lo sugirió y él no fue lo bastante crítico, un PP cada vez más parecido al PSOE, olvidando que las semejanzas de estructuras acaban por ser semejanzas de fines. Quizá piense el hombre en un partido en el que las rebeldías molesten menos que un mosquito: si al PSOE no le han hecho daño Gotzone Mora y Rosa Díez, tampoco tendría que hacérselo al PP la rebelde Luisa Fernanda Rudi, que la semana pasada se abstuvo en la votación por la garantía del suministro de agua a Barcelona. Por no hablar de Esperanza Aguirre, tan directa siempre, que no tiene, por mecánica de aparato, los compromisarios suficientes para presentar una candidatura alternativa a la del gallego. Hay que acabar con esa gente tan molesta, aunque tenga apoyos que muy bien pueden perderse en las próximas elecciones. Y aunque el único beneficiario real de una disputa entre Rajoy y Aguirre sea el ahora sorprendentemente silencioso Ruiz Gallardón.
De paso sea dicho, don Mariano, lector de Marca, como sabemos desde la campaña de 2004, ha mandado al infierno de los partidos inexistentes a los liberales y a los conservadores, y ha acusado a Esperanza Aguirre de socialdemócrata, ignorando su manifiesta condición liberal, olvidando, si es que lo sabe, que el paradigma de lo socialdemócrata en el PP es el alcalde de Madrid: tanto, que con él en el Gobierno central apenas se notaría la diferencia y el régimen continuaría indemne.
Dicen por ahí que Aznar está preocupado por la deriva del partido que él creó y llevó al poder integrando en su dirección a personajes tan dispares como don Manuel Fraga y Rodrigo Rato, por sólo mencionar extremos. Esa obra de infinita delicadeza y negociación diaria con todas las partes, que reunió a ex ucedistas con demócrata-cristianos, liberales, conservadores, socialdemócratas y gentes de tendencias menos fáciles de definir, corre el riesgo de venirse abajo cuando Rajoy truena que cada uno se vaya a su partido, dando además la impresión de que no sabe cuáles son los partidos reales o de que preferiría que hubiera veinte, para mayor regocijo del bobo solemne, al que no está haciendo oposición. ¿Cómo no va a estar preocupado Aznar? Y yo, y usted, querido lector, que ve que, tal como están las cosas, hay zetapismo para largo.
Yo he hablado hasta el hartazgo en esta columna de la necesidad de líderes, más que de dirigentes. Felipe González, que es un líder, mal que nos pese, dio vuelta el resultado electoral en Cataluña con un acto fuera de campaña que dio finalmente al presidente los votos de los inmigrantes. Daniel Sirera, inteligente y bien posicionado respecto de la identidad y los objetivos del PPC, soportó una campaña distorsionada por las ambiciones de la ambiciosa e ideológicamente indefinible Montserrat Nebrera, que dice que se afilió al partido para llegar a ser su presidente, como si uno se hiciera sacerdote sólo para llegar a Papa. En el PP hay líderes, pero nadie les hace caso en la dirección. Esperanza Aguirre gana las elecciones por sí misma, e incluso cabría pensar que, últimamente, las gana contra Rajoy y, desde luego, por encima de Ruiz Gallardón.
En este no estar del PP empiezan a pasar cosas preocupantes: columnistas de derechas de toda la vida aplauden a Carme Chacón, independentista confesa (acuñó el célebre "Todos somos Rubianes") que ahora tiene a su ex jefe, Celestino Corbacho, como par en el gabinete ministerial. ¿Se acuerdan ustedes de quién es este hombre? Es el que dijo, en los inicios del Tripartito catalán: "Una vez terminada la reforma identitaria [sic], toca la reforma social". Desde luego, él, tan extremeño como Montilla andaluz, se hizo su reforma identitaria como quien se hace el harakiri, y es el más catalán de los catalanes que en el mundo ha habido. Pues bien: a casi todo el mundo le ha sorprendido agradablemente el hecho de que haya una ministra de Defensa embarazada y campante por los cuarteles y los lugares de destino oenegeicos de nuestro Ejército. Y de Rajoy nadie se acuerda en ese momento.
Hay que esperar al congreso del PP del verano para saber si hay oposición o no hay oposición, y quién la integra y cómo se expresa. Los cambios de Rajoy en el equipo parlamentario no son lo mejor de lo mejor, y Soraya no es lo que se dice una vieja fajadora destinada a ser challenger de la vicepresidenta: resulta más bien como si yo desafiara al campeón mundial de los pesados. Caras nuevas, ninguna, como no sea la de la Nebrera. Caras viejas y añoradas, menos. Acebes y Zaplana se han situado fuera, cosa que no hubiera estado del todo mal hace un año, no después de las elecciones.
El velatorio de Calvo-Sotelo fue una especie de ceremonia fúnebre de la Transición, con el discurso de esa sobrina sonriente, la ministra socialista Cabrera Calvo-Sotelo, que rara vez usa su segundo apellido, y las caras largas de los que ya no van a volver a estar. ¿Tendrían presente que el finado se había comido nada menos que un golpe de estado, el del 23-F, y que pese a ello había gobernado y hasta hecho aprobar una ley de divorcio?
El PP, por otra parte, se asemeja cada vez más al PSOE en lo tocante a estatutos, naciones y autonomías, barones de por medio. ¿Es que no hay más posibilidad que la de gobernar con los nacionalistas y como nacionalistas? Debieran recordar los populares que, en la medida en que esa semejanza aumente, pasarán a integrar el régimen peroniZta y serán incapaces de defender la unidad de la nación española. Ya se han hecho concesiones lingüísticas, fiscales, simbólicas y, desde luego, éticas en los últimos cuatro años.
Julio Anguita se ha presentado hace unos días en La Noria de Jordi González para explicar su regreso a la política, con un discurso de ortodoxia comunista años 50. Le preguntaron por su hijo muerto en Irak y se limitó a hablar de su gran dolor. Nadie mencionó a José Couso, y yo tuve que interrogarme acerca de lo que hubiese sucedido si a Julio Anguita Parrado le hubiese matado un misil americano y no uno iraquí. Rosa Aguilar ha dejado el PC: ¿optará por el PSOE? Ella no es Anguita, no tiene ortodoxia a la que regresar. Y sospecho que a los dos, Anguita y ella, la unidad de la nación española les importa lo mismo que a Rubianes.
Por el momento, la única oposición verdadera es la que hace Rosa Díez. Sería interesante aprender algo de ella. Por ejemplo, a sostener principios, después de que Alfonso Guerra votara a favor del Estatuto de Cataluña.