Están dedicados a ello opinadores de toda laya, escritores incluidos. Están más preocupados por los efectos que la instalación de Adelson tenga sobre nuestras costumbres que por los que puedan surtir las declaraciones de Javier Guerrero, su chofer y ese tal Chaves que, como presidente de la Junta de Andalucía, no encontró momento para conocer personalmente a su director general de Trabajo.
Ya sé que la pretensión de la humanidad actual es la de acabar con todos los males, y no seré yo quien diga ahora que prostitución y juego habrá siempre, tan sólo porque siempre los ha habido. Quizá se logre con el tiempo erradicarlos, de España y de todas partes, pero no parece ser éste el momento.
La verdad es que Mr. Adelson no ha inventado el pecado ni las bajas pasiones, que corren por aquí desde hace mucho, como consta en nuestros clásicos. Más aún: ni siquiera ha propuesto abrir macroburdeles como los que ya existen, y no ponga usted cara de no estar enterado: la prostitución se da por supuesta en cualquier entorno de casino, no hace falta formalizarlo en un contrato ni pedir tajada para la empresa. ¿Es riesgoso? Sí, claro. Pero ya hay tíos que contraen el sida o se suicidan por el amor de una perdularia conocida en una barra americana de cualquier barrio o cualquier carretera, sin necesidad de que venga el amigo americano a presentarlos. Hasta el chofer de Guerrero podría dar cursos al respecto.
En cuanto al juego, no hay ludópata que no considere que España es un paraíso. Bingos, casinos, tragaperras de café para amas de casa, loterías de toda clase, abundan más que algunas nobles especies animales autóctonas. Vamos, que los hay por doquier. Tampoco para esto hace falta Adelson. Ya se puede dejar el salario o el dinero de los eres cualquiera que lo desee en una timba de la categoría preferida.
Todo lo demás es moralina, es decir, hipocresía. No cualquier hipocresía, desde luego, sino hipocresía de la mejor: hipocresía antiimperialista. Y, si me apuran, hasta antisemita, porque la prensa se ha encargado de difundir el hecho, al parecer nada anecdótico, de que Adelson es judío, igual que Bugsy Siegel, el padre mafioso de Las Vegas, al que conocemos con la cara de Warren Beatty en el cine. Y sí, hubo mafia judía. Lo contó Sergio Leone en Érase una vez en América, y lo conté yo en Las leyes del pasado. Hasta en eso los judíos son como cualquier otro pueblo. Pero sobre ellos no está de más recordarlo. Si Adelson se llamara Corleone, la cosa llamaría a la risa, pero como se llama Adelson hay que recordar que tiene excelentes relaciones con el gobierno israelí (no falta quien diga, sea verdad o no, que es un benefactor del Estado). Por supuesto, aunque seguramente son mejores las que mantiene con el gobierno chino, al que ha dado mucho de comer y del que ha comido mucho: hay más chinos que israelíes, que yo sepa.
Me encantaría que la izquierda reaccionaria se pusiera a pensar un poco en el papel que hace al reclamar puritanismo a deshoras, pero ya se sabe, es imposible, carece de sentido del ridículo.