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LA POLÍTICA A PESAR DE TODO

La maldición de Babel

Y entonces Moratinos descendió de la montaña para embrollar el lenguaje y confundir a la ciudadanía. Esto fue lo que dijo: “Ea, pues, mezclémonos entre la gente y confundamos sus lenguas, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo”. A un país semejante se le llamó antaño Babel. Lo de España hoy no tiene nombre.

Y entonces Moratinos descendió de la montaña para embrollar el lenguaje y confundir a la ciudadanía. Esto fue lo que dijo: “Ea, pues, mezclémonos entre la gente y confundamos sus lenguas, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo”. A un país semejante se le llamó antaño Babel. Lo de España hoy no tiene nombre.
Los nuevos nacionalistas valencianos reclaman la "devolución" de la Dama de Elche
La habilidad plenipotenciaria de Miguel Ángel Moratinos para marear la perdiz es cosa sabida y probada. Por algo es diplomático; rudo y un tanto chusquero, la verdad, pero diplomático de carrera al cabo. Curtido en mil paces, sin consumar ninguna, sea en el corazón de Europa, en el Oriente Próximo, o en la profunda África, no pierde la fe quien no quiere ser infiel ni occidental, sino hijo de la Montaña y hermano del Sol y de la Luna. Tras pasar por la ONU, de aquellas cumbres ha bajado Moratinos con el fin de crear cizaña entre los españoles. Ahora a cuenta de las lenguas “nacionales” en España y su cooficialidad en las instituciones europeas. El torpedo esta vez lleva acento valenciano. ¿Cuál es la iniciativa de nuestro conspicuo ministro de Exteriores? Que la lengua valenciana, junto al resto de las lenguas declaradas oficiales en España, se estampe en la Constitución europea y sea reconocido su uso en igualdad de condiciones con las otras diez mil que se hablan en el viejo continente. Ocurre que no sólo España es ente público y plural; también la vieja Europa lo es, y por eso habla tantas lenguas. Sus políticos y representantes las han de emplear para dar ejemplo. Cuantas más lenguas y cuanto mayor diversidad cultural, mejor.
 
Que esto no se lo cree ni Moratinos es cosa segura. ¿Por qué propone, entonces, semejante trabalenguas? Miremos hacia el noreste, porque con Cataluña y el Tripartito hemos topado.
 
Las deudas y los compromisos del actual Ejecutivo estacionado en doble fila en La Moncloa con los socialistas, comunistas, ecologistas, nacionalistas, independentistas, etcétera catalanes son enormes, y a menudo no saben bien cómo solventarlos o sacudírselos de encima. Moratinos y compañía son conscientes de que satisfacer sus reclamaciones sobre la oficialidad europea del catalán no se la va a aceptar Chirac. ¿Cómo salir del aprieto? Del modo en que los socialistas son maestros consumados: dividiendo a los españoles. En esta ocasión, a valencianos y catalanes, que se quieren tanto, y comparten el idioma y el agua como buenos hermanos. He aquí la renovada versión del café aguado: si se desea elevar el catalán al Parlamento europeo, que conste que no sólo van detrás el español, el vasco y el gallego, sino también el valenciano. Al norte y al sur del Ebro braman los políticos. El tema de la denominada “unidad de la lengua” levanta ampollas desde hace décadas entre valencianos y catalanes. Ahora, una vez reavivado el conflicto, brinda el diplomático Moratinos el remedio envenenado: que se reúnan las partes, dialoguen y se destripen entre sí. Convóquese, pues, una reunión al efecto para así encontrar fórmulas de consenso, y a otra cosa. Por lo que a él respecta, el caso está resuelto y cerrado. Da un portazo y lanza sobre los afectados la siguiente advertencia/confesión: “cambiar el reglamento lingüístico de la UE es una tarea muy compleja y el debate del valenciano complica aún más la oficialidad del catalán.” Hasta aquí, todo normal. Los socialistas en su sitio y los catalanistas a lo suyo.
 
Pero lo realmente llamativo (no digo “sorprendente”) del asunto ha sido la reacción de la Generalidad valenciana, gobernada, como se sabe aunque se note poco, por el Partido Popular de la Comunidad Valenciana (PP-CV). A orillas del río Turia, los populares tampoco cumplen adecuadamente con su función de partido nacional, no nacionalista, en una parte de España. Esta vez, otra vez, los populares valencianos han caído en la trampa de querer ser más papistas que el papa, de apropiarse de una reivindicación que no es la suya, es decir, de sus votantes. De esforzarse por ser más regionalistas y particularistas que los nacionalistas, aunque sin la astucia socialista de Maragall y Montilla, que consiguen ser en la práctica más independentistas que ERC. De anhelar, en fin, ser más progresistas y modernos que nadie.
 
¿De qué reacción hablo? Veamos algunos ejemplos y titulares de prensa: “El Consell iniciará una ofensiva sin precedentes si el Gobierno da marcha atrás con el valenciano”. Para la indignada Generalidad valenciana, preservar la denominación del valenciano es cuestión principal que representa la defensa de la “identidad de la Comunidad”. La Academia Valenciana de la Lengua, por su parte, irritada por haber comparado Carod-Rovira el valenciano con el riojano y el andaluz y dicho que no es más que un dialecto, declara que el valenciano es “la lengua oficial de nuestro territorio” y, de pronto, “que se habla en la mayor parte del Reino de Valencia”. Por todo ello, el valenciano debe estar en Europa, porque no es menos que el catalán… ni que el español. Francisco Umbral ha señalado bien estos síntomas: “Les ha entrado a todos el síndrome del dialecto y se lo curan hablando como en su pueblo”.
 
Con la presión de los socialistas y la ayuda de los muchos gallardones (y gallardonas) que animan sus instituciones, en la Comunidad valenciana “se hace país” como en ninguna otra parte, siempre a costa de España. Unos y otros reclaman a Madrid el busto de la Dama de Elche, porque es “propia”, y los archivos de Salamanca, porque son “de aquí”. Los otros y los hunos planean que la próxima reforma del Estatuto de Autonomía recoja que la Comunidad Valenciana también es una Nacionalidad Histórica. Y, claro, que la lengua valenciana se escuche en La Malvarrosa y en Bruselas, porque todos quieren participar en la invención de Babel. Esta vía ofrece en la Comunidad un panorama de gran diversidad: en la Universidad — en los centros de enseñanza, en general— se emplea el catalán como “lengua vehicular”, así como en la mayoría de actos culturales organizados con fondos públicos; las instituciones y los órganos de la Administración autonómica, usan la “lengua propia”, es decir, el valenciano; mientras la mayoría de valencianos emplean el español para entenderse entre sí y con los de aquí y allá. Valencia ya no es bilingüe. Ahora es trilingüe. En competencia con el español, ya no actúa el catalán, sino el catalán y el valenciano. La estimulación de la “lengua propia” no puede ser más productiva.
 
Julián Marías ha escrito que los españoles (y los hispanoamericanos) debíamos decidirnos de una vez a dejar de ser provincianos, para “no vivir al veinte por ciento, sino al ciento por ciento de nosotros mismos y tomar posesión de esa enorme realidad que es la lengua española y los pueblos subyacentes a esa lengua”. Esto decía en español. Para que lo entendamos todos los españoles.
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