Eso es lo que se lograría al ganar la pelea por la libertad, aun tomando en cuenta que en términos prácticos se han ganado algunas batallas importantes, especialmente desde el colapso de la Unión Soviética, y que hoy podemos palpar la miserable realidad de países como Cuba y Corea del Norte. Incluso hemos sido testigos del retroceso registrado en Alemania y en Francia.
La realidad es que, aun si ofrecemos los mejores argumentos y demostramos cuán superior es la libertad, esto no nos garantiza la victoria. La gente no escoge siempre lo que es mejor para ella, razón por la cual no importa la solidez de los argumentos a favor de la libertad individual; demasiadas personas prefieren tomar atajos, rechazan asumir la responsabilidad por su propia conducta y creen que siempre pueden lograr que el gobierno obligue a otros a cargar con sus responsabilidades.
Los más frecuentes argumentos a favor de la libertad demuestran la eficiencia de las instituciones –el conjunto de leyes y costumbres– que respetan la libertad individual en la provisión de prosperidad y en la concesión a la gente de lo que realmente desea. Aunque positivo, esto no logra convencer del todo a la gente.
La libertad es algo que la gente puede usar para bien o para mal; si la usan para bien no pueden probarlo, y tienen pocas defensas contra las críticas de quienes prefieren un gobierno grande, redistribuidor y restrictivo. Fíjense cuántos nos critican por ser exitosos, si hemos acumulado fortuna, o –en el plano nacional– cuando Estados Unidos se convierte en el blanco de la envidia.
A fin de cuentas, la libertad requiere una defensa moral. Hay que dejar claro que sólo bajo un régimen de gran libertad individual puede uno lograr sus metas personales, prosperidad económica incluida. Por encima de todo, hay que poner énfasis en el hecho de que los individuos deben tomar sus propias decisiones, sea cual sea el resultado. También es vital demostrar que el objetivo de lograr el éxito personal, de conseguir la propia felicidad, es algo extraordinariamente positivo y, también, una buena causa.
Sí lo es, pero mucha gente lo niega, y la mera eficiencia de la libertad no logra vencer las dudas y las múltiples objeciones de los colectivistas y de aquellos que dicen amar al prójimo.
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