De la misma manera, cuando fue evidente que la globalización, en sus dos primeras décadas (1980-2000), había generado un crecimiento y un bienestar nunca antes vistos, la propaganda anticapitalista de la izquierda dio en sostener que, en contrapartida, había exacerbado las desigualdades entre los pueblos. Pues bien, según un documento del Banco Mundial, en todos aquellos países –de los 90 estudiados– que crecieron y prosperaron aumentó el nivel de vida tanto de los ricos como de los pobres. Todos progresaron, pero el rico que ya comía tres veces al día lo notó menos que el pobre que, antes, sólo comía cuando podía.
La desatinada propaganda del socialismo en el campo latinoamericano se sustenta en que, a pesar de que los empresarios agrícolas se vuelven cada día más prósperos, una buena parte de los campesinos continúa sumida en la pobreza. Así las cosas, los Gobiernos tienden a aplicar políticas que priman a la agricultura tradicional frente a la empresarial, pese la menor productividad de la primera. En cuanto a los socialistas del siglo XXI como Hugo Chávez y Evo Morales, abogan por nuevas y más radicales reformas agrarias.
La agricultura de subsistencia, ya practicada por mayas e incas mucho antes del arribo de los españoles, es tan deficiente tecnológicamente hablando que, aunque emplea a un 30-40% de la mano de obra lationamericana, apenas representa el 7% del PIB. Por lo demás, se basa en la sobreexplotación de tierras que fueron expropiadas a sus propietarios y posteriormente cedidas a campesinos sin títulos de propiedad. En las pequeñas fincas, los suelos son muy pobres porque, durante siglos, no se ha practicado la rotación de cultivos.
Las parcelas generadas por las reformas agrarias no rinden lo suficiente para mantener a una familia, lo que obliga a los campesinos a quemar los bosques cercanos y extender las áreas de cultivo. La agricultura empresarial, en cambio, se sirve de fertilizantes, sistemas de riego artificial y maquinaria sofisticada para multiplicar la producción y la productividad de la mano de obra, lo que a su vez repercute favorablemente en el ingreso de los campesinos.
Es absurdo pretender que unos campesinos que utilizan técnicas y herramientas de hace mil años obtengan unos resultados similares a los conseguidos por las explotaciones que se sirven de la última tecnología, que permite a cada trabajador multiplicar por 60 o más veces su producción.
Muy otro es el caso de los trabajadores rurales que consiguen un empleo en una empresa agrícola y aprenden tanto disciplina laboral como a utilizar maquinaria moderna, pues no sólo ven mejorado su nivel de vida, sino que amplían sus horizontes y pueden hacer mejor uso de su libertad.
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PORFIRIO CRISTALDO AYALA, corresponsal de AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario.