El cristianismo ha admitido desde el principio una relación entre religión y política más flexible que el judaísmo o el islamismo, y probablemente de ahí viene la evolución democrática en las sociedades occidentales. Esto quizá ayude a explicar la aparición de los parlamentos medievales, cuya primacía se disputan España (León), Inglaterra e Islandia.
Pero en épocas de amenaza exterior el lazo entre religión y política se volvió más estrecho y rígido. Esto ocurrió en la España medieval, por ser país de frontera con el expansionismo islámico durante casi ocho siglos, gran parte de los cuales ensombrecidos por el peligro de una derrota completa. La Reconquista significó la lucha por preservar o recobrar la herencia cultural y política romano-gótica frente al Islam, herencia concretada en la religión cristiana, que a su vez se reflejaba en todos los órdenes de la sociedad, desde la concepción de la familia, a la libertad personal o determinados frenos al poder político, pasando por la cocina y mil usos de la vida cotidiana. A menudo se olvidan estos factores, que sin embargo ayudan a explicar cómo unos reinos mínimos y materialmente insignificantes frente al poderío muslim llegaron a vencerlo y expulsarlo de la península, haciendo retroceder por primera vez la marea islámica desatada en el siglo VII.
La victoria de la Reconquista no alejó a España de la línea de frontera. Desde el norte de África el hostigamiento a las costas españolas, la piratería y el comercio de cautivos eran constantes, y simultáneamente el auge del poder otomano, al otro extremo del Mediterráneo, pesaba sobre la Península ibérica e Italia, arruinando el comercio de la corona de Aragón, y aspirando a invadir de nuevo la Península ibérica, mientras en la propia España persistían grandes bolsas de musulmanes inasimilables. Estas circunstancias empujaban al estado a buscar la mayor homogeneización religiosa posible, como seguro frente al peligro exterior.
Desde el punto de vista meramente económico, los musulmanes de España constituían una fuente de beneficios para los magnates y la corona, pero también un evidente peligro político y militar pues, desde luego, aspiraban a ser ellos quienes volviesen a dominar el país con ayuda de sus hermanos de ultramar. Tampoco las minorías hebreas ofrecían confianza, a pesar de las considerables rentas extraídas de ellos.
Y por si la amenaza otomana y berberisca fuera insuficiente, en las partes de Europa más alejadas del peligro estalló la escisión protestante, que originó violentas guerras civiles en el centro de Europa y en Francia. Una situación semejante en España habría echado por tierra en poco tiempo la obra reconquistadora de ocho siglos. Para España era fundamental evitar tal cosa, y al mismo tiempo combatir el protestantismo en la retaguardia. Tanto más cuanto que los protestantes, pero también el católico rey de Francia, no dudaron en buscar la alianza y la acción de conjunto con los otomanos contra los Austrias, que habían asumido la defensa de la Cristiandad frente al avance musulmán.
El fenómeno de la Inquisición española debe ponerse en ese contexto, cosa que rara vez observamos. Se la coloca, en cambio, en una situación de pugna un tanto abstracta por o contra una libertad religiosa que no existía en ningún país europeo. Las inquisiciones protestantes, aunque menos duraderas, fueron mucho más sangrientas, no obstante lo cual la propaganda protestante ha tenido un increíble éxito en presentar a la española como la culminación de la crueldad y la maldad en la historia humana hasta el siglo XX. Esa actitud no halló correspondencia en España, por lo general. Como señala William Maltby hablando de la leyenda negra en Inglaterra, "No pocas de las acciones de España fueron terribles, pero ninguna razón permite suponer que fueran peores que las de cualquier otra nación. Además, no parece haberse desarrollado la correspondiente anglofobia en España, donde los informes eran mucho más moderados, por más que nadie puede negar que los españoles tenían tantas razones para estar descontentos de los ingleses como los ingleses de ellos". Esto puede extrapolarse a todo el mundo protestante y a Francia. Por ese incondicional y masivo ataque propagandístico, la Inquisición ha quedado como el símbolo por excelencia de la España del siglo XVI, concentrado de crueldad y oscurantismo, y la imagen ha tenido tal éxito que, como observan algunos autores useños con sorpresa, buena parte de la historiografía española, por lo común la más mediocre, la ha aceptado e incluso le aporta su propia contribución.