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GLOBALIZACIÓN

La importancia de llamarse Yuan

Si sólo hace veinte años alguien hubiese leído en un titular de un periódico que la situación de la economía mundial podía depender del tipo de cambio del yuan, de entrada pensaría que se trataba de un error de imprenta y, después, comprobaría la fecha para saber si tenía entre las manos el número del 28 de diciembre.

Pero la semana pasada toda la prensa encabezó así sus informaciones sobre la reunión del FMI en Dubai, y nadie reaccionó de ese modo. La razón es que hace veinte años el tipo de cambio del yuan era una curiosidad que únicamente interesaba a los grandes jugadores del Trivial, y hoy es el precio de la moneda de la sexta economía del planeta.

Hacia 1950, cuando empezó la segunda globalización (la primera comenzó en 1870 y terminó el día en el que se disparó la primera bala de la guerra del catorce), en Europa uno de cada dos empleos era generado por la industria. En esa época, el porcentaje de población asiática ocupada en las manufacturas industriales seguía siendo una pregunta difícil de responder en las partidas de Trivial. En la actualidad, la proporción de cuellos azules es simétrica. Tanto en Europa como en los nuevos países industrializados de Asia, el 27 por ciento de los ocupados trabajan en ese sector. Ellos industrializándose y nosotros desindustrializándonos, acabamos de cruzarnos en el camino. Ahora, el 60 por ciento de lo que Occidente exporta al resto del mundo son manufacturas. Y también lo son el 60 por ciento de lo que el resto del mundo vende en Occidente. Por eso que un dólar se cambie por más o por menos de 8,2 yuans ha dejado de ser una preocupación exclusiva de los aficionados a ese juego de mesa.

A estas horas, de cada cien dólares que los gobiernos del mundo guardan en los sótanos de sus bancos centrales por si acaso, setenta están en Asia. El motivo de que los acaparen es que no han olvidado el desplome de sus monedas que provocó, en 1997, la estampida de los inversores globales huyendo del continente a causa de la crisis tailandesa. Sólo hace veinte años hubiese sonado a broma que un problema en la economía de Tailandia pudiera provocar una crisis financiera planetaria. Pero, desde hace veinte años, mientras que el PIB mundial ha crecido a una tasa del 3,5 por ciento anual el comercio de divisas y acciones lo ha hecho al 25 por ciento. De seguir progresando al ritmo actual, se estima que en trece años ya se habrá producido la integración total de todos los mercados financieros. En este escenario, la posibilidad del contagio de las crisis monetarias locales —a causa de la conducta gregaria de los inversores— ya no provoca la risa de nadie. Por otro lado, esa montaña de dólares que guardan por si acaso es lo que permite a China y a los demás países asiáticos mantener artificialmente devaluadas sus divisas para favorecer las exportaciones a Europa y a Estados Unidos. La Unión Europea, que acaba de celebrar como una gran victoria el haber logrado en la cumbre de la OMC de Cancún que nadie ajeno a sus miembros pueda vender una sola lechuga dentro de su territorio, ya ha manifestado que considera intolerable esa actitud de los orientales. Y es que la Unión, que se fijó en Lisboa el objetivo de ser “el espacio más moderno, abierto y flexible del mundo”, será el bloque que menos crezca en los dos próximos años, según el último informe de coyuntura que acaba de hacer público el FMI. De todos modos, si un dólar se sigue cambiando por 8,2 yuans, cualquier previsión pesimista del Fondo se podría ver empeorada tras los escaparates repletos de productos europeos de las tiendas asiáticas.

Estados Unidos, que es la economía más moderna, abierta y flexible del mundo, se verá obligado a ser, de nuevo, el único motor de la factoría global a corto plazo. Por supuesto, Norteamérica continuará recibiendo lecciones por correspondencia desde París y Berlín sobre cómo hay que hacer las cosas, pero su renta per cápita ya no superará en un 40 por ciento a la de los que la miran por encima del hombro desde este lado del Atlántico. No, porque la diferencia crecerá aún más según las estimaciones del Fondo. También como casi siempre, la contrapartida americana a los consejos y las reprimendas será una renovada demanda solvente para los productos que la vieja Europa devendrá incapaz de venderse a sí misma ya que sus renqueantes motores, todos fabricados tras la Segunda Guerra Mundial, se hallan técnicamente en recesión.

Sólo hace veinte años, todo el mundo hubiera pensado en un error de imprenta si un periódico asegurase que una descomunal deuda externa de Estados Unidos tuviera como uno de los principales acreedores a la República Popular China. Pero la semana pasada la prensa internacional recogía el dato de que Pekín ha comprado, sólo en los últimos doce meses, bonos del Gobierno americano por valor de cien mil millones de dólares. Y nadie ha querido imaginar una errata tras esa información. China ha financiado la liberación de Irak comprando esos títulos. Si ahora decidiera venderlos de golpe, forzaría la subida del tipo de interés en América. Si ocurriera eso, la depreciación del dólar podría frenarse de golpe. Y si el dólar de golpe dejara de depreciarse, el igualmente descomunal déficit comercial de Estados Unidos se agravaría también de golpe. Demasiados golpes como para que se pudiera mantener la recuperación global. Lo sabe todo el mundo, incluido el Senado norteamericano, que ahora mismo amenaza con castigar con fuertes aranceles a los productos chinos si no se revalúa el yuan.

Al final, detrás de la maraña de cifras y estadísticas que se están difundiendo desde la cumbre del FMI, se dejan entrever tres evidencias. La primera es que Asia y el yuan, al igual que la globalización y Teruel, existen. La segunda es que Estados Unidos sigue creciendo a pesar de la enorme deuda que ha generado, mientras que Europa sigue haciendo crecer su enorme deuda porque no crece. (Este viernes, 26 de septiembre, cada francés en edad de trabajar debe 70.000 euros que Chirac ha tomado prestados en su nombre. Y tendrá que pagarlos. Con intereses, por supuesto. Eso si no les sube la cuenta su amigo Schröder que, siendo igual de insolvente, acaba de tener la ocurrencia de “lanzar un gran empréstito europeo” para financiar no se sabe qué infraestructuras futuristas). Y la tercera es que ya es imposible para todos volver a las antiguas economías nacionales e independientes, pero tampoco parece que se pueda seguir avanzando hacia otra cosa. Así que, como acaba de escribir desde Dubai un observador académico, “ahora estamos atrapados en el medio”.




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