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CATALUÑA

La hora de caerse del guindo

"El nacionalismo es un movimiento que nace en el siglo XIX con el romanticismo alemán..." Esta frase representa, de manera bastante gráfica, con sus alejadas referencias espaciales y temporales, el escapismo de buena parte de la intelectualidad no nacionalista ante este asunto que inunda hoy en día la política de nuestro país.

Parece como si muchos, ya que en su interior reconocen que no entienden nada, aprovecharan la ocasión para demostrar que en esto de la filosofía de la Historia, si bien no son Hegel, pueden hacer algunos pinitos.
 
En otras ocasiones cuando uno oye opiniones de aquí y de allá sobre "el nacionalismo" ocurre algo parecido a como si hablando de coches apareciera uno que lo supiera todo de faros: los diseños, los tipos de iluminación, los consumos; otro de maleteros: las capacidades y posibilidades que ofrecen los diferentes fabricantes; el de más allá, de tapicerías: materiales, texturas. Pero ninguno cayera en la cuenta de que un coche no sirve ni para iluminar, ni para guardar maletas ni para sentarse cómodamente. Un coche sirve para trasladarse y eso se consigue porque en su interior tiene un elemento llamado motor que hace posible cumplir con su función esencial.
 
Si no nos preguntamos por el motor del nacionalismo, no podremos llegar muy lejos. ¿Cuál es el motor del nacionalismo? De entrada, yo no creo que exista "el nacionalismo". Existen discursos políticos emitidos por grupos mediáticos que tienen sus intereses, y eso que llamamos nacionalismo para mí no es más que el discurso que la oligarquía política de Cataluña ha elegido para justificar su poder. Puede que para la mayoría de la gente corriente, sobre todo para los que viven fuera de Cataluña, sea normal que se le escapen las claves para captar cómo se quema el combustible que mueve la rueda del nacionalismo. Pero a los profesionales de periodismo y de la política que se supone que tienen que observar la sociedad con mucha perspicacia, no se les debería pasar por alto, y tendrían que captar la idea. Sin embargo, parece como si les embargara una apatía inmensa por algo tan elemental como ir a las fuentes, a los medios de comunicación de Cataluña y observar lo que están diciendo un día tras otro. El motor del llamado nacionalismo catalán es la idea de que Cataluña está a mucha distancia del resto de España en niveles de desarrollo y que para seguir impulsando su desarrollo hay que desentenderse de ese país de mediocres y superfluos. No digo que esto sea cierto o no. Digo que la utilización sin ninguna clase de rubor demagógico de esta imagen por parte de la clase política y los medios de comunicación de Cataluña es lo que ha estado alimentando ese nacionalismo. Desde luego, no ha sido "el exacerbado amor al terruño".
 
Se ha estado engañando a la sociedad española sobre la existencia en Cataluña de un nacionalismo moderado, que se dice nacionalista casi como un simple elemento retórico que no tiene mayor importancia. Eso es cierto respecto de la sociedad real. Pero no respecto de su clase política. Y ahora tenemos en el poder autonómico un nacionalismo que ya no necesita decirse moderado y declara abiertamente como objetivo la progresiva desfiguración de España como país unido y homologable a los grandes países europeos. Pero ¿qué diferencias hay entre el discurso de Carod-Rovira y el de Pujol? Esencialmente ninguna. Lo único, que el señor Pujol se callaba las cosas más estridentes cuando le oían desde Madrid, y si además metía entre medio alguna muestra de erudición histórica y moralismo barato, empezaban todos a exclamar su admiración ante tanta prudencia y buen sentido. De hecho, Pujol ha estado otorgando respetabilidad a las premisas con las que se construye el discurso de Carod.
 
El éxito electoral del señor Pujol se ha debido a la identificación que estuvo haciendo entre catalanidad y valores de la clase media, como si la ambición, la perseverancia o el perfeccionismo fueran las características idiosincráticas de los catalanes y de ningún otro colectivo, país o individuo en el mundo. De esa manera regalaba los oídos de los que son culturalmente catalanes y sugería a los que no lo somos que si queríamos progresar en esta vida teníamos que aspirar a ser como los otros. Maragall decía antes de las elecciones que "Cataluña quiere" mandar en España. El señor Carod-Rovira ha escrito un buen número de artículos en que considera a España un país condenado fatalmente al atraso y a sufrir permanentemente regímenes fascistas, por carecer del nivel de cultura política necesario como para llegar a la democracia, con lo que su conclusión es que no se puede aspirar dentro de España a esa democracia que él tanto ansía y que, pobrecito, aún no ha podido disfrutar. El otro día oía en la radio una entrevista con un importante dirigente de CiU que se lamentaba de algo que había dicho el ministro Jaume Matas, creo que en relación a las declaraciones de Zaplana sobre el pacto para el gobierno autonómico, y se preguntaba cómo es posible que él "desde su catalanidad, nosotros que somos latinos ..." (Jaume Matas es mallorquín y para ellos las Baleares ya son tierra conquistada). Son sólo algunos ejemplos con los que pretendo reflejar aquí un escenario mediático monocorde con un esquema mental que considera que Cataluña representa la civilización y la inteligencia, mientras que España representa la inmadurez y la superficialidad, y además de manera incorregible.
 
El problema está en que este discurso despectivo, para mucha gente resulta creíble. Uno de los mayores productores de imágenes de nuestro tiempo, la televisión, lo corrobora tajantemente. El bajo nivel en cuanto a capacidad de elaboración teórica de muchos de los políticos de vocación española, tres cuartos de lo mismo. Y se podrían enumerar muchas cuestiones más. Lo que me lleva a concluir que la verdadera solución que puede dar España a su problema de nacionalismos y evitar su balcanización está en la capacidad que tenga la sociedad española en su conjunto de dar la vuelta a todas estas imágenes y desmentir sin paliativos la demagogia en la que estamos inmersos.
 
 
José Miguel Velasco es presidente de Acción Cultural Miguel de Cervantes.
 
 
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