Cuando la sonda Beagle desapareció del mapa marciano, abundaron los sinónimos de "fracaso". Cuando el todoterreno Spirit ha dejado de dar señales de vida, no se han escondido los análisis de aquellos que opinan que "también estas cosas les pasan a los americanos". El que les escribe fue de los que pensaron en ambos casos que lo verdaderamente reseñable era la capacidad del ser humano para lanzar naves cada vez más precisas y baratas al entorno del Planeta Rojo; de los que se negaron a calificar de fracaso la desaparición del Beagle porque el pequeño accidente quedaba suficientemente eclipsado por el éxito de haber depositado en la órbita marciana una nave de prometedoras facultades como es la Mars Express. Los que no caímos en el derrotismo entonces bien podemos ahora permitirnos no saltar tampoco de alegría ante el último bombazo que nos llega fechado en Marte: la posible conformación de la existencia de agua helada en su Polo Sur, agua que debiera ser permanente si tenemos en cuenta que nuestro vecino está pasando ahora los rigores del cálido verano.
La investigación espacial parece condenada a avanzar a base de golpes de efecto. Sus responsables están sometidos a un atávico complejo de inferioridad ante otros colegas dedicados a investigaciones más lustrosas como la biomedicina. Son conscientes de que muchos de los ciudadanos que sufragan con sus impuestos el empeño por conquistar otros cielos dudan respecto a la necesidad de tamañas inversiones. Nadie se pregunta si merece la pena invertir unos cuantos miles de millones de euros en combatir el cáncer. Pero hasta el último céntimo de la carrera espacial ha de ser escrupulosamente justificado. Y, quizás, con razón.
De ahí que exista en la ciencia astronómica una inevitable tendencia a producir grandes titulares. En el caso de Marte, dichos titulares siempre rondan en torno a una mágica pareja de palabras: vida y agua. Si pudiéramos descubrir indicios de vida en Marte quedarían de inmediato borradas todas las dudas sobre la idoneidad de las misiones enviadas al otro mundo. Y para ello, el mejor camino es encontrar agua.
Lo que la nave Mars Express ha hecho esta semana ha sido dar un paso más hacia la confirmación de ciertas sospechas que fueron debidamente aventadas por la nave estadounidense Mars Odissey en 2002. Entonces, se pudieron detectar dos indicios de la presencia de H20 en el planeta. El primero, la composición de ciertos minerales que, en la Tierra, sólo tienen lugar como parte del proceso de orogénesis relacionado con el agua. El segundo, trazas de hidrógeno procedentes del hielo seco del polo sur que, hasta entonces, se pensaba que estaba compuesto solo por dióxido de carbono. El hidrógeno podría ser una de las moléculas que componen el agua; faltaba el oxígeno.
Las nuevas imágenes enviadas por la recién estrenada Mars Express corresponden a las que deberían tomarse en el caso de que el hielo de dióxido de carbono estuviera mezclado con o junto a hielo de agua. Además, otros datos apuntan a la posibilidad de que algunas moléculas halladas en la atmósfera marciana sean propias del vapor de agua.
Encontrar agua en Marte es fundamental para conocer la evolución del planeta y para determinar si en algún momento de su desarrollo pudo haber albergado vida. Pero, más allá de las especulaciones, lo que parece evidente es que el agua se ha convertido en combustible de la exploración espacial. Si no existe, es probable que ningún gobierno encuentre facilidades para justificar una operación tan arriesgada y cara como es mandar una futura nave tripulada a conquistar el Planeta Rojo.
Por eso es el momento de exigir cautela, sobre todo a los medios de comunicación que tan dados somos a apasionarnos con las quisicosas de la ciencia. La nota de prensa de la ESA sobre el hallazgo de aguja es cualquier cosa menos entusiasta. Cuesta encontrar una referencia directa al agua entre farragosos párrafos dedicados a asuntos técnicos sobre calibrado de instrumentos y espectros moleculares. Las declaraciones de los científicos son, también, de un razonable sosiego: "es demasiado pronto para sacar conclusiones", dicen.
La Mars Express no lleva ni un mes en las cercanías de Marte, ni siquiera ha tenido tiempo de alcanzar su órbita definitiva, las imágenes astronómicas han de ser enviadas a Tierra, procesadas, estudiadas, presentadas en foros científicos, discutidas. Los artículos científicos donde se les da explicación deben ser publicados en revistas de referencia, sometidos a la lupa de árbitros independientes. El proceso es largo. Muchas de las imágenes más espectaculares del Hubble no vieron la luz pública hasta un año después de haber sido captadas.
Sorprende la premura, la seguridad y la prisa en el caso del agua marciana. Ojalá no se haya ido demasiado deprisa. En 1996 el anuncio de que la sonda Clementine había encontrado hielo en la Luna revolucionó el panorama de la divulgación científica. Durante varios días no dejó de hablarse de las implicaciones que el hallazgo podría tener para la carrera espacial, de posibles bases autosostenidas en el satélite, de nuevas misiones tripuladas, de visitas guiadas por Selene... Poco duró el entusiasmo. En realidad, la noticia se desmintió cuando la NASA reconoció que se habían malinterpretado algunos indicios obtenidos por el radar de la nave.
Si el agua no nos nubla los ojos y la prisa no se convierte en mala consejera, es probable que esta vez sí que estemos ante un hallazgo trascendental. Pero nada nos cuesta ser prudentes. Marte se lo merece, Europa se lo merece.