Algunos opinamos, y muchos piensan lo mismo, que había que ser antifranquista durante la dictadura. Y lo fuimos. Pero ser antifranquista treinta años después de la muerte del dictador y de su dictadura constituye una estafa grosera. Los hay que, por mucho que se cambien de ropajes, siguen siendo franquistas; eso sí, con careta de cartón.
Algunos decimos, y muchos piensan lo mismo, que los únicos guerracivilistas, y no sólo de palabra, también y sobre todo con sus hechos criminales, son los terroristas etarras, y que todo lo que conduce a justificarles, administrarles, ayudarles conduce a agravar la tragedia española.
Pero claro, cuando Polanco suelta eso del "franquismo puro y duro" sabe de lo que habla. Él lo fue, franquista, digo, y comenzó a montar su colosal fortuna gracias a las ayudas y mordidas de los Gobiernos franquistas. Y luego siguió chupando del bote con los Gobiernos sociatas. Y, pese a sus hipócritas quejas, no salió tan mal parado con los Gobiernos de Aznar. Pero ha sido con este elemento que nos gobierna, a las órdenes de ETA y de los estatutos, que el Imperio Polanco ha conocido sus mejores momentos.
Claro que Polanco, ayudado por el falangista Cebrián y el maoísta Estefanía, no ha montado su imperio únicamente a base de mordidas gubernamentales: también ha demostrado habilidad comercial y, sobre todo, como se dice en francés, une veine de cocu, que podría traducirse por "una suerte de cornudo" (sin la menor alusión personal, no faltaba más).
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Ahora bien, Zapatero se encuentra en una situación harto difícil, por la oposición creciente de los españoles a su política chabacana y traicionera; y resulta que esa misma política crea tensiones en el seno del PS y, de refilón, en El País.
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Pero pasemos al refocilante conflicto actual. Tras los graves insultos de Jesús Polanco al PP, este partido ha decidido boicotear al grupo Prisa hasta que el Emperador rectifique públicamente. Quiero recordar que quienes iniciaron esa técnica de boicot fueron el PS, el Gobierno y El País, contra Telemadrid. Un detalle. Pasemos.
Ruiz Gallardón, cada vez menos chicha y más limoná, declara que se trata de una situación anómala. Lleva razón, siempre y cuando precisemos que vivimos en una situación política anómala. Porque no es frecuente que un Gobierno español apoye a los enemigos declarados de España, en contra de los españoles.
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Por cierto, y sin ser extremista: tragarse como un pirulí el atentado de Barajas, después de tantos otros, de tantos tiros en la nuca (los etarras nunca dan la cara), liberar a De Juana y amnistiar a Otegui... si a eso se le llama "lucha contra el terrorismo", entonces no existe en la Real Academia, ni en Cartagena de Indias, insulto capaz de definir semejante infamia.
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Todo esto se sabe, y está abundantemente comentado. En lo que quiero insistir, con alegría y danzas en torno a la hoguera comanche, es en la crisis de El País, buque insignia de Prisa. Francamente, yo no sé si el boicot del PP al Imperio será eficaz; a mí, con mi eterna mala uva, lo que más me interesa son los líos que han alcanzado ya a la sala de máquinas de la reacción antiespañola. Y antidemocrática.
Que El País ejerce la censura cuando puede, fuera y dentro de sus páginas, no es noticia. Todos los que han colaborado en ese periódico lo saben, y salvo los limpiabotas como Javier Pradera, Miguel Ángel Aguilar y demás, los otros se quejan; pero claro, en privado, porque hay que pagar el alquiler, la bici del niño, el cáncer de la abuela y el piso de la querida.
Ya hubo un miniescándalo, cuando un crítico literario fue expulsado porque no había hablado como convenía a Alfaguara de una novela de la Casa. Hubo cartas abiertas y protestas, eso el Imperio se lo traga sin demasiados problemas. Pero censurar a Fernando Savater es harina de otro costal. Menos mal que, por ahora, éste resiste y cuelga en internet su artículo censurado contra Zapatero. Y además habla en público, en nombre de ¡Basta Ya!, y dice lo que hay que decir contra ETA y la política cobarde del Gobierno.
Siguiendo con esta incipiente crisis, que todos esperamos catastrófica, en El País, también se da el caso de la expulsión de Hermann Tertsch, lo cual no sólo no me extraña, sino que lo sabía. Ahora bien, si Tertsch se apartaba cada semana más de la línea editorial de los limpiabotas del zapaterismo, no todo lo que escribía me convencía, ni mucho menos. Tenía, por ejemplo, un conformismo progre anti Bush que apestaba, y algunas cosas más. Seamos bondadosos, y esperemos que fuera el peaje que tenía que pagar para seguir escribiendo en ese flamante bodrio.
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En esta euforia malévola me encontraba yo, celebrando los accidentes de tráfico del Imperio, cuando leo en la prensa, hoy 29 de marzo, que la Guardia Civil ha detenido a ocho etarras, y descubierto armas y explosivos; con lo que queda demostrado lo que todo el mundo sabía pero Zapatero y sus limpiabotas negaban: ETA no está ni moribunda ni muerta, sino todo lo contrario: gracias al Gobierno y al PS, ha podido reforzarse y revitalizarse. Claro que, por otra parte, van a intentar aprovecharse de esta operación de la Guardia Civil –con la colaboración, es importante señalarlo, de la policía francesa– para afirmar: "¿Veis cómo luchamos contra el terrorismo?".
Algunas reflexiones, a vuelapluma, porque desgraciadamente habrá ocasión de volver sobre estos temas. La guerra no ha terminado. Es prácticamente seguro que el Gobierno se vio obligado a permitir esta operación, debido a los hechos presentados por la policía francesa, cada vez más activa en la lucha antiterrorista, y, claro, la Guardia Civil. Y es prácticamente seguro que ETA-Batasuna se lo va a cobrar, exigiendo otras concesiones, otras liberaciones, otros contubernios electorales. Y continuaremos en este aquelarre político actual.
El Gobierno está en un callejón sin salida: no puede negarse a todas las exigencias de ETA sin temer nuevos atentados, pero no puede ceder abiertamente sin correr el riesgo de un desplome electoral.