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NORBERG VS. KLEIN

La guerra cultural entre liberales y antiliberales

Malas noticias, el tocho del periodista del New York Times Andrew Ross Sorkin sobre el origen de la crisis económica, es un informe detalladísimo y aburridísimo sobre lo que sucedió en la trastienda de la irrupción, como elefante en cacharrería, del Estado en el sistema financiero estadounidense.


	Malas noticias, el tocho del periodista del New York Times Andrew Ross Sorkin sobre el origen de la crisis económica, es un informe detalladísimo y aburridísimo sobre lo que sucedió en la trastienda de la irrupción, como elefante en cacharrería, del Estado en el sistema financiero estadounidense.

Los principales actores fueron los ejecutivos de Bearns Stearns, Lehman Brothers, AIG, Fanny Mae y Freddie Mac, las instituciones privadas y estatales que crearon el agujero negro financiero e hipotecario, y Paulson y Geithner, los economistas del Estado que pusieron a este al servicio de aquellos.

Gran parte de las conversaciones entre los ejecutivos empresariales y los estatales recogidas en el libro son intrascendentes y repetitivas. Sobre todo porque dejan en el aire la pregunta mourinhiana por excelencia: ¿por qué? Más específicamente: ¿por qué en Wall Street y en un Washington controlado por los Wall Street Boys enfrentaron la crisis siguiendo la plantilla estatista en lugar de la inequívocamente liberal? Como manifestó el senador Bunning en el Comité de Banca (Sorkin, p. 91):

Me inquieta mucho el fracaso de Bear Stearns y no me gusta la idea de que la Reserva Federal haya participado en un rescate de la compañía... Eso es socialismo.

O como planteó, visto en perspectiva con deliciosa ingenuidad, Jamie Dimon, de JP Morgan (Sorkin, p. 349):

Quieren que Wall Street lo pague. Piensan que somos unos gilipollas que ganan demasiado. Ningún político, ningún presidente va a firmar un rescate cuando toda la gente se pregunta por qué habrían de rescatar a unos tipos cuyo trabajo consiste únicamente en hacer dinero.

Si bien Ross Sorkin ha pintado un necesario retrato objetivo, impresionista pero superficial, de lo que sucedió, también se trata de entrar dentro de la caja negra del Estado y revelar los mecanismos económicos, sociológicos y psicológicos que llevaron al equipo económico de Bush, para sorpresa de liberales como Bunning y empresarios como Dimon, a intentar solucionar los efectos del estallido de una burbuja financiera e hipotecaria con la creación de una burbuja estatista todavía más grande.

De eso tendrán que encargarse los académicos. Pero también se está librando una guerra cultural en una dimensión más popular, la de los medios de comunicación de influencia masiva, para convencer a la parroquia de que la culpa de todo este desaguisado la tienen los enemigos. Por ahora va ganando el bando que podríamos denominar antiliberal, con los documentales Inside job, Let’s make money, La doctrina del shock y la película The company men. Por el lado promercado únicamente podemos echarnos a los ojos el documental Sobredosis, basado en el libro del referente liberal sueco Johan Norberg.

Norberg sitúa el inicio de la crisis económica en los atentados del 11-S, que golpearon el sistema liberal-capitalista justo cuando entraba en recesión. Rápidamente hace entrar en pantalla al malo de su película liberal: el todopoderoso jefe de la política monetaria de los Estados Unidos, el presidente de la Reserva Federal, gurú y mago Alan Greenspan. Su crimen fue bajar drásticamente los tipos de interés para activar la economía y mantener bajo el desempleo, todo ello artificialmente. Norberg, por tanto, se sitúa bajo el paraguas teórico de Hayek, el economista de la escuela austríaca tan bien representado en los rap económicos de Papola y Roberts o en los los artículos de Juan Ramón Rallo en Libertad Digital.

Lo que hizo Greenspan fue sentar las bases de una pirámide especulativa construida con dinero fácil y apuntalada por la red de seguridad del Estado, lo que no deja de ser un "riesgo moral" infinito en el sistema capitalista. Se demostraba una vez más que, mientras los comunistas son los que están a favor del comunismo, los capitalistas son los que se cargan el capitalismo. Pero también influyeron los pensamientos económicos innatos de la mayoría de la gente, que lleva a la defensa de mitos como el de que los activos tangibles (casas, oro) son más seguros que los intangibles; y además jamás pueden bajar de precio.

El 17 de junio de 2002 George W. Bush defendió ante las cámaras de televisión que tener una casa propia forma parte del American Dream, noción discutida y discutible que se convierte en una barbaridad cuando obligas al Estado a financiar la casa incluso de aquellos que no van a poder pagarla, dando pie así a la construcción de otra pirámide financiera y a la creación de otra burbuja especulativa. Si en lugar de Alan Greenspan hubiera estado Josep Pla al frente de la Reserva Federal, nada de esto hubiera pasado... Pero el sustituto de AG no fue el ahorrador y austero catalán, sino Ben Bernanke, otro bombero pirómano partidario de la teoría de que el fuego se apaga echándole gasolina. Pues... ¡más madera!, que diría Marx, el humorista yanqui, no el alemán. Hasta que se acabó la madera. Y se acabaron los préstamos, y las empresas financieras de alto riesgo y superapalancadas cayeron...

Entonces pesaron más en el Estado sus instintos paternales y un pánico irracional a la caída de todo el Sistema (en mayúscula, para que impresione más) que la racionaliad económica y la realidad del riesgo moral. Una vez abierta la espita socialista de redistribución de pérdidas a través de la maquinaria coercitiva y recaudatoria estatal, no hubo límites: General Motors y Chrysler, empresas en crisis pero no financieras, fueron subvencionadas a lo bestia por George W. Bush, que además de ser un renacido evangélico también pasó a ser un renacido socialista de esos que ayudan a los pobres multimillonarios (curiosamente, en EEUU solo gritan lo de "socialista" a Obama, que al fin y al cabo solo continuó, como en otros campos, lo que había iniciado el republicano).

En el bando opuesto, Klein cambia a Hayek y Mises por Foucault y Marx (ahora sí, el alemán) para remontarse al 1 de junio de 1951, cuando, según ella, se celebró una reunión secreta entre académicos y agentes secretos para financiar los experimentos de privación sensorial de Ewen Cameron en la Universidad McGill: aplicaba electroshocks a sus pacientes para desestructurar y limpiar en profundidad sus mentes y así poder reconstruirlas desde cero. Los experimentos de Cameron le sirven para la forzada analogía con Milton Friedman, el villano de su historia. Desde su perspectiva, el economista neoclásico y monetarista era una especie de doctor Frankenstein de la economía que provocaba todo tipo de desastres en el mundo para así poder empezar desde cero sus experimentos neoliberales salvajes de desregulación. Y los desastres de los que hace cómplice a Friedman son muchos y variados, naturales y sociales, desde la dictadura de Pinochet hasta la inundación de Nueva Orleans. Viene a decir Klein que cada vez que un socialista daba una subvención, iba Milton y mataba un gatito.

Ambos documentales no son analíticos y de discusión, sino claramente partidistas y de tesis. Por eso es recomendable verlos en paralelo y en contradicción. El duelo de perspectivas lo gana por goleada Norberg, porque la suya está mucho mejor fundamentada que la de Klein. No solo porque esta última cae en el síndrome conspiranoico habitual de las mentes débiles, también por una cuestión moral relacionada con la imagen.

Klein llega a caer en la paradoja sectaria de criticar a George W. Bush por las mismas medidas keynesianas que puso en marcha F. D. Roosevelt contra la depresión del 29. Socialismo braindead en estado puro. Y lo que es peor, incurre en la falacia ad hominem de trazo grueso. Una cosa es que discrepes con las tesis de alguien, en este caso Friedman, y otra muy diferente que lo manipules para presentarlo como lo que no es, cayendo en la infamia y la calumnia. Por ejemplo, Friedman hablaba bien de las crisis en el sentido japonés de que también representan una oportunidad, no como le presenta de forma resentida y torticera la divulgadora canadiense: como si el economista laureado con el Nobel disfrutase con el dolor asociado a las mismas y además quisiera provocarlas artificialmente. Una crisis sería un síntoma de una enfermedad y su manifestación, una ocasión de reconducir la situación. Todavía más divertido, si no fuera patético, es que sostenga que el descalabro económico de Allende, con huelgas masivas de los trabajadores, fue promovido por la CIA y los Chicago Boys; como si Allende no se bastase a sí mismo para convertir en caos económico todo lo que tocaba. Pero esta es la izquierda heredera de Münzenberg: no dejes que la moral te arruine una buena falacia.

 

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