El Desarrollo Sostenible fue definido por primera vez en el Brundtland Report de 1987, conocido como Nuestro Futuro Común, con estas palabras: “desarrollo que cumple las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de cumplir sus propias necesidades”. El principio fue luego adoptado por el Tratado de la Unión Europea de 1992 y por la Convención de Río de Janeiro del mismo año y en la actualidad es un principio ampliamente aceptado en la gestión de los recursos. La idea resulta atractiva y es lo suficientemente sencilla como para asegurar su éxito. Pero cuando más se acerca uno a la idea de Desarrollo Sostenible, especialmente si se le quiere encontrar una aplicación práctica, más se evidencia que no va más allá de un eslogan sin contenido.
En realidad parte de conceptos precientíficos en economía, ya que no encaja con el marginalismo, y vuelve al tratamiento que de las necesidades hacían los economistas clásicos. Además, cumplir las necesidades del presente no tiene un sentido concreto. ¿Qué necesidades? ¿Todas? No se pueden cumplir todas las necesidades presentes, porque nos encontramos con la sempiterna escasez. Por otro lado, si dedicáramos todos los recursos que tenemos a cumplir en la medida de lo posible las necesidades de hoy, los agotaríamos con rapidez para el futuro, y la segunda parte del principio no se podría cumplir. Por tanto, lo que necesitamos es un criterio con el que renunciar a las necesidades inmediatas, ahorrando recursos que sirvan para el futuro.
El mercado libre se forma con una miríada de valoraciones individuales, y las coordina independientemente de cuáles sean estas, pero los defensores del Desarrollo Sostenible quieren encontrar otros baremos distintos. Un criterio cierto, y aprensible, sería el Desarrollo Sostenible estricto o duro, por el que no se podría consumir ningún recurso por encima de su tasa natural de reposición. En el caso concreto del petróleo, esto supondría consumir unos 50.000 barriles al año, o un minuto en los niveles actuales de consumo. En otros casos simplemente no se podrían consumir los recursos, a no ser que cayera algún meteorito en la tierra.
Otros intentos menos absurdos apuntan al mantenimiento de la calidad de vida, pero resulta imposible hallar un baremo viable con distintas culturas, clases sociales, y con gustos y tecnologías cambiantes. Al final, los distintos intentos por perfilar la definición de Desarrollo Sostenible han acabado en un conjunto vago de diversos objetivos. Pero cualquier objetivo tiene su coste, por el principio de escasez, y como ha señalado Wilfred Beckerman, “aquí el concepto de desarrollo sostenible no tiene nada que añadir. De hecho resta del objetivo de maximización del bienestar humano, porque el eslogan de Desarrollo Sostenible parece dar una justificación general para casi cualquier política designada para promover casi cualquier ingrediente del bienestar humano independientemente de sus costes y por tanto independientemente del sacrificio de otros ingredientes de la riqueza”.
Por lo general el eslogan se esgrime para hacer llamadas al sacrificio económico, que son absurdas. Siguiendo al mismo Wilfred Beckerman[1], podemos hacer el siguiente ejercicio: En los últimos 40 años, la tasa anual de crecimiento ha sido del 2,1%. Si hacemos una previsión de crecimiento futuro absurdamente conservadora, por ejemplo el 1,5%, eso implicará que en 2100 (él escribe en 2003) seremos 4,43 veces más ricos que ahora. Con tasas más creíbles esa cifra se podría aumentar a la veintena. ¿Cuánto tenemos que sacrificar el presente para mejorar nuestro futuro, si teniendo en cuenta previsiones muy conservadoras esa mejora será más que sustancial? Pero la absurdidad del planteamiento es más esencial. Porque el tipo de sacrificios que impone el Desarrollo Sostenible según sus partidarios redundarían en un menor crecimiento, y por tanto en menores bienes y servicios para el futuro. La riqueza del futuro se construye a partir de la acumulada previamente, y si la sacrificamos hoy mañana habrá menos con que crear. El principio puede sonar razonable, porque sugiere un ahorro para futuras generaciones; pero no hay que confundir renunciar a la creación de riqueza, lo que en verdad propone el llamado Desarrollo Sostenible, con renunciar al consumo presente a favor del consumo futuro, es decir, ahorrar.
De acuerdo con la Conferencia Económica de las Naciones Unidas para Europa, “para conseguir el Desarrollo Sostenible, las políticas han de estar basadas en el Principio de Precaución. Las medidas medioambientales deben anticipar, prevenir y atacar las causas de la degradación medioambiental. Si hay amenazas de daños serios o irreversibles o falta de certidumbre científica total habrá razones para posponer medidas que prevengan la degradación medioambiental”[2]. Dado que es muy difícil, por no decir imposible, controlar todas las consecuencias de las acciones humanas, el Principio de Precaución llevaría a la inacción total. Toda innovación tendría que estar aprobada por el comité científico-ecologista, que es el verdadero objetivo de proclamar Principio de Precaución.
Pensemos un poco más sobre esto. El desarrollo de las ciudades ha limitado el alcance al que habitualmente ve el ojo humano, lo que ha se ha hecho más agudo con la extensión de la lectura. Dado que el ojo evolucionó para ver con precisión a largas distancias, el que esté forzado a enfocar habitualmente a distancias más cortas que las que prevé su diseño genético ha sido la causa de multitud de miopías. Pero por un lado tendríamos que haber renunciado a la lectura o a vivir en ciudades para cumplir con las exigencias del Principio de Precaución, por ese efecto que en su momento no se previó. Además el desarrollo de la óptica y recientemente las operaciones quirúrgicas han enmendado en gran parte ese problema. Un nuevo ejemplo de cómo una sociedad no sometida a comités políticos/cinentíficos resuelve los problemas no previstos inicialmente por la aplicación de nuevas tecnologías, gracias al libre ingenio humano. El mismo ingenio y el mismo proceso social que ha dado lugar a la solución de un problema sería capaz de solucionar las consecuencias negativas e imprevistas de esta solución cuando aparecieran. Pero no se puede esperar a que un comité científico dé con todas las posibles consecuencias, primero porque no sería capaz de cumplir su cometido y segundo porque detendría el único proceso capaz de hallar nuevas soluciones a viejos y nuevos problemas: la sociedad libre. Otro efecto negativo añadido es que daría un poder enorme a los citados comités, aunque no es descartable que el Principio de Precaución no sea para algunos más que un pretexto ideológico para situarse en una posición de poder que no les corresponde.
En conclusión, los agoreros han estado cantando el fin de los recursos una y otra vez, con sucesivos y minuciosos fracasos que no han destruido, sino aumentado el prestigio de sus predicciones. El error del que parten es una visión estática de los recursos, y al final una falta de familiaridad con conceptos esenciales de la economía, como servicios, productividad, división del trabajo o empresarialidad. La idea esencial es que no queremos los recursos por ellos mismos, sino por los servicios que extraemos de ellos, y la cantidad que podemos obtener no es fija, sino que aumenta con la productividad, lo que ha ocurrido históricamente. Además la teoría económica revela las razones de porqué las sociedades en las que el ingenio humano y la empresarialidad están libres para aportar soluciones a los problemas y las necesidades sociales, son testigos de estos aumentos en la productividad que aseguran el verdadero crecimiento sostenible, sin necesidad de falsos eslóganes. Las propuestas alternativas a la sociedad libre minan las bases del desarrollo y harían aparecer los problemas que erróneamente le achacan. En definitiva y en última instancia, como dice George Reisman, “la última clave para la disponibilidad económica de los recursos naturales es la inteligencia humana motivada, lo que quiere decir una sociedad capitalista”[3].
[1] Bekerman A Poverty of Reason. Sustainable Development and Economic Growth. The Independent Institute, Oakland, Ca., 2003., p 16-18.
[2] Ibid, p 43.
[3] George Reisman, Capitalism. A Complete and Integrated Understanding of the Nature and Value od Human Economic Life. Jameson Books, Ottawa, Ill, 1990., p 65.