Lo grave no está en el disfrute de tantos columnistas con hábitos recibidos del antiguo régimen (el "régimen anterior", sostenía sin rubor Felipe González; era su forma oblicua y tortuosa de decir que el suyo también era un régimen, cosa que la historia viene a confirmar), empeñados en decir que los ultras campaban por sus respetos en las filas del PP. Lo grave es que ahora lo dice el propio PP, por boca de Mariano Rajoy, de centro reformista él mismo, como Fraga u Obama. Porque el PP salió de Valencia/Bucarest transformado, con un jefe que es el mismo que dijo hace poco: "Que se vayan al partido liberal o al conservador".
Yo nunca me afilié al PP, porque, como decía mi amigo José Agustín Goytisolo, nunca jamás hay que afiliarse a un partido, ni siquiera al propio. Cometí esa clase de errores en mi ya remota juventud y lo pagué caro, porque no hay nada peor que hacer saber a la sociedad que uno comparte las ideas de otro, quien sea; porque el otro, que está más arriba en la escala zoopolítica, suele desviarse de sí mismo, como es el caso.
Esteban González Pons ha hablado después del congreso de su partido, del que no sólo salió bien colocado, sino rutilante y con una pasada por el barbero antes de cada frase. Ha hablado para decirle a la Iglesia Católica, nada menos que a la Iglesia, que se piense bien el tema de sus comunicadores, porque la actual legislatura va a ser difícil para la Iglesia y va a necesitar al PP, de modo que no tiene sentido que la COPE no lo apoye.
A buen entendedor, pocas palabras. ¿Qué se cree González Pons? ¿Cree que puede marcar la línea política de los obispos, que ni siquiera están de acuerdo entre ellos, porque los hay hasta separatistas? ¿Cree que puede amenazar a la Iglesia con no apoyarla si a ésta le hace falta su apoyo, lo cual es mucho suponer? ¿No se le ha ocurrido que las cosas son exactamente del revés, que es el PP el que necesita a la Iglesia, y no la Iglesia al PP? ¿Cuántos votos católicos está dispuesto a perder con esta sugerencia matonesca? ¿El millón y pico que acude a las manifestaciones en defensa de la familia, al que habrá que sumar parte de su parentela?
Claro que uno se pregunta estas cosas porque es de extrema derecha, cosa que debe de parecerse, según andan los tiempos, a ser racional. Uno piensa que la Iglesia, con este Gobierno de corte anticlerical masónico que nos ha tocado, sigue siendo (no sé por cuánto tiempo) el único organizador social válido, el único elemento de la sociedad civil que le ahorra cientos de millones de euros al Estado (que probablemente, de todos modos, no se los gastaría) al ocuparse de pobres, desplazados, minusválidos, locos, ancianos solitarios, indigentes, etcétera. Uno piensa que la mayor de las majaderías que soltó don Manuel Azaña en este mundo, junto a grandes brillanteces, es aquella de que España ha dejado de ser católica. Nunca ha dejado de serlo, y la ola de secularismo actual no es más que un paréntesis, de tantos que ha sufrido a lo largo de dos mil años, con momentos en los que pareció a punto de extinguirse.
Yo tengo enormes críticas que hacer a la Iglesia Católica, y las haré cuando corresponda y en relación con lo que corresponda, pero creo que se trata de una institución sólida (y muy amenazada en estos momentos) a la que el que menos debería enfrentarse es González Pons, después de comprobar que el Papa tiene más fieles en su Valencia natal que votantes tiene el PP.
Si hay una prueba de que el PP, es decir don Mariano, ha pactado con el PSOE para pasar a formar parte del régimen, para ser el ala de centro del PRI zapaterista, es su actitud en relación con Federico Jiménez Losantos. Claro que, una vez escrito esto, más de un lector se convencerá de que estoy al servicio de la extrema derecha que él representa, y de él mismo, visto que escribo en Libertad Digital. ¡Ah, si supieran lo poco que pagan en esta casa!
No: de lo que se trata, señores, es de que los dos grandes partidos nacionales (lo escribo así por fórmula, porque lo de "nacionales" está muy en duda) han decidido tener a Jiménez Losantos, poseedor de numerosos defectos, entre ellos el de ser bajito como yo, pero no el de pertenecer ni haber pertenecido jamás a algo que pudiera parecerse a la extrema derecha, como enemigo principal, que diría el Gran Timonel. Y para atacar a Jiménez Losantos están dispuestos a meterse incluso con la Iglesia Católica, porque le da unas horas de radio para decir cosas que, en días alternos, disgustan a la mitad de los obispos y encantan a la otra mitad.
No hay que sorprenderse: cuando todo un alcalde de Madrid lleva a un periodista ante los tribunales porque, dice, se ha sentido insultado, es porque tiene un problema personal. Y resulta, nada casualmente, que ese alcalde es la gran esperanza (con perdón) blanca del PP para sostener el socialismo en los años en que el PSOE no pueda, víctima de sus errores, hacerse cargo personalmente del cotarro monclovita. El hombre, sin embargo, sabe que una parte considerable de su caladero de votos escucha la COPE todas las mañanas, y que, con críticas o sin ellas, a la COPE le debe no pocos electores. ¿Qué quedará del PP cuando se haya quitado de encima a los católicos y a los liberales, que escuchan la COPE a partes más o menos equivalentes? Nada, absolutamente nada. ¿No se estarán equivocando de enemigo principal? ¿O es que ya no tienen enemigo y hay que inventarse uno para que todo el mundo se concentre en él?
Defender la unidad de la nación española frente a un federalismo esperpéntico que no beneficia a nadie; defender políticas liberales y oponerse a depender del Estado para casi todo; defender una lucha sin cuartel contra una ETA que, como otras organizaciones terroristas europeas en los años setenta y ochenta, debería haber sido borrada del mapa hace rato; pedir claridad en los asuntos oscuros, desde algunos negocios emprendidos desde las más altas alturas del poder hasta las circunstancias reales del 11-M; sugerir siquiera la posibilidad de la conveniencia de la abdicación de un Borbón no menos autoritario que sus antepasados, aunque se vista de seda (Esperanza Aguirre lo comprobó en sus propias carnes, aunque después defeccionara parcialmente ante el pleito puesto por Gallardón a Jiménez Losantos); sugerir que un periodista tiene derecho a decir eso y mucho más, habida cuenta de que el número de republicanos en España es muy alto, incluso en las filas del PP: todo eso es ser de extrema derecha. Pues ahí estamos.
Y tengan ustedes en cuenta, damas y caballeros, que el PSOE de Largo Caballero colaboró con Primo de Rivera, y que Falange era una organización de izquierda corporativa, como el fascismo italiano.