Esto no significa, ni mucho menos, que hayamos ganado la pelea en el orden práctico. El intervencionismo ha desarrollado una exquisita técnica para mantener su asfixiante presencia en nuestras vidas: la excusa. Sería algo así como: "Tienes razón, pero en estos momentos no puede ser por...". O "Tienes razón, pero es demasiado radical, tendríamos que aplicarlo en varias fases...". O incluso: "Tienes razón, pero aquí no puede aprobarse por...".
En los últimos días hemos visto numerosos ejemplos. El Gobierno admite que el mercado de trabajo es rígido y que la estructura de la legislación laboral, heredada del franquismo, ha provocado cinco millones de parados. Pero luego no plantea una reforma en profundidad... porque es importante mantener "la paz social", hacer los cambios "de forma gradual" o "proteger a los más débiles".
El PP acepta, en teoría, que la sociedad civil es más es más eficiente que el Estado en la provisión de bienes y servicios, pero eso no es óbice para que detenga el proceso de privatizaciones de AENA, Renfe o Loterías porque en estos momentos "no se dan las condiciones requeridas en el mercado".
Esta manera de proceder no es privativa de los políticos. En las encuestas, un porcentaje muy alto de los estadounidenses dice estar de acuerdo con los planteamientos de Ron Paul; la mayoría de las propuestas del congresista por Texas recibe una cálida acogida entre el público, los analistas y muchos de sus propios compañeros; pero luego Paul se tiene que conformar con un 20% de voto en el Partido Republicano y los medios le llaman "radical". Vamos, que, una a una, y en el plano teórico, las medidas que propone están muy bien, pero aplicarlas sería propio de un loco peligroso o un idealista sin apego a la realidad.
De esta forma van los intereses creados consolidando su poder, y los ciudadanos tenemos que conformarnos con las migajas de la condescendencia de los poderosos. Parece que cumplen aceptando que en teoría es malo subir los impuestos, mantener las subvenciones a todo tipo de colectivos o aplicar leyes que en privado admiten que sólo sirven para entorpecer a la sociedad civil; les gustaría no tener que hacerlo, pero son "pragmáticos", "prácticos", "realistas". Y a nosotros se nos queda cara de tontos: nos dan la razón y hacen exactamente lo contrario de lo que se supone es lo correcto.
Los ejemplos de cómo prosperar de forma rápida y duradera se cuentan por miles. Desde Hong Kong hasta Suiza, pasando por Luxemburgo o Liechtenstein. Son excepciones, nos dirán. Son países muy pequeños o con otra cultura. Ya les estoy escuchando: "Aquí no se podría hacer lo mismo; si tenéis razón, pero a ver quién es el guapo que se atreve con los sindicatos, con los artistas o con ese sector tan estratégico...". Y los que nos cuentan esto se supone que simpatizan con nosotros, incluso se llaman a sí mismos "liberales". Casi prefería cuando directamente ignoraban nuestras propuestas o las combatían, al menos entonces estaba claro que había que dar la batalla.