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LA CULTURA CONTRA LA GUERRA

La divina comedia

“¿Acaso existe algo más noble y correcto que dormir?” Esa gran verdad la puso por escrito el maestro Josep Pla, y yo siempre la recuerdo cuando, engañado de nuevo por algún amigo, me veo sentado en la butaca de un cine en el que se proyecta una película española.

Empresarialmente, mediocre; socialmente, parasitario; estéticamente, previsible; y políticamente, sectario. Era sabido que esos atributos servían para describir a más del noventa por ciento de “nuestro” cine, y la ultima gala de los Goya sólo ha venido a aportarnos alguna novedad irrelevante —como la escenificación de la coincidencia doctrinal de la farándula hispana con las posiciones del Partido Baas de Sadam Husein— que para nada desdibuja las coordenadas clásicas en las que se mueve el sector.

Bueno, también ha servido para que nos enteremos de que están en crisis. Porque esa industria en la que se da la singular práctica de que los responsables de márketing gusten de presentarse en sociedad disfrazados de homeless y alardeando de su desprecio por los gustos y deseos del público objetivo de sus productos, resulta que está en crisis. Y como han comprobado que la gente ya no se muestra dispuesta a darles su dinero de grado, han decidido sacárselo a la fuerza. Por lo que se vio esa noche, la técnica a la que piensan recurrir para lograr su objetivo es la muy clásica y contrastada de levantar el puño para, aprovechando el revuelo de admiración que tan gallarda pose siempre causa entre los no avisados, levantar también, de paso, la cartera de los que pagan impuestos. Javier Bardem se lo dijo muy clarito a la ministra: “Ganar las elecciones no es un cheque en blanco”. Tiene razón. El cheque en blanco, con cargo a los contribuyentes, hay que dárselo a él para que siga ayudando a desertificar las salas de cine, igual que se hacía con el dinero de todos los búlgaros cuando los sátrapas del partido comunista local se lo entregaban a su tío, Juan Antonio, para que también vaciara las plateas con la hagiografía de un carnicero de la Komintern.

Y es que, por lo visto, todos los españoles tienen la obligación de costearle al tal Guillermo Toledo, por la vía de los Presupuestos Generales del Estado, la bonita camiseta que lució en la gala, aquélla en la que aparecía reproducida la efigie de Ho Chi Minh, otro ilustre representante del gremio de charcuteros. Del mismo modo que ese millón y medio de ciudadanos que gozaba de un puesto de trabajo estable en tiempos de Felipe González y lo perdió con la llegada del PP al poder —tal como interpretará cualquiera que vea su película y crea en la buena fe intelectual de León de Aranoa— solidariamente debería colaborar con una parte de la renta que le transfiere el INEM a sostener las iniciativas de su igual, el productor Jaume Roures. Porque el financiador de Los lunes al sol, el mismo que a la sombra de TV3 (su socio, Jaume Ferrús, fue director general de la Corporación Catalana de Radio y Televisión) ha montado una empresita audiovisual, Mediapro, que facturó más de 180 millones de euros el ejercicio pasado y ha hecho una oferta para comprar la cabecera del diario Avui, no puede ser desposeído de su derecho a recibir dinero del Estado español para amortizar su último proyecto artístico, Looking for Fidel, la apología del dictador caribeño que ha dirigido Oliver Stone.

Ocurre que los cómicos quieren disparar con pólvora del Rey en la guerra que han declarado al cine americano; es decir, al cine. Sin duda, lo hacen envalentonados por las que le ganaron antes a la cultura española con la tendenciosa mediocridad de sus productos (alguna vez habrá que estudiar en serio la labor de distorsión de la historia y de las señas de identidad colectivas que está llevando a cabo la cinematografía nacional), y al libre mercado con la imposición de cuotas y subvenciones. Curiosamente, ese repentino ardor guerrero ha surgido de una profesión que fue servil hasta la nausea con el poder estatal en aquellos tiempos del monopolio público, cuando el entrañable Gila promocionaba la estafa Fidecaya en la televisión de Franco, y el marxista Pepe Sacristán no paraba de correr en calzoncillos tras las suecas en lo que, tal vez, era su peculiar manera de aproximarse ya a la socialdemocracia; y que vuelve a ser obediente hasta lo grotesco, ahora, cuando el monopolio privado de la factoría ideológica del Grupo Prisa exige adhesiones inquebrantables si después se quiere salir en la foto fija de la lista del reparto.

Su única derrota la tuvieron cuando el Tribunal de Defensa de la Competencia les dijo en una sentencia, tal como ha reproducido Aurelio Alonso-Cortés en Expansión, que “no parece que el genio individual o colectivo de un país haya necesitado, a lo largo de la historia, medidas especiales de protección frente a las manifestaciones culturales de otros”. Y es que sólo el talento es más escaso y menos democrático que las unanimidades. Por eso no lo ha tenido jamás ninguno de los que, por una mezcla de miedo y puro gregarismo borreguil, obedecieron las consignas que dictó el comisariado organizador del mitin de los Goya. Pero, además, el talento también es arbitrario y amoral. Y por eso sí lo logró rozar por un instante uno de los promotores de ese lobby cuando, con la cita de un verso hermoso, remató la puesta en derrota y en doma de la profesión cinematográfica española en pleno. Todo lo demás fue sueño.


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