Muchos se sorprenden de cómo un personaje secundario, marginal y oscuro, concentrado en sus cuarteles de Cataluña ha conseguido erigirse en una pieza central de la vida pública en España, en un factor de grave desestabilización nacional y en un sujeto que literalmente decide sobre el rumbo de un país. El mismo Carod presume de semejante condición, y, como todos los advenedizos y consentidos, se da el gusto de humillar a sus favorecedores y cortejadores (sea CiU o el PSC-PSOE) esgrimiendo su poder en forma de llave de la gobernabilidad. Su movimiento táctico en Perpiñan ha sido osado pero no extraordinario: se trata de un paso más del empuje de los nacionalismos independentistas por fraguar la ruptura constitucional y territorial de España. No hay en el encuentro con ETA ingenuidad ni deslealtad sino extrema coherencia nacionalista.
Carod es sencillamente más atrevido e impetuoso que Ibarreche, Pujol-Mas y Maragall. Tiene más decisión. En su condición de nacionalista de izquierdas, se considera a sí mismo fuerza de vanguardia. Su gestión política en aras a forjar el eje País Vasco/Cataluña y el asalto al Estado pretende esclarecer dónde están las llaves de esta insurrección: a saber, están en ETA, que es la que decide a quién dar matarile y a quién no. ETA constituye el brazo armado del nacionalismo secesionista, mientras sus articulaciones políticas se han reservado la tarea de marcar los objetivos y articular el discurso legitimador de la independencia y la autodeterminación: el dónde y el con quién de los “movimientos de liberación de los pueblos de España”. Todos los que comparten los mismos fines se complementan entre sí: hoy ETA no subsistiría sin el sostén del PNV/EA/IU en el gobierno autonómico vasco y sin el amparo de ERC en la Generalidad catalana, quién, a su vez, no tendría capacidad para mover pieza sin la connivencia del PSC y de IC-V.
El Plan Ibarreche y el Plan Maragall se nutren de la energía terrorista al asumir el postulado según el cual el adiós a las armas tiene un precio político (Paz por Territorios), pero asimismo de la hoja de ruta definida por la Declaración de Barcelona (o de Madrid), en la que Galicia, por cierto, les falla tras el fracaso de la Operación Prestige y Nunca Máis, que les era tan esencial para completar el Trío de Virreinatos contra España. Con todo, estos fondos de inversión política se quedarían en simples planes de jubilación de arribistas sin la pervivencia de la expectativa de un gobierno de la Nación dispuesto a negociar la secesión: esa esperanza blanca se plasma en el PSOE del ZP, finalmente, ya decidido a asumir dicho papel.
La gran provocación de Aznar, desde la perspectiva del nacionalismo y el socialismo, ha sido negarse a aceptar este proyecto rupturista y de desvertebración de España, y además aprestarse a desarmar la estructura que lo sustenta. El odio y el resentimiento contra Aznar son, en consecuencia, infinitos. De ahí la exigencia y la virulencia de la maniobra de “Todos contra el PP” al objeto de debilitarlo al máximo y poder dejar así el camino expedito a la “España plural”. Dicho esto, es necesario añadir que a veces el PP languidece por sí mismo y sin ayuda. Por ejemplo, en Cataluña. Uno de los efectos del nacionalismo es que corrompe las estructuras políticas, pero también que encanalla la sociedad sometida a su tutela. Se ha visto en las Vascongadas, y ahora Cataluña ofrece un panorama tal vez aún más preocupante. Y es que mientras en el País Vasco resiste una alternativa democrática constitucional (aunque mermada tras la defenestración política de Redondo Terreros, y es inminente la salida del PSE del bloque constitucionalista), en el Principado ese caudal se taponó con el sacrificio político de Vidal-Quadras. ¿Y el PP de Piqué? Es desconcertante. En unas declaraciones a ABC (22/2/2004), afirma el líder popular catalán: "Esas imágenes de los etarras con la bandera independentista catalana, o gritando Visca Catalunya lliure, ofenden y repugnan a los catalanes". ¿Es que acaso no le ofenden ni repugnan esos signos independentistas por sí mismos o en manos de los propios catalanes? ¿No supone esta confesión una aceptación tácita de la vigencia del nacionalismo catalán sobre el conjunto de la ciudadanía catalana?
A la vista de la reacción general de la opinión pública (y publicada) de Cataluña a propósito del “affaire Carod”, hay motivos para el pesimismo. Pocos han condenado sin reservas el núcleo del caso (el contacto y el acuerdo con ETA) y muchos aún se preguntan qué tiene de malo. Después de todo, dicen, el propósito es que ETA deje de matar y, después de todo, los políticos catalanes se mueven en el “ámbito de decisión catalán”: el mismo PSOE arguye que lo que pasa y tiene que hacerse en Cataluña es de exclusiva competencia de la Generalidad catalana. ¡Como si de hecho ya fuese independiente de España! ¿Qué hay de reprobable en la “iniciativa” de Carod?
He aquí un indicio. ¿Recuerdan el filme de Alan J. Pakula La decisión de Sophie? Los nazis, ya se sabe, disfrutan experimentando con sus víctimas planteando trágicos dilemas. Un oficial de campo comunica a la cautiva Sophie que uno de sus hijos debe ser sacrificado por la causa. Ella debe decidir quién sobrevive. Si no opta por ninguno, los dos morirán. Es decir, el oficial le perdona la vida a uno de sus hijos, el que quiera más. El plan, la causa, es salvar a alguno y que otro perezca. Hay que elegir y decidirse para no quedarse fuera de la subasta. Carod, adoptando los papeles de víctima y liberador, pide a ETA que no mate catalanes, sus seres más estimados. Su decisión se limita a su territorio. Que el resto siga el ejemplo y haga su propia transacción. ¡Sálvese quien pueda!