"Los escépticos se crecen con los sonados errores del IPCC, el organismo científico de referencia en cambio climático de la ONU", nos contaba El País el pasado día 6 en un artículo que podemos calificar de paradigmático si de analizar un panfleto progresista se trata. En "Más miedo al pacto que al clima", de Clemente Álvarez, se traza una línea gruesa que demarca la frontera entre el bien y el mal: de un lado, los "escépticos": del otro, los "climatólogos" y el IPCC como "organismo científico". De nada sirve que el propio Pachauri o el mismo Jones hayan afirmado inequívocamente que el IPCC es un organismo político.
Esa línea adopta tintes groseros en el artículo de Javier Sampedro "Salvemos la libertad científica", donde el autor, disfrazándose de neutral, persiste en el uso y abuso de la distinción entre "científicos" y "escépticos", dando así a entender que estos últimos no son trabajadores de la ciencia.
Ah, y lamentable la republicación, este fin de semana, de un panfleto de Al Gore en el dominical de El Mundo; lo sabemos: "Una mentira mil veces repetida termina siendo percibida como verdad por el pueblo".
Aquellos que hoy ponen el grito en el cielo argumentando que un fenómeno climático particular como las olas de frío que estamos padeciendo en el Hemisferio Norte no sirven para valorar el clima a escala global tienen poca memoria. No ha pasado tanto tiempo desde que, encaramados a los púlpitos mediáticos, los defensores de la teoría del calentamiento global antropogénico nos predicaban cómo todos los incendios forestales, las sequías, los huracanes y hasta las enfermedades de los sapos se debían al... calentamiento global. ¿Recuerdan la "difícil situación" de los osos polares? Pues resulta que las poblaciones de osos polares han venido aumentando, no disminuyendo, a lo largo de los últimos 30 años –aunque, sí, un fotógrafo logró tomar una imagen de unos osos aparentemente atrapados sobre un témpano de hielo–. Los alarmistas no están en condiciones de quejarse ahora si fenómenos climáticos aislados están siendo utilizados para extraer conclusiones que ellos tachan de "vastas e injustificadas". ¿Las suyas de los últimos años no lo eran?
Más absurda es la presunción progresista de que sólo los defensores de la teoría oficial son los que trabajan desde las premisas de la ciencia dura. De hecho, el escándalo de los últimos meses (aún no digerido por los estómagos agradecidos de la progresía) lo es, verdaderamente, porque deja constancia irrefutable del abuso sistemático y a largo plazo de la ciencia en nombre de la política.
Durante la pasada Conferencia de Copenhague –supuestamente, la cumbre de los climatólogos y los responsables políticos– se prestó poca o ninguna atención a las revelaciones del Climategate y al fraude científico que mostraban. El Climategate, los e-mails de los servidores de Penn State y la Universidad de East Anglia, nos dejó revelaciones no precisamente triviales. Nos hablan de engaño, intimidaciones y manipulaciones de los registros climáticos en dos de las principales instituciones de investigación, cuyos datos constituyen la columna vertebral del Grupo Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Estos hechos están siendo investigados, y, de confirmarse como ciertos, podrían ser considerados delictivos.
A pesar de los redobles de tambor de la prensa progresista para que el público crea que la ciencia apoya la tesis del cambio climático, los datos hackeados pintan el cuadro de una comunidad de expertos, sí, pero expertos en el manejo del miedo y el abuso de autoridad, dispuestos a utilizar métodos poco limpios para silenciar a los escépticos y para controlar los contenidos de la discusión científica eliminando cualquier evidencia que pudiese socavar tanto sus teorías como sus bolsillos.
Los científicos que se oponían a la hipótesis del calentamiento global provocado por el hombre no se sorprendieron por las revelaciones de los correos electrónicos salidos de East Anglia. Era un secreto a voces que las instituciones académicas habían sido hostiles a los herejes durante algún tiempo. Richard Lindzen, profesor de Ciencias Atmosféricas de la Universidad de Harvard, ya dijo en su día:
Esa línea adopta tintes groseros en el artículo de Javier Sampedro "Salvemos la libertad científica", donde el autor, disfrazándose de neutral, persiste en el uso y abuso de la distinción entre "científicos" y "escépticos", dando así a entender que estos últimos no son trabajadores de la ciencia.
Ah, y lamentable la republicación, este fin de semana, de un panfleto de Al Gore en el dominical de El Mundo; lo sabemos: "Una mentira mil veces repetida termina siendo percibida como verdad por el pueblo".
Aquellos que hoy ponen el grito en el cielo argumentando que un fenómeno climático particular como las olas de frío que estamos padeciendo en el Hemisferio Norte no sirven para valorar el clima a escala global tienen poca memoria. No ha pasado tanto tiempo desde que, encaramados a los púlpitos mediáticos, los defensores de la teoría del calentamiento global antropogénico nos predicaban cómo todos los incendios forestales, las sequías, los huracanes y hasta las enfermedades de los sapos se debían al... calentamiento global. ¿Recuerdan la "difícil situación" de los osos polares? Pues resulta que las poblaciones de osos polares han venido aumentando, no disminuyendo, a lo largo de los últimos 30 años –aunque, sí, un fotógrafo logró tomar una imagen de unos osos aparentemente atrapados sobre un témpano de hielo–. Los alarmistas no están en condiciones de quejarse ahora si fenómenos climáticos aislados están siendo utilizados para extraer conclusiones que ellos tachan de "vastas e injustificadas". ¿Las suyas de los últimos años no lo eran?
Más absurda es la presunción progresista de que sólo los defensores de la teoría oficial son los que trabajan desde las premisas de la ciencia dura. De hecho, el escándalo de los últimos meses (aún no digerido por los estómagos agradecidos de la progresía) lo es, verdaderamente, porque deja constancia irrefutable del abuso sistemático y a largo plazo de la ciencia en nombre de la política.
Durante la pasada Conferencia de Copenhague –supuestamente, la cumbre de los climatólogos y los responsables políticos– se prestó poca o ninguna atención a las revelaciones del Climategate y al fraude científico que mostraban. El Climategate, los e-mails de los servidores de Penn State y la Universidad de East Anglia, nos dejó revelaciones no precisamente triviales. Nos hablan de engaño, intimidaciones y manipulaciones de los registros climáticos en dos de las principales instituciones de investigación, cuyos datos constituyen la columna vertebral del Grupo Intergubernamental de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Estos hechos están siendo investigados, y, de confirmarse como ciertos, podrían ser considerados delictivos.
A pesar de los redobles de tambor de la prensa progresista para que el público crea que la ciencia apoya la tesis del cambio climático, los datos hackeados pintan el cuadro de una comunidad de expertos, sí, pero expertos en el manejo del miedo y el abuso de autoridad, dispuestos a utilizar métodos poco limpios para silenciar a los escépticos y para controlar los contenidos de la discusión científica eliminando cualquier evidencia que pudiese socavar tanto sus teorías como sus bolsillos.
Los científicos que se oponían a la hipótesis del calentamiento global provocado por el hombre no se sorprendieron por las revelaciones de los correos electrónicos salidos de East Anglia. Era un secreto a voces que las instituciones académicas habían sido hostiles a los herejes durante algún tiempo. Richard Lindzen, profesor de Ciencias Atmosféricas de la Universidad de Harvard, ya dijo en su día:
No son ambiguos. Hablan de la supresión de otros científicos. Pero no hay sorpresa alguna. Los que trabajan en ese campo saben de qué va la cosa. La única sorpresa es que alguien haya sacado a la luz esos documentos.
Estos científicos no sólo adulteraron el proceso de peer-review, manipularon datos y trataron de suprimir la disidencia, también destruyeron los registros brutos. ¿Es éste el método científico por el que la progresía patria y no patria va a las barricadas?
La superestructura política generada a la sombra del alarmismo climático se basa en datos dudosos y posiblemente fraudulentos. Sería interesante que alguien refutase lo que ya parece un nuevo consenso científico:
La superestructura política generada a la sombra del alarmismo climático se basa en datos dudosos y posiblemente fraudulentos. Sería interesante que alguien refutase lo que ya parece un nuevo consenso científico:
1) los datos instrumentales de la época presatelital son prácticamente inservibles;
2) apenas se usa el 25 por ciento de las 6.000 estaciones meteorológicas que en su día se tomaron como referentes para calcular la temperatura media global;
3) se dejó de medir en estaciones radicadas en zonas altas, a una mayor latitud o en áreas rurales, lo que llevó a una grave sobrestimación del supuesto calentamiento;
4) los datos Ceres de temperatura de los océanos están disponibles sólo desde 2003, y no han mostrado calentamiento alguno.
Comentario aparte merecerían las ya demostradas como falsas o imprecisas afirmaciones de los informes del IPCC: ni desaparecerán los glaciares himalayos en 2035, ni estamos experimentando un calentamiento excepcional y sin precedentes, ni se perderá el 50% de las cosechas en África, ni desaparecerá la selva amazónica ni...
No es la nieve de ahí fuera la que desacredita el calentamiento global. Es la congelación súbita e interesada que los científicos pro-calentamiento han impuesto al método científico. Es la impertinente tozudez de los medios progresistas. Los científicos y los medios que les jalean están actuando como impulsores de la ortodoxia, no como buscadores de la verdad. Eso, precisamente, es lo que siempre ha caracterizado al método científico progresista: la ortodoxia, nunca la verdad.
LUIS I. GÓMEZ, editor del sitio web Desde el exilio.
No es la nieve de ahí fuera la que desacredita el calentamiento global. Es la congelación súbita e interesada que los científicos pro-calentamiento han impuesto al método científico. Es la impertinente tozudez de los medios progresistas. Los científicos y los medios que les jalean están actuando como impulsores de la ortodoxia, no como buscadores de la verdad. Eso, precisamente, es lo que siempre ha caracterizado al método científico progresista: la ortodoxia, nunca la verdad.
LUIS I. GÓMEZ, editor del sitio web Desde el exilio.