La convocatoria de la huelga general política del 20 de junio de 2002, supuso el pistoletazo de salida, si bien preparado con ensayos previos, de la gran parada organizada por la oposición de izquierdas contra el Gobierno de Aznar, a la que le han sucedido posteriores episodios encadenados hasta culminar en la monumental farsa montada a propósito de la fuga de dos diputados socialistas de la Asamblea de Madrid, es decir, la trama-trampa.
Ni la estrategia (debilitamiento del Estado para su posterior abordaje) ni el estilo (extender y generalizar indiscriminadamente las propias miserias para sembrar la confusión) ni la táctica (utilización simultánea y manipulación de instrumentos del Estado y espacios de la sociedad civil) maniobrados son nuevos, pero su mayor gravedad viene del hecho de la coincidencia múltiple con otro movimiento de sublevación contra el Estado: el “plan Ibarreche”.
Cada día que pasa resulta más necesario poner en relación ambas circunstancias, unir en el análisis y la prescripción lo está obrándose en la práctica con un mismo propósito: ganar poder a través del deterioro y la fractura del Estado. Por si alguien albergase todavía alguna duda, los últimos acontecimientos muestran, hasta la obscenidad, que a esta partida traicionera se ha sumado finalmente (por propia determinación o por el torbellino que ha causado y ahora es incapaz de contener) el PSOE. En estos momentos tenemos sobre el tapete un envite feroz dispuesto desde la periferia de España, vendido como feraz, al que le falta un participante central para verse reforzado y triunfante, o sea, Ferraz.
Desde hace unos años, dos máscaras han caído en el escenario nacional. Primera: el PNV se apea sin equívocos del bloque político democrático, se sube a la grupa del abertzalismo etarra y se echa al monte de Estella, donde ya pastorea IU-EB. Una nueva situación dramática se impone: tras un nuevo atentado de ETA, las miradas interrogadoras, en espera de reacción, ya no se dirigen a Batasuna, sino a los nacionalistas. Segunda: las tensiones internas en el Partido Socialista se recrudecen entre los constitucionalistas, partidarios de mantener la unidad de acción democrática con el PP, y los socialnacionalistas, apegados a la adhesión al nacionalismo y enemigos irreconciliables del PP, con quien dicen no tener nada en común. El pulso se dirime no menos dramáticamente: caída de Redondo Terreros de la dirección socialista y ascenso de Elorza y López; pactos poselectorales en Galicia y Navarra con grupos nacionalistas e independendistas; y la reciente recuperación por el PSC del proyecto de Países Catalanes, de la Gran Cataluña, que presagia el “plan Maragall”.
El programa político de progresión socialista hacia el conflicto con el Estado no sólo no se modera sino que se radicaliza cada vez más. Las coincidencias entre nacionalismo e izquierdas no dejan lugar a dudas, empezando por el abuso del lenguaje (unos y otros identifican toda acción política del PP como “golpe de Estado”) y acabando por la pulsión actuante (el Parlamento catalán, con los votos de CiU, ERC, ICV y PSC, se solidariza con la reincidente desobediencia desafiante de la Asamblea Vasca al Estado y con las “víctimas” del diario Egunkaria).
Con estos ánimos sublevados, el papel del PSOE en los Pactos de Estado –el Antiterrorista muy especialmente– y su lealtad constitucional quedan en evidencia. Se ha llegado así a otro nuevo y temible horizonte: tras un posible acto terrorista de ETA o tras un presumible capítulo más de la secesión vasca, las miradas ya no se van a dirigir a Batasuna (grupo ilegalizado) ni al PNV (partido en rebeldía) sino al PSOE... La degeneración política no puede ser, por tanto, más aguda.
El momento presente del PSOE es ciertamente angustioso: desesperado y furioso tras la derrota en las elecciones del 25-M y descompuesto por las heridas internas, se percibe incapaz de alcanzar el poder limpiamente por medio de las urnas. La carnavalada de Simancas y Zapatero en la Asamblea de Madrid es una evidencia incontestable de esa actitud. Se diría que ansían el poder a cualquier precio y tienen mucha PRISA para conseguirlo.
El próximo otoño, el nacionalismo vasco escenificará el órdago (palabra de origen vasco) al Estado, exponiéndolo al filo de la confrontación. Su posición es asimismo tan desesperada como recalcitrante su ánimo. O todo o nada. No se espere por su parte una marcha atrás voluntaria. Para un reto de semejante calibre y con la sociedad vasca dividida va a necesitar de auxilios con todos aquellos que buscan sacar partido del quebranto español y que para ello no ven con desagrado el castigar a un partido, como el PP, que representa hoy en soledad la unidad democrática de España, o la herencia posfranquista puesta al día, según sus fustigadores. A costa de repetir la trova, algunos han llegado a creérsela. La llamada irá al PSOE, cuya dirección no es que se halle en crisis de liderazgo, sino que se desliza por una pendiente rabiosamente desestabilizadora. Con el equipo, discurso y acción actuales y detonado el órdago independentista vasco, ¿cree alguien posible que el PSOE salga en defensa del Estado y se ponga del lado del Gobierno del PP para restablecer la legalidad y el orden democráticos?
Hace un año, los socialistas se lanzaron al asalto de la Moncloa, confundiendo temerariamente los ataques al PP, al Gobierno y al Estado. Roja de indignación y ronca de gritar consignas, Ferraz se ha quedado consumida y sin dirección cabal, conmovida por tanta movida y sin voz política nacional. Que nadie confíe tampoco en que, con las piezas que ahora mueven el aparato, vaya a darse una corrección. Han llegado demasiado lejos, y su frustración, desesperación, su afán de venganza, no tiene límites.
Sólo una implosión, una reacción de sus votantes, simpatizantes y militantes, una regeneración interna (aquí sí, ética y cívica, pero, sobre todo, política: común, concertada y con futuro), una perestroika socialista podrá ofrecer posibilidades de continuidad para ellos mismos y de estabilidad para España. Eso o acabar como el Partido Socialista Italiano de Bettino Craxi. Comoquiera que sea, es una urgencia nacional de higiene pública que caiga el Muro de Ferraz.