El uso coactivo de los recursos del Estado (la ministra de Cultura, Carmen Calvo, declaraba recientemente, imagino que sin ruborizarse: "Queremos seguir transformando el gusto de los españoles") para imponer proyectos culturales desorienta, entorpece e imposibilita la realización de los proyectos e iniciativas de los protagonistas reales de la cultura, que son todas y cada una de las personas que participan del sistema social, cada una con la actividad que le es propia.
La riqueza cultural la crean siempre las personas que actúan y se relacionan libremente, nunca surge de la eficacia con que se consiguen "imponer" gustos artísticos o proyectos culturales, lo cual, muy al contrario, es una forma de minar la libertad intelectual y las posibilidades de su expresión.
"Tengo en la cabeza un modelo europeo de cultura", comentaba la ministra, supongo que para mayor tranquilidad de todos los demás españoles, la mañana del 13 de diciembre pasado, poco antes de unirse y aplaudir a la asamblea constituyente del Instituto de Arte Contemporáneo, una iniciativa "privada" en la que participan, "a título personal", varios directores de museos como el Macba, el Reina Sofía, el Musac de León o el Meiac de Badajoz, la directora de ARCO y un puñado de galeristas, críticos y artistas.
Al día siguiente de su constitución, el Instituto de Arte Contemporáneo hacía públicos ante la prensa sus objetivos; manifestaba su intención de convertirse en "portavoz autorizado, ante el Estado y la Sociedad, del conjunto del mundo del arte". ¡Qué descaro! "Del conjunto del mundo del arte". ¿A qué conjunto se refieren, al puñado de sectarios que ellos mismos son? También comunicaba su interés en la gestión de los recursos y en el nombramiento de los directores de los museos. ¿Quiénes creen ser? ¿Qué pretenden, silenciar a todas las personas, de los más variados sectores, implicadas en la creación, promoción y disfrute del arte contemporáneo? ¿Decidir lo que es arte y lo que no? ¡Cuánta inconsciencia!
La legitimación de esta iniciativa contribuiría a la destrucción de la complejidad y la diversidad de la vida cultural, con el pretexto de otorgar "una voz propia" justamente a aquellos a los que con esta maquinación pretenden arrebatársela.
Llegamos a un punto en el que se pone de manifiesto la relación existente entre los problemas propios de la actividad del artista y los que atañen al orden social. ¿Cómo entender esta relación, como una relación de confluencia? No. Como una relación de emergencia. Es el mismo hombre el que protagoniza la actividad artística y el que protagoniza el orden social. De él emergen los problemas, él los descubre; es su condición de hombre libre la que le abre esta posibilidad, es la libertad humana la que le permitirá encontrar las soluciones y, por obvio que pueda parecer, el estar en el mundo.
Pienso la libertad como una cualidad; no un concepto sociológico, como lo hiciera Ludwig Von Mises (Crítica del intervencionismo, Unión Editorial), sino una cualidad que nos vincula a la realidad de forma determinante. No como la oportunidad que el sistema social nos concede, sino como la cualidad que nos abre la oportunidad de descubrir el orden que nos permite participar del sistema social. Un sistema que la acción consciente de los hombres mantiene en permanente proceso de actualización.
Es este estar libres y conscientes de los hombres, en el mundo y "entre" los hombres, lo que hace que "cada uno" participe en la determinación de la realidad a cada instante, protagonizando un proceso de inconmensurable, extraordinaria y misteriosa plasticidad.
No deja de tener cierta ironía que sea precisamente del ámbito de las artes, sin duda debido a la sutileza de los problemas propios de las "realidades de la representación" pero también por un uso precipitado e inadecuado de la teoría, de donde surja una iniciativa encaminada a suplantar con "una voz propia" el susurro irreductible de la realidad.
Es tanta la fe que a veces los hombres empeñan en habitar los mundos de la representación que acaban por olvidar el "origen" del lenguaje, de la cultura, del arte; olvidan que hay un mundo que está ahí, precediéndonos, con su asombrosa y misteriosa apariencia, con su ley, querámoslo o no. Ignorarlo es precipitarse hacia el engaño.
Engaño y representación, ¡qué sutil diferencia!, ¡qué fácil alquimia! El resultado es siempre la desorientación que conduce al desastre.
Sólo la plena aceptación de nuestra condición de hombres libres y de la grave responsabilidad que esto nos impone, el trabajo constante y paciente, la esforzada atención que nos permita descubrir las leyes que rigen los siempre misteriosos procesos de cooperación humana y su voluntaria y vigorosa contemplación nos permiten edificar, de forma espontánea y en el tiempo, las instituciones que dan curso a la creatividad humana.