Su libro Los orígenes de la Inquisición (Crítica, Barcelona 1999), pese a su longitud, es casi demasiado absorbente. Los retratos de Álvaro de Luna, Enrique IV de Castilla, Fernando el Católico, los persecutores como el sevillano Ferrán Martínez y el toledano Marquillos, el santo iluso Vicente Ferrer, el papa Luna, Pablo el obispo converso de Burgos, vistos por Netanyahu convencen al lector de que la biografía histórica es un género muy superior al hoy tan apreciado de la novela histórica.
La tesis de Netanyahu es que la persecución de judíos y conversos por los cristianos viejos en los diversos reinos de España, desde el siglo XIV en adelante, no tuvo motivos principalmente religiosos, sino que estuvo originada en una rivalidad económica, social y política, que finalmente derivó en simple racismo y ya en el siglo XVII en la manía de la “limpieza de sangre”. El pueblo bajo de Andalucía, Valencia, Cataluña, Castilla y León, los representantes de las ciudades en las Cortes de esos Reinos, los predicadores populares, los frailes ansiosos de poder, fueron los que una y otra vez aprovechaban momentos de vacío de poder para lanzarse al saqueo de las juderías y para desbancar a los conversos de una prominencia laboriosamente conseguida. Los reyes y a menudo la gran nobleza defendían en cambio a quienes eran sus administradores, médicos, funcionarios y banqueros contra la sañuda envidia del pueblo soberano. La Iglesia de Roma misma sostuvo casi siempre que discriminar contra los conversos era contradictorio con la labor de evangelización que Jesucristo había señalado. Cuando, por fin, Fernando de Aragón consiguió que Sixto IV promulgara en 1478 una bula permitiéndole nombrar inquisidores para Andalucía, lo hizo para encauzar y limitar a los posibles herejes el sentimiento popular de condena y rechazo de todos los conversos.
El libro es especialmente instructivo para quienes no entienden los peligros que se derivan de la coincidencia entre poder político y sentimiento nacional. Un punto de vista “democrático” nos llevaría a ponernos del lado de las autoridades municipales y los representantes en Cortes de las ciudades en su pleito contra los artesanos, médicos, recaudadores, judíos, y los funcionarios, administradores, jueces, escribanos, clérigos conversos. Los reyes de Castilla e incluso de Aragón, sin embargo, siempre que pudieron aplicaron la ley para defender a esas útiles minorías.
Las fuerzas vivas de un pueblo o una nación sin duda deben poder expresar sus intereses y participar en el gobierno de sus asuntos, pero permitirles que concentren toda la potestad es peligroso. La libertad de las minorías en sociedades con profundos sentimientos religiosos o comunitarios depende de la existencia de instituciones abstractas y neutrales que se mantengan en lo posible “au dessus de la mélée”. Nada hay tan deprimente de la libertad y la variedad humanas como una sociedad infusa de su ambición colectiva como pueblo, cuando faltan las barreras de la imparcialidad estatal. Los reyes visigodos arrianos, los reyes castellanos de la dinastía Trastámara, nos enseña Netanyahu en esta lacerante historia de persecución racial, utilizaron el poder de la monarquía siempre que pudieron para defender a sus súbditos más fieles y más necesitados de protección, sus judíos, sus conversos y sus moriscos.
La historia de persecuciones de los judíos en Europa es muy antigua y cabe preguntarse el porqué. Para Netanyahu, los judíos, como grupo extraño al común de la población, buscaron apoyo del poder central desde el tiempo de los Ptolomeos en Egipto y de Roma bajo el Imperio: eran los funcionarios y recaudadores de contribuciones de los conquistadores, lo que les enfrentaba con la población autóctona. Algo semejante debió de ocurrir en la Península ibérica. En todo caso, las matanzas, expoliaciones, destrucción de títulos de crédito recurrían en cuanto flaqueaba el poder del Estado. Las primeras conversiones masivas tuvieron lugar tras los disturbios de 1391, iniciados en Sevilla y comunicados a las principales ciudades cristianas por grupos de agitadores, que sabían aprovechar el creciente odio popular contra los judíos.
Las conversiones al cristianismo a consecuencia de esa persecución fueron en su inmensa mayoría sinceras y constantes, pero los cristianos viejos no soportaban que los conversos recogieran el fruto otra vez de su característica laboriosidad y capacidad financiera y administrativa. En 1449, fue Toledo la que se levantó contra los cristianos nuevos, sometiendo al rey una “Suplicación” y promulgando una “Sentencia-Estatuto”, en los que se proclamaba la sospecha de que todas las conversiones de judíos eran falsas, porque ellos estaban marcados por su “estirpe”.
La creación del Santo Oficio que examinara la realidad de las herejías fue la solución menos mala que encontraron Fernando e Isabel para deshacer la idea de que todos los conversos eran falsos. El Tribunal de la Inquisición se le fue luego de las manos y se convirtió en un arma de persecución sistemática de una minoría que él se inclinaba a proteger. El título de “Católicos” les fue otorgado a los reyes cuando se rindieron al espíritu del pueblo y expulsaron a los judíos en 1492.
Pedro Schwartz es presidente del Instituto de Estudios del Libre Comercio y columnista del diario La Vanguardia, Barcelona.
© AIPE
PERSECUCIÓN DE LOS JUDÍOS
Inquisición y racismo
Benzion Netanyahu, padre del político israelí, ha dedicado su larga vida de investigador a la historia de los marranos, al crecimiento del antisemitismo durante la Edad Media en España, a la creación del Tribunal del Santo Oficio y consiguiente expulsión de judíos y moriscos de la Península.
0
comentarios