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LIBREPENSAMIENTOS

Individuo versus Estado

"La mayor parte de los que se reputan ahora como liberales son conservadores de una nueva especie. He aquí la aparente paradoja que me propongo justificar". Con este firme propósito principia Herbert Spencer un texto capital del pensamiento liberal, El individuo contra el Estado.

"La mayor parte de los que se reputan ahora como liberales son conservadores de una nueva especie. He aquí la aparente paradoja que me propongo justificar". Con este firme propósito principia Herbert Spencer un texto capital del pensamiento liberal, El individuo contra el Estado.
Herbert Spencer.
Spencer entiende por conservadores a todos aquellos que aprueban el régimen del Estado como base de la organización social, política y económica y se resisten a limitar la intervención gubernamental en todos los órdenes, se llamen tradicionalistas, socialistas, comunistas o liberales.
 
Desde la perspectiva de Spencer, en puridad, hay que calificar de conservadores a quienes favorecen las medidas tendentes a aumentar la coacción del Estado sobre los individuos, no importa demasiado tampoco que sean interesados o desinteresados los móviles de los autores que fomentan tamaño fin. Esto, para empezar. El timbre del resto de sus declaraciones y manifestaciones goza de similar frescura y franqueza, y podemos percibirlo tanto en sus escritos como en la labor editorial que desarrolló al frente de la revista The Economist, de la que fue nombrado director en el emblemático año de 1848.
 
No obstante ello, o tal vez justamente por ello, esto es, por la naturalidad, la llaneza y la liberalidad de su discurso, Herbert Spencer (1820-1903) no ha sido un autor especialmente distinguido en la Historia de la Ideas ni, por supuesto, estudiado como merece en las escuelas y universidades del continente europeo. Acaso responda esta circunstancia también al hecho de no haber dejado una obra extensa.
 
Habitualmente, la persona y la obra de Spencer son despachadas con pocas contemplaciones en los manuales al uso del pensamiento único vigente, maltratadas, descalificadas como propias de un inicuo representante del "darwinismo social". Es ésta una categoría confusa e imprecisa donde las haya, manipulada, y bajo cuya sombra son recluidos como apestados o locos muchos de aquellos pensadores que, en vez de referirse al progreso o la ingeniería social para hablar de la ciencia y la filosofía social, prefieren apelar sin rodeos a las leyes naturales y de la evolución al tratar del origen y principio de la acción humana, de su fundamento y legitimidad.
 
Sería, pues, injusto, por estos y otros muchos motivos, desatender o ignorar la voz de Spencer, quien, ciertamente, no quedará en la memoria del saber como un primer tenor. Pero lo incuestionable es que hoy, de momento, su palabra sigue sonando tan fresca y clara como la de un bravo trovador cuando se trata de cantar las verdades del barquero. De Spencer dijo R. L. Stevenson que "sus palabras, aunque lacónicas, siempre son viriles y honestas", destacando, al tiempo, la integridad y el vigor de su producción intelectual. Si, con lo dicho, el reconocimiento mostrado no estuviese bastante claro, he aquí una apostilla final y definitiva: "No sería yo mejor que un perro si olvidara mi gratitud hacia Herbert Spencer".
 
Uno de los trabajos más conocidos de Spencer es, sin discusión, The Man versus the State, título traducido habitualmente en español como El individuo contra el Estado, de 1884, año en que Friedrich Engels publica El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, la otra cara de la moneda del asunto en liza, es decir, el envés o la cruz del socialismo como pobre antítesis de la fortuna del capitalismo. A lo largo de los cuatro opúsculos y el post scriptum que componen el libro, Spencer se esfuerza por esclarecer la verdad del liberalismo acudiendo a las fuentes primarias y a su sentido esencial. Un sentido, a su juicio, que ha sido vulgarmente manipulado por tirios y troyanos, por las izquierdas y las derechas, a conveniencia y con descaro, olvidando el principio fundacional que lo inspira, "la verdad de que el liberalismo se caracterizaba antiguamente por la defensa de la libertad individual contra la coacción del Estado".
 
Frente a quienes gustan de enredar o inflar artificialmente los problemas teóricos y prácticos, Spencer practica la virtud intelectual de la concisión y la sencillez. De este modo, proclama abiertamente que el mensaje central del liberalismo es advertir del peligro de las agresiones a la libertad, lo cual invita a precaverse de los aumentos de esa libertad aparente que suele traer consigo una disminución de la libertad real. Los más tenaces ataques a la libertad proceden, pues, del Gobierno, sea en forma del corriente mal gobierno o del presumido "buen gobierno". Y es que, sea como sea y tenga el color que tenga, el problema consustancial al artefacto gubernamental vigente viene de lejos y toca fondo desde el momento en que advertimos la verdad radical del asunto: "El Gobierno ha nacido de la agresión y por la agresión".
 
La incansable tenacidad de la agresión gubernamental proviene básicamente de dos vías, para desgracia y quebranto de los contribuyentes y ciudadanos, en general, especialmente de los menos afortunados, a saber: las reglamentaciones y las cargas públicas. Las primeras gustan de reproducirse sin control ni medida, por partenogénesis o en un totum revolutum, allí donde ya se habían asentado, o bien haciendo nuevas conquistas, restringiendo siempre gravemente la actividad individual en esferas donde con anterioridad se circulaba con libertad. Por lo que respecta a las cargas sociales, dice Spencer que privan sin más al individuo de la libertad de disponer de sus rentas y ganancias, trasfiriendo tal competencia a los funcionarios públicos.
 
La extensión irrefrenable de la reglamentación y la necesidad progresiva (¿progresista?) de una mayor coacción e intervención del Gobierno en no importa qué asuntos acarrea, como efecto inmediato, daños directos a la libertad y al bienestar de las personas. Mas al enraizarse en las costumbres y las instituciones de la sociedad, instituye la creencia común –en realidad, el espejismo– de que todo debe hacerse para los individuos y nada por ellos mismos. El Estado y el Gobierno se ocuparían así de todo. Bajo la impronta de esta inercia, añade Spencer, cada nueva injerencia del Estado aviva la opinión de que el Gobierno, acaparando el mayor número de funciones y administrando al máximo, acabará suprimiendo todos los males y asegurando el goce de todos los bienes.
 
¿Quién puede temer, entonces, al ogro filantrópico, al Estado Providencia, ese Leviatán todopoderoso que "aumenta con una mano los males que con la otra quiere remediar", acaso por considerarse más filantrópico que ogro? Pocos individuos, desde luego, fuera del Reino Unido y Estados Unidos de América, naciones donde, mejor que peor, han ido calando entre los ciudadanos y las instituciones las tradiciones liberales, entre ellas la desconfianza hacia el Estado y el recelo a la acción de Gobierno. Spencer acierta de lleno al traer a cuento en este punto la siguiente sentencia de Sir Charles Fox: "Una oficina del Gobierno se parece a un filtro invertido; se envían allí las cuentas claras y salen embrolladas".
 
Con todo, en Inglaterra no es oro todo lo que reluce. El régimen del Estado, el sistema de "cooperación obligatoria" que los liberales acusan por ser proteccionista, o sea, "agresionista", como lo califica Spencer, estaba representado en la época por los antiguos conservadores, hacia el cual, añade, se mueven los "novísimos conservadores". Y así hasta el momento presente.
 
Los socialistas y, junto a ellos, "los llamados liberales que les preparan diligentemente el camino" sueñan con que los defectos humanos serán corregidos a fuerza de "buen gobierno". Mientras tanto, los utilitaristas seguidores de Bentham confían en que el Gobierno haga su cometido, "creando derechos que confiere a los individuos", por medio del consenso y el pacto. Olvidan así, unos y otros, que no son las leyes las que crean las costumbres, sino las costumbres las que fundan las leyes, y que los avances de la sociedad han sido siempre el resultado de la acción espontánea de los ciudadanos, no de la actuación reglamentada por el Gobierno o grabada con impuestos.
 
Olvidan, en fin, cuando simplemente no ignoran, que por naturaleza el Estado es siempre contrario al individuo. Y viceversa.
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