Esos simpatizantes no son pensadores ni filósofos políticos y están cansados de que todo se repita una y otra vez, como en las neurosis muy asentadas: de que la clase política se autorreproduzca ad infinitum, con idénticas características; de que los chorizos de dineros públicos campen por sus respetos; de que los banqueros olviden grandes sumas en Suiza; de que casi nadie proponga nada racional en torno de esta crisis que amenaza hacerse estructural.
Dicho esto, yo no simpatizo con los del 15-M/22-M por variadas razones:
por estética, lo cual implica un juicio ideológico, que no racional;
porque estoy cansado de las mismas cosas que la mayoría, pero la democracia liberal dista mucho de estar agotada, de modo que la manifestación personal me sobra;
porque ni Marx ni yo ni nadie ha podido esperar nunca nada del lumpen, de los desclasados de todos los niveles de la sociedad: del lumpen sólo saldrá, si sale algo, lumpendemocracia, algún engendro de tendencia asamblearia, ineficaz y de corto vuelo;
porque en ese lumpen de Sol y plazas mayores se mezclan anarquistas, okupas, chavistas, castristas, filoislamistas, antisemitas en general, izquierdistas radicales a los que ZP le parece un tibio, feministas, mendigos finos (ateos que no se arrodillan a la puerta de la iglesia);
porque no existen los movimientos espontáneos, alguien los maneja y no sé quién es (ellos, en su mayoría, tampoco: creen que han llegado allí solos, por un amigo que los llamó, una prima de una amiga, o cualquier otra clase de relación establecida con gente a la que en realidad no conocen).
Sobre esto último: en ningún momento de la historia pasada o presente ha habido ni hay movimientos espontáneos. ¿O alguien cree en levantamientos indígenas sin un cura de la liberación que los aliente? Alguien los movilizó. Y lo hizo en la fecha adecuada, es decir, a ver si podían fastidiar las elecciones que iba a ganar y ganó de todas todas el PP. Después lo dejaron estar, sobre todo porque se iban quedando a las puertas de Esperanza Aguirre.
El domingo quisieron hacer su gran demostración de fuerza confluyendo sobre Madrid desde distintos puntos de España. No les salió gran cosa. Lo que sí demostraron es voluntad, lo que quiere decir que si, en un momento dado, se les da la subvención necesaria y se ponen a su servicio unos cuantos medios de comunicación, la pelota puede crecer.
La gran pregunta es si quien los movilizó, y quien piense movilizarlos en un futuro, podrá desmovilizarlos después, llegado el caso. Mussolini no esperaba que la Marcha sobre Roma alcanzara las dimensiones que alcanzó: el poder le llegó un minuto antes de lo esperado y, en cualquier caso, ya no hubiese podido renunciar a él, porque quién le dice que no a las masas desatadas. Se limitó a encuadrarlas a su modo. Ahora bien, los fascistas querían un orden, nuevo pero orden. Estos lumpen, con su mezcla deletérea de restos de ideologías, si quieren un orden, no saben cuál es, si viejo o nuevo: apenas si tienen una vaga idea de lo que no quieren. Me refiero al montón: los dirigentillos medios, que por el momento no tienen nombre, saben un poco más, y hasta me atrevería a decir que saben qué deben pensar los otros. Y eso que, según me dijo una moza muy dispuesta, son la generación mejor preparada de la historia de España. ¡Y yo, ingenuo, que creía que ésa era la generación de la República, y miren ustedes cómo acabó! No me explicó esa joven audaz cómo sus coetáneos habían alcanzado ese envidiable nivel, ni cómo se logra que no se revele en los informes Pisa, para no dar envidia al personal no hispánico, supongo.
La cuestión es que ya están ahí, y pueden ser empleados para barridos y fregados, según convenga a quien tiene la clave de las movilizaciones. Hoy arriesgaba alguien en la prensa la posibilidad de que sean la vanguardia, no esclarecida ni esclarecedora, del lumpen rebelde en formación para oponerse al futuro gobierno del PP. Es alentador, porque si estos enemigos son un recurso, es porque nadie, ni en el Magreb ni en ningún otro sitio, está masticando otro 11-M. ¿O sí?