Es muy lindo ir de vacaciones a Suecia o a Dinamarca, pero a un ejecutivo o un técnico que quiera irse a trabajar a uno de esos paraísos del "bienestar social", tan alabados por la izquierda latinoamericana, le descontarán el 60% de su sueldo por obra y gracia del impuesto sobre la renta. Si escoge Francia, Bélgica o Nueva York, el Gobierno le quitará un 40%. Países como Italia y Alemania siguen a la par en despojo gubernamental, por lo que brillantes jóvenes ejecutivos que quieren ahorrar para poder comprarse una casa o invertir en bolsa estudian marcharse a Dubai o a Qatar, donde el impuesto sobre la renta es cero. Esto no sólo resulta muy atractivo para los jóvenes que están comenzando a ahorrar, sino para los ya bastante viejos y experimentados que ven acercarse la fecha de la jubilación y no cuentan todavía con ahorros suficientes para mantener su nivel de vida.
El primer paraíso impositivo de gran éxito lo creó el escocés sir John Cowperthwaite en Hong Kong, donde se desempeñó como secretario de Finanzas entre 1961 y 1971. Cowperthwaite describía su política económica como "el no intervencionismo positivo". Este genial burócrata estableció el primer impuesto sobre la renta de tasa única, copiado posteriormente con inmenso éxito por varias naciones ex comunistas de Europa Oriental, que han logrado así aumentar la recaudación total y bajar la tasa impositiva, haciéndola pareja para todos.
Sir John, que fue miembro de la Sociedad Mont Pèlerin y falleció en enero de 2006, poseía otra característica poco común en la administración pública: la modestia personal. "Yo hice muy poco –llegó a decir–. Todo lo que hice fue tratar de prevenir algunos trastornos". Además, era un defensor de la libertad individual tan firme, que no publicaba estadísticas económicas por temor a que fuesen utilizadas por otros funcionarios para meterse donde nadie les llamaba o perpetrar planificaciones.
Así las cosas, cientos de miles de chinos refugiados del comunismo pudieron transformar esa inhóspita región, de apenas 1.077 kilómetros cuadrados y con un puerto como única riqueza natural, en un moderno paraíso capitalista.
El laissez-faire y los bajos impuestos de Cowperthwaite lograron que el ingreso per cápita de Hong Kong, que en 1960 equivalía apenas al 28% del de Gran Bretaña, se multiplicara y alcanzara para 1996 –el último año que estuvo en manos británicas– una cifra un 37% superior a la de la metrópoli, que ya entonces disfrutaba del inmenso auge auspiciado por la primera ministra Thatcher. Hoy, Hong Kong sirve a la nueva China de guía sobre lo que se puede alcanzar con la libertad económica.
Países asiáticos como Taiwán, Singapur, Corea del Sur y China se cuentan entre los más atractivos en lo relacionado con cuestiones tributarias, mientras que América Latina tiende a seguir los pasos de Europa Occidental. Por lo que hace a Estados Unidos, todavía escuchamos a los políticos –y a los empresarios mercantilistas– insistir en que el proteccionismo y los altos muros contra la inmigración benefician a los trabajadores y fomentan el crecimiento económico. Hong Kong es prueba de todo lo contrario, y ocupa, año tras año, el primer puesto en el Índice de Libertad Económica.
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