Poco ha tardado el publicismo sectario en glosar en los medios de comunicación la personalidad del filósofo italiano Norberto Bobbio, fallecido el día 9 de enero de 2004, destacando su contribución a la historia de la cultura por haber sido: 1) un bravo representante del antifascismo y del socialismo democrático, y, 2) además, un respetable filósofo del Derecho, la Moral y la Política.
En realidad, Bobbio, persona discreta y escritor templado, se consideró principalmente un profesor, que consagró buena parte de su vida a la enseñanza en distintas universidades italianas: Camerino, Siena, Padua y, desde 1948, Turín. En ese tiempo, mantuvo relación intelectual tanto con autores de derecha (Carl Schmitt, jurista alemán que militó en el nazismo) como de izquierda (Palmiro Togliatti, fundador y secretario general del Partido Comunista de Italia). A pesar de ello, para la izquierda nunca dejó de ser “uno de los nuestros” (a diferencia de Giovanni Sartori). Lo halagó y exhibió públicamente como patrimonio ideológico exclusivo. Y Bobbio normalmente se dejó querer. En 1990 recibe el Premio Pablo Iglesias, de la mano del conspicuo Alfonso Guerra. Incluso fue patrocinado, esta vez sin éxito, por los ex comunistas del Partido Democrático de la Izquierda italiano, para elevarlo a la Presidencia de la República.
En España, se le reconocen algunos provectos discípulos, todos ellos, claro está, satélites del astro socialista, como Elías Díaz y Gregorio Peces-Barba. Y al convocar en este punto el nombre del actual rector de la Universidad Carlos III, uno no puede evitar imaginar en el ejemplar que propondría la izquierda republicana de este país para ser presidente de la III República postespañola y postaznarí, en premio a su independencia e imparcialidad política, su ponderación académica y su temple dialogante. Tampoco es Peces-Barba hombre que aborrezca la lisonja y la púrpura. Lo que más conmueve de este padre putativo de la Constitución es su modestia. Acepta sin pestañear engrosar el comité de “notables” que adoctrinará y dará brillo y esplendor al candidato socialista a la Presidencia del Gobierno en las elecciones de marzo de 2004 (que falta le hace), y justifica su pertenencia al selecto equipo con estas palabras: “Rodríguez Zapatero quiere una persona que garantice” la defensa de la Constitución, “y yo desde luego creo que lo puedo garantizar”. Luego resulta que el PP es el inmovilista (ellos deben tener el baile de San Vito) y el que quiere apropiarse de la Constitución (ellos no: Peces-Barba certificará con su sola presencia que el PSOE tiene razón en todo lo que proponga y haga).
Con todo, entre maestro y adepto todavía hay diferencias. Bobbio se comportó, por lo general, con más dignidad y templanza. Y es justamente el libro que dedicó el filósofo italiano a esta segunda virtud el que me permito recomendar a quienes quieran aproximarse rectamente a su obra (Elogio de la templanza, Temas de Hoy, 1997), sorteando los clichés. De Bobbio se ha dicho que fue un perfecto representante del “socialismo liberal”, aunque no sepamos muy bien lo que quiera significarse con semejante precinto. Tal vez aluda a un oportunista matrimonio de conveniencia propiciado por ideologías desahuciadas tras la caída del Muro de Berlín que buscan pareja para darse el gusto de apalearla. Acaso no pase de ser una simple contradicción en los términos que ofende a la inteligencia menos escrupulosa, y que ya fue impugnada por el propio autor: “la fórmula de socialismo liberal es simplista y ambigua. Yo he seguido otro camino, más concreto y más apasionante: la política de los derechos” (La Stampa, 1992). Pero, sobre todo, se ha enfatizado la tesis mantenida en su librito Derecha e Izquierda (Taurus, 1995), según la cual el distintivo teórico de la izquierda política es la preocupación por reducir la desigualdad en la condición de vida de las personas.
No debería celebrar esta declaración quien más la incumple. La izquierda política preconiza, en la teoría, no tanto la igualdad como el igualitarismo, y en la práctica, sus políticas son una demostración flagrante de discriminación, privilegio e insolidaridad de unos pocos hacia la mayoría. ¿Que Bobbio avala en su obra la praxis socialista? Léase su ensayo “Iguales y diferentes”, incluido en Elogio de la templanza. Allí distingue entre igualdad como norma y como hecho. La regla sostiene que hay que tratar a los iguales como iguales y a los desiguales como desiguales. Otra cosa es la igualdad de hecho, que estaría en la base del igualitarismo: “No es en absoluto escandaloso, y no debería suscitar ninguna reacción negativa, que sean tratados de modo desigual los desiguales; sería escandaloso si los desiguales fueran tratados en modo igual y los iguales de modo distinto”. Los hombres somos, por ejemplo, iguales ante la ley, pero diferentes en función de nuestras actuaciones. He aquí un clásico fundamento del liberalismo. ¿A quién quieren engañar, pues?
El igualitarismo socializante es otra cosa. Proclama la exaltación de lo comunitario y del gregarismo y el odio por la diferencia y la excelencia individuales. Pero, como el democratismo, está de moda, y ambos son “políticamente correctos”. Nada respetan y no conocen límites, sea desde el resentimiento o desde la candidez. ¿Algún ejemplo de cómo hablan hasta bordar el disparate? “Si Corea del Norte debe ser desarmado, ¿por qué no también EEUU?”; “Cataluña o Euskadi tienen derecho a tratarse con España de igual a igual”; “El heredero de la Corona de España rechaza el ascenso al generalato porque repudia de los privilegios”… Si se habla de “socialismo liberal”, ¿por qué no de “monarquía moderna y democrática”? Y, en fin, todos somos mortales, ¿no? En efecto, la muerte es la prueba inapelable que a todos iguala. Lo que ocurre es que los espíritus libres se resisten a ser igualados antes de tiempo.