Ignacio Bosque, catedrático de Filología Hispánica en la Complutense, goza de un prestigio fuera de toda duda. Si me permiten la expresión, es un grande de la filología, y más particularmente de la gramática. Fue ponente de la Nueva gramática de la lengua española y es uno de los que hacen que la RAE, pese a todo, siga siendo la primera referencia lexicográfica y gramatical en el mundo hispánico. Y es un académico, aparte de competente, currante. También, desde luego, hay otros como él en la Docta Casa: un ramillete de sabios del idioma que permiten que la institución siga manteniendo la reputación que ha tenido desde que se creó. Ya, ya sé que hay académicos que dejan mucho que desear. No entremos en detalles. Pero, bueno, aparte de los que son elegidos por su prestigio, más o menos controvertido, en la literatura, en el periodismo, en la milicia, en el derecho o en otras ramas de la ciencia distintas a la filología, si la Academia sigue siendo lo que fue es gracias a los lingüistas que hay en ella.
Pese a escribir en Libertad Digital, no voy a entrar en el terreno de los principios liberales de si debe haber organismos del Estado (la RAE lo es, aunque no de una manera, digamos, ortodoxa) que se ocupen de regular el idioma. Ya sé que el inglés goza de excelente salud sin academias ni intervenciones. Pero lo cierto es que la Real Academia existe (el año que viene hará tres siglos), y que su autoridad suele ser ordinariamente reconocida por los usuarios de nuestra lengua, liberales incluidos.
Quienes no reconocen autoridad a la RAE son los colectivos de feministas profesionales (subvencionadas) que vienen creando oficinas de igualdad de género (subvencionadas), montando observatorios de la visibilidad de la mujer (subvencionados) y –lo que ahora nos ocupa– editando guías lingüísticas no sexistas (subvencionadísimas). Pues bien: Ignacio Bosque se ha metido en esas guías, cual héroe de Fukushima, con la sola protección de su saber filológico. El tío se ha embaulado todos los catecismos lingüísticos feministas: ha entrado en el reactor nuclear para tratar de refrigerarlo antes de que los escapes radiactivos contaminen a seres inocentes. Se ha expuesto a la radiación por todos nosotros. Un héroe, ya les digo.
Cualquiera –yo mismo, que me he leído alguna de esas guías– se habría limitado a despacharlas como lo que son: una sarta de imbecilidades. Pero es que las imbecilidades, cuando están respaldadas por los organismos del Estado y gozan de un aparato legal (y de dinerillo) que las sustenta, tienen mucho peligro. Por eso, hacía falta que alguien les plantara cara. Y ese alguien no solo ha sido un ilustre filólogo como Ignacio Bosque, sino que ha sido en pleno toda la RAE, que, aunque ya había dejado caer algunas opiniones sobre el asunto, nunca lo había hecho tan pormenorizada y claramente como ahora.
Algunos achacan al informe que, en su tercer apartado, contemporiza con ciertos postulados feministas y admite algunas ideas discutibles sobre la discriminación de la mujer. Sí, tal vez haya ahí un poco de maricomplejinismo. Pero yo creo que simplemente Bosque trató de curarse en salud y, sobre todo, de conseguir que el nutrido sector progresista de la RAE no tuviera más remedio que suscribir el documento. Como así fue: hasta Juan Luis Cebrián puso su firma. Cosas veredes.
A las feminiprogres les da igual que lo firme Cebrián o el sursuncorda, claro está. Ya han insultado a Bosque, a la Academia y a todo bicho o bicha viviente que se ha mostrado de acuerdo con él. Dicen que es una aberración contra la humanidad. Ellas –y ellos, porque hay feministos también– van a lo suyo. De la fe de género no se abjura así como así. Y ya pueden escribirse cien informes, que mientras no se les corte el grifo de la pasta, van a seguir erre que erre.
Pero hacía falta que alguien, con conocimiento, con autoridad y con ganas, se pusiera a la rigurosa labor de desmontarles la parte gramatical del chiringuito. Eso no quiere decir que, sin tanto rigor, otros no nos burlemos de la giliflautez de genéro. Como hacía el poeta satírico de esta casa, Fray Josepho, en los versos con que concluyo el artículo:
SONETA
Por el machismo atávico, al soneto
jamás se le ha dejado ser soneta;
pero hoy asume el reto este poeta
(la reta he de decir, mejor que el reto).
La reta asumo, pues. Como poeto,
en mi vido me he visto en tal aprieta;
aunque si estoy en esta vericueta,
habré de resolver el papeleto.
Que no digan de mí que soy machisto:
rechazo tal injurio –¡ni de bromo!–
con estas bellas versas, mis retoñas.
Pondré toda la empeña como artisto
en extirpar las vicias del idiomo
¡y que nadie me venga ya con coñas!