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CATALUÑA

"¡Huid del nacionalismo!"

La última carta pastoral de Román Casanova, obispo de Vich, llama a los eclesiásticos a no meterse en política. En Cataluña, esta advertencia no puede referirse más que al nacionalismo. Por desgracia, hace muchos años que la fe es instrumento del poder político en el Principado. Y las consecuencias son desoladoras.

La última carta pastoral de Román Casanova, obispo de Vich, llama a los eclesiásticos a no meterse en política. En Cataluña, esta advertencia no puede referirse más que al nacionalismo. Por desgracia, hace muchos años que la fe es instrumento del poder político en el Principado. Y las consecuencias son desoladoras.
En el siglo XIX, otro obispo de Vich, Torras y Bages, vio la causa de la decadencia española en la divinización panteísta del Estado. La purificación de la política debía iniciarse desde lo primero y más pequeño, desde la familia, desde los vínculos naturales en el ámbito regional. Por eso el regionalismo era la forma de vida social que debía estimularse. Ahora bien, el regionalismo era por esencia espiritual, y su sano desarrollo sólo sería posible mediante una fuerte influencia cristiana. Puesto que Cataluña había sido engendrada por la Iglesia en los sombríos valles pirenaicos, sólo Cristo podía restaurarla. "Cataluña será cristiana o no será", concluía el obispo.
 
Pero el patriotismo regionalista cayó en los males que trataba de sanar y degeneró en nacionalismo. Numerosos sacerdotes respaldaron la nueva doctrina pensando que contribuían al resurgimiento cristiano de Cataluña. En realidad, servían ya a una ideología que sólo apreciaba el cristianismo como instrumento y adorno de la cultura catalana, a la que debía subordinarse. Muchos cristianos se hicieron nacionalistas, después nacionalistas cristianos, y finalmente perdieron el adjetivo. Mosén Josep Armengol corrigió la divisa de Torras y Bages: "Cataluña será catalana o no será". En las mentes de no pocos católicos, una Cataluña imaginaria pasó a ocupar el puesto de Cristo.
 
Josep Antoni Duran i Lleida.Gran parte de la Iglesia catalana ha colaborado en la propagación de tal ideología. Bajo el disfraz de la defensa cultural, se introdujo el nacionalismo, por ejemplo, en el Concilio Provincial Tarraconense de 1995, que afirmó, como una consejería nacionalista más, "el uso del catalán como lengua propia de la Iglesia en Cataluña: en la liturgia, en la predicación, en la catequesis, en los medios de comunicación social", y mandó la aplicación de esta norma "a cualquier iglesia, capilla u oratorio, sea parroquial o no, incluidas las catedrales y las iglesias de religiosos". Por otro lado, las gestiones de políticos nacionalistas "católicos" como Pujol o Durán también han sido eficaces para seducir a muchos obispos. Este doble anzuelo cultural y correligionario es el que mordieron de nuevo los prelados catalanes en el asunto del nuevo Estatuto nacionalista. Ningún obispo recomendó el voto negativo a una ley que implanta el secularismo y la cultura de la muerte en Cataluña.
 
El nacionalismo ha sido aguarrás para la vida eclesiástica catalana. Véanse las extravagancias nacionalistas de Montserrat, cuyo fray Raguer tilda de provocadores a los mártires de la República, cuyo ex abad Just acude a la sede de ERC para animar a Carod tras el pacto de Perpignan y cuyo abad Soler respalda explícitamente el Estatuto laicista; o la Facultad de Teología de Cataluña, cuyo vicedecano mosén Joan Bada comparece en el Congreso junto a ERC para pedir la sustitución de la enseñanza de religión por una "Historia de las Mentalidades"; o tantos, como mosén Ramón Bas, que se niegan a predicar en la lengua de sus fieles y entregan a muchos a las sectas evangélicas.
 
Así las cosas, los jóvenes con vocación se marchan de su tierra. Cataluña ya suma sólo el 7% de los seminaristas españoles, mientras Madrid tiene menos población y alcanza el 15%. Los seminaristas menores catalanes, un 0’6% del total nacional, prácticamente se han extinguido.
 
Treinta años de sistemática ideologización nacionalista han provocado el desconcierto no sólo del clero, sino del conjunto de la sociedad catalana. Hoy, apenas el 64% de los catalanes se considera católico, sólo el 11% acude a misa semanalmente, y no llega al 50% la tasa de alumnos catalanes de Primaria que cursan religión, mientras en Madrid lo hace el 79%. Cada año se rompen en Cataluña más matrimonios de los que se celebran, de los cuales sólo el 40% son católicos, frente al 60% nacional. Y lo que es peor: casi el 25% de los abortos cometidos en España se ejecuta en Cataluña.
 
¿Y los representantes políticos? Es significativo que uno de cada cinco diputados catalanes en el Congreso no se levantara para honrar la muerte de Juan Pablo II, que el presidente de la Generalitat se cisque en la pasión de Cristo junto al Calvario y que las burlas a la Iglesia sean constantes en la televisión pública catalana. Parece como si los años de Convergencia, que se fundó en un monasterio, hubieran refundado la sociedad catalana sobre el secularismo.
 
¿Qué se deduce de este panorama? A Torras y Bages le preocupaban "los que querían formar pueblos con la eficacia de su palabra, según el ideal que se habían formado en su magín". No se equivocó. El nacionalismo ha sido el principal catalizador de la secularización de Cataluña, muchas veces impulsado por los mismos cristianos.
 
El nacionalismo es una ideología que no preserva la patria, sino que disuelve sus fundamentos espirituales y la entrega al asfixiante unitarismo. Si Cataluña ha de ser auténticamente libre, si ha de evitar su desaparición a manos del laicismo y la cultura de la muerte, el resto cristiano que todavía sobrevive allí debe escuchar un grito que ya tiene tres décadas: "¡Huid del nacionalismo!".
 
 
© Fundación Burke
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