Abundando en esto, en una colaboración especial en Cine 2000, revista gratuita que se entrega en algunas salas españolas, un autor publica (15-III-2005, pág. 25) un artículo titulado Sexo no, por favor donde se dice que "lo más triste de todo es que, a estas alturas del siglo XXI, Kinsey despierte todavía el escándalo y la ira de la sociedad usamericana...".
Claro, Kinsey nos podría haber liberado de la opresión de las normas victorianas si le hubiéramos hecho caso. En vez de eso, a pesar de que arriesgó su reputación por el bien común, la racionalidad, etcétera, le defenestramos. Una injusticia más del conservadurismo, la pacatería moral yanqui, etcétera, que ya discutimos en un artículo anterior.
Por supuesto, no importa que en 1948 y 1953, cuando se publicaron los trabajos 'Informe de la sexualidad masculina' e 'Informe de la sexualidad femenina', respectivamente, no se pudiesen publicar similares títulos en muchos otros países. Estos palurdos americanos publicaban cualquier cosa sin extremistas que decapitasen a nadie, pero no importa, no es mérito suyo, ni de la Constitución de EEUU. ¿Podríamos decir que como un 98% de la población mundial no podía ver publicados tales trabajos es que no quería permitirlos, ya al margen de que no hubiese creído los resultados?
Como no importa tampoco que hoy en día no sepamos realmente cuántos europeos contemporáneos se sentirían asqueados por las opiniones de Kinsey, el científico honrado, y dirían que sus propias experiencias no se corresponden con sus trabajos. Y no podemos saberlo porque no se deja a la gente votar sobre moralidad sexual, que son las únicas encuestas sinceras. Quien crea de verdad que la gente es como los actores, guionistas y directores de cine que producen estas versiones tan desequilibradas de la historia, está soñando.
Por último, no importa que las sensacionales noticias que generaba Kinsey le beneficiaran claramente en reputación y admiración, como reconoce el entrevistador de Bill Condon. ¿No tiene nadie curiosidad por saber cómo los "atontados" e hipócritas americanos de los 50, después de recibir tan bien a Kinsey, lo defenestraron? Es que ni se les ocurre que a lo mejor no era oro todo lo que relucía.
Conflictos de interés
Tenemos el pequeño problema de los conflictos de interés. Un señor "demuestra" que hay unas tasas de homosexualidad mayores de las pensadas, y que la homosexualidad está repartida en grados, como un continuo; es decir, no es ya aproximadamente el 10% de población la que es homosexual, es que otro porcentaje muy grande tiene algún grado de homosexualidad (o sea, bisexualidad).
Curiosamente, Kinsey es bisexual, y además, en el curso del trabajo realizado, tuvo relaciones bisexuales con los investigadores que trabajaban para él y con sus cónyuges. Hubiésemos podido decir que había un problema de autoridad sobre los becarios. O, dicho llanamente, ¿es libre uno de declinar jueguecitos y experimentos sexuales con el jefe o con otros compañeros a invitación del jefe? Pero esto no se comenta en la película. Interesante, ¿no?
Para ahondar en el argumento del conflicto de interés, supongamos que un investigador heterosexual publica ahora un informe que "demuestre" que los porcentajes de bisexuales, homosexuales, etcétera son mucho menores de los que Kinsey decía y que tiene un affaire con una colega de otro sexo. Díganme ahora, con toda la seriedad del mundo, que una película sobre este Kinsey 2005 no haría mención a este aspecto de su vida, y además desfavorablemente. Científico compromete su neutralidad con relaciones personales con colegas de investigación. Con el tiempo, de este Kinsey 2005 dirían: científico con prejuicios anti-homosexuales compromete su investigación con relaciones personales con colegas. ¿Por qué se ha silenciado este aspecto de la vida de Kinsey en la película?
Trabajo de mala calidad
No es ya la distorsión que sobre los informes se ha hecho. El problema real estriba en el abandono del criterio científico para hacer una obra pionera, desde luego, pero profundamente sesgada, cautiva de los problemas personales del director de la investigación, que, además, tenía un propósito oculto, bienintencionado, por supuesto, de dirigir la sociedad a lo que él creía era algo mejor. No lo decimos nosotros, así lo ve el propio Bill Condon, que deja claro lo que en realidad piensa de la ciencia y el método científico: "A su manera, Kinsey era un artista. Su intención era que la gente superara sus represiones y abrir la mente de la sociedad".
En su universo de estudio no sólo hay reclusos por delitos sexuales (y otros que deberían serlo). Kinsey, autoerigido en sumo sacerdote de la Ciencia, garantiza a un pederasta que abusaba de miembros de su familia y de centenares de menores que no le denunciaría, en interés del conocimiento científico, a cambio de que durante años él y sus chicos fuesen informados de sus delitos, sabiendo que seguiría cometiéndolos (de ahí los abundantes datos y la continuidad de los mismos). Para colmo, se permitió decidir que su muestra, en la que los entrevistados admiten conductas mal vistas por gran parte de la población del planeta en aquel momento, era representativa, sin valorar que esa sinceridad de los entrevistados les alejaba de la representatividad deseada.
La mayoría de la gente no admite tales prácticas. ¿Qué le hizo pensar a Kinsey que su muestra de voluntarios no introducía claramente una fuerte distorsión en la muestra elegida? El mismo hecho de hablar de lo que hablaron fuerza a mucha gente fuera de la encuesta. Pero, al revés, para los progresistas ésa es la muestra buena: "El método de trabajo de ese fascinante protagonista se basaba en entrevistas a miles de hombres y mujeres que tuvieron la valentía de destapar sus experiencias sexuales ante un grupo de médicos". ¡Vaya nivel de prueba!
Y aún peor, ni siquiera podemos determinar el grado de importancia de la distorsión, ya que Kinsey eligió un método inverificable, de informes confidenciales textuales, no de preguntas y respuestas tabulables en número de síes y noes (más el habitual NS/NC). La ya normalmente ardua tarea de tabular respuestas cortas se convierte en la más difícil aún de tratar con páginas de declaraciones tan largas como el entrevistado deseaba, donde los sujetos se "confiesan" a sus entrevistadores, traduciendo luego éstos las declaraciones a resultados computables y tratables por métodos estadísticos.
Estas debilidades inherentes al método elegido, que desde el principio se le señaló a Kinsey por parte de algunos nerviosos patrocinadores de su investigación, no obtuvieron su atención. No era, en palabras de Edward Feser, una persona que escuchara. Bueno, esto no es un defecto sólo de Kinsey, los que han hecho la película se parecen bastante: si no les interesan para sus propósitos puros, no sólo no estudiarán las evidencias, es que no les dejarán verlas.
O las alteran: la película Una mente maravillosa, sobre el profesor Nash, premio Nobel de economía, cambia las comunicaciones con extraterrestres por otras inventadas por los guionistas progres, que creyeron que sería más verosímil un funcionario de algún oscuro servicio de inteligencia (clara alusión a la opresión de la hipócrita sociedad americana de postguerra, el macartismo, etcétera). Todo un fino trabajo de transposición de sus obsesiones personales, que incluye el permiso para alterar la biografía de este brillante matemático.