Muchos han sido los que han criticado el excesivo celo intervencionista de semejante medida pero a mí, qué quieren que les diga, me parece perfectamente acorde con los tiempos. Cuando leí la noticia no me sorprendió en absoluto, ¿acaso alguien pensó que los fumadores iban a ser perseguidos con total complicidad social sin que el Estado colocara nuevas presas en su objetivo? La persecución de las drogas es la antesala de la del tabaco y del alcohol, ésta de la de la comida rápida y ésta de la de hábitos sedentarios, como llevar coche y no caminar o utilizar la bicicleta.
Lo curioso de este proceso no es la senda expansiva y la espiral intervencionista, sino la miopía de una sociedad totalmente anestesiada y complaciente que acepta de manera sumisa recortes en sus libertades. Y digo miopía por no hablar de completa ceguera en torno a todos los dislates que el Estado comete.
Si lo pensamos un momento, las competencias originales del Estado, aquellas que para muchos justifican su existencia y su razón de ser, son la defensa, la justicia y la seguridad. Uno estaría tentado a pensar que, aun por simple amor propio, la gente no habría debido consentir que el Estado se ocupara de otras tareas hasta que gestionara mínimamente bien sus primeros encargos.
Sin embargo, uno sólo tiene que observar la lamentable situación de esos tres sectores para comprobar que no ha sido así. La defensa española depende casi al completo de EEUU y la OTAN, no tenemos capacidad alguna para repeler seriamente ningún ataque exterior de cierta entereza y preparación. Los juzgados son lentos, torpes y enrevesados; muchos individuos prefieren engullirse los perjuicios de una controversia con tal de no acudir a los tribunales. Por último, la inseguridad ciudadana es cada vez más patente ante la ineficiencia de los cuerpos de seguridad.
No satisfecho con el caos generado, el Estado decidió extenderse hacia otros sectores como la moneda o las infraestructuras. Con el primero sólo ha conseguido generar una secular inflación que ha hundido el poder adquisitivo de los ciudadanos y eliminado sus ahorros. Con su diseño de las infraestructuras ha realizado pésimos y antieconómicos trazados, ha engendrado frecuentes atascos y ha encarecido los servicios hasta tal punto que en ciertas líneas el avión ya resulta más barato que el ferrocarril (y ello a pesar de que los aeropuertos siguen siendo públicos y por tanto no hay competencia en las tarifas).
Estos fracasos tampoco lograron refrenarlo y se expandió, con la aquiescencia de la mayoría de la población, hacia nuevos estadios como educación, sanidad y pensiones, esto es, el Estado de bienestar. ¿Cuál ha sido el resultado de años de dirigismo e interferencia en tales actividades? La calidad de la educación empeora año a año a la par que el fracaso escolar y el número de analfabetos funcionales. Las listas de espera colapsan la sanidad e impiden durante largos periodos de tiempo el acceso a una cura a miles de personas. Las pensiones están en quiebra técnica por lo que las futuras generaciones no percibirán aquello por lo que han contribuido coactivamente.
De nuevo, uno esperaría que antes de penetrar en nuevos ámbitos, los burócratas resolvieran el desaguisado que han generado en aquello sectores donde han metido la pata. Pero no, la huida hacia delante continúa con nuevas regulaciones sobre la vivienda, los medios de comunicación, la acogida e integración de inmigrantes o la lucha contra el consumo de drogas.
También en estos puntos el fracaso ha sido mayúsculo. El precio de la vivienda se ha disparado como consecuencias de la restricción del suelo y de la inseguridad en el mercado de alquileres, medidas que debían favorecer un urbanismo sostenible, equilibrado y justo. RTVE está quebrada y con una deuda astronómica. La pretendida integración de los inmigrantes se ha traducido en hacinamientos masivos en condiciones del todo insalubres. Y la cruzada contra las drogas no ha logrado frenar su consumo, sino que ha favorecido su encarecimiento y adulteración.
Todo esto es completamente antitético a la actuación de una empresa. Las compañías suelen comenzar a diversificarse cuando han alcanzado la máxima eficiencia en su mercado original y no pueden seguir creciendo. Es en ese momento cuando deciden aventurarse a producir otros bienes o servicios con la máxima prudencia y diligencia: cualquier error en ese nuevo mercado les puede abocar a desaparecer.
En cambio el Estado tiende a extenderse conforme peor lo está haciendo. Una de las razones, claro está, es que no necesita obtener beneficios para subsistir, basta con que suba los impuestos para financiar su ruinosa actividad. Ahora bien, ésta sólo es una parte de la explicación.
Si la ciudadanía consiente e incluso estimula tal aquelarre es porque hemos sido insuflados con el virus del socialismo. En el fondo seguimos pensando que los problemas de la sociedad son algo tan simple que puede resolverse a través de regulaciones y mandatos desde arriba. La gente consiente el Estado porque desea que se mueva, que actúe y que resuelva sus problemas.
El Estado y los políticos son conscientes de esto y cada cuatro años nos venden gruesos programas electorales con cientos de miles de propuestas para construir el paraíso definitivo. Necesitan vender humo y aparentar que no están quietos, que se preocupan por sus administrados.
Pero dado que la cantidad de regulaciones en sectores como la justicia, la educación o la vivienda es difícilmente superable, tienen que avanzar hacia otros ámbitos no regulados. Una vez han paralizado y convertido en páramos ámbitos enteros de la vida social, sienten la necesidad de buscar nuevos juguetes que ofrecer a la ciudadanía. La situación es tan grotesca que los individuos sólo son capaces de ver una paupérrima seguridad, justicia, sanidad y vivienda, pero no ven que las causas de esa miseria se encuentran en su regulación y monopolización por parte del Estado.
De hecho, muchos incautos afirman incluso que es necesario más intervencionismo para solucionar los problemas que allí aparecen. La parálisis de los sectores cautivos por el Estado transmite la impresión de que no se está haciendo nada cuando en realidad el problema es que el Estado está haciendo demasiadas cosas y obstaculiza el ejercicio de la función empresarial.
Con sus subterfugios el Estado ha logrado introducirse hasta en los ámbitos más íntimos y recónditos de nuestras vidas. Ciertas intromisiones deberían ser el acabóse; ya va siendo hora de que vaya retrocediendo.Juan Ramón Rallo es miembro del Instituto Juan de Mariana.