Grant explicaba que las subidas de precios podían ser denunciadas como propias de entidades monopolistas; las bajadas, como pruebas claras de competencia desleal; y que cuando los precios no variaban podían indicar que estábamos ante una confabulación empresarial...
En estos tiempos de crisis, observamos a ejércitos de demagogos y populistas tratando de justificar las intervenciones más injustificables con toda suerte de peregrinos argumentos. Llamativo es el caso del keynesianismo más cerril, el cual, incluso ante la inminente quiebra de muchos Estados, sigue reclamando mayores niveles de endeudamiento público para evitar la caída en una especie de neohooverismo que nos arrastre a una nueva Gran Depresión.
Por supuesto, no respetan la historia –Hoover expandió el déficit público tanto como Roosevelt hasta 1940–, ni el sentido común –uno no aconseja a un quebrado que siga endeudándose... a menos que desee rematarlo–, ni la teoría económica –durante las crisis, es necesario que el sector privado ahorre para amortizar deuda y reorganizar sus inversores–, ni la honradez intelectual: y es que son unos iluminados dispuestos a suicidarnos a todos a cambio de imponer sus dogmas políticos e ideológicos.
Llevamos más de año y medio de aplicación consciente y consistente del keynesianismo y los resultados no se ven por ninguna parte. Las pocas economías que, como la estadounidense, han comenzado a despuntar y a presentar algún dato económico esperanzador son las más flexibles, y las que se esperaba que fueran las primeras en recuperarse. En cambio, las restantes, esas a las que el estímulo debería haberlas relanzando, se están preparando para presentar... el concurso de acreedores. Ahí están los casos de Grecia y España, que en 2009, a la muy keynesiana manera, exhibieron déficits públicos por encima del 10% y se han visto abocadas, oficial o extraoficialmente, a ser rescatadas por sus colegas europeos.
Una vez han comprobado que Keynes era un lobo disfrazado de oveja, todos los países, incluso Alemania –que teme que una quiebra de España se lleve por delante su economía–, han comenzado a minorar sus déficits, especialmente a través del recorte del gasto. Y he ahí que Krugman, que sostiene que toda economía puede salir de la recesión siempre que incurra en un déficit público lo suficientemente grande, ha clamado: "Es demasiado pronto para retirar los estímulos"; y "Corremos el riesgo de volver a caer en recesión"; y "Están practicando neohooverismo"...
Es bastante lógico prever que la mayoría de los políticos, por muy irresponsables que sean, comiencen a consolidar los presupuestos de que son responsables (con perdón) cuando sólo queden dos o tres meses para la quiebra. Cuando ya nadie te presta ni confía en ti, no te queda más remedio que recortar gastos. De ahí que Krugman, más irresponsable que el más irresponsable de los políticos (salvo, quizá, los argentinos), esté jugando con las cartas marcadas: siempre podrá culpar de la magnitud de la crisis a la retirada de los planes de estímulo. Es como si llevas a un hospital a un tipo al que le han dado una paliza de muerte y, cuando falla la reanimación, culpas de la muerte a los que han tratado de salvarlo...
Así las cosas, podemos regresar a La increíble máquina de hacer pan, para extraer el limitado argumentario de un keynesiano a lo Krugman frente a una crisis que desmiente sistemáticamente sus erróneas teorías:
– Si el gasto público aumenta, se mantiene o disminuye y la economía no se recupera, es que los déficits no eran lo bastante grandes.
– Si el gasto público se reduce y la economía se recupera, hay que denunciar que la recuperación se habría producido antes de haber adoptado políticas keynesianas.
– Si el gasto público se mantiene o aumenta en unos países y se reduce en otros y los primeros no se recuperan, es que el estímulo parcial de la economía mundial terminó filtrándose, vía comercio internacional, a los países que redujeron su déficit.
– Si el gasto público aumenta y la economía se recupera, obviamente, el mérito es de las políticas keynesianas.
Parece que Krugman, después de abrazar las ideas que provocaron la quiebra del sector privado, quiere ver ahora al público en la misma tesitura.
Al final, lo único que frena al keynesianismo es el colapso; pero incluso entonces muchos dirán que el problema fue que no se despilfarró lo suficiente.
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