Desde el extranjero llamé a Jaime para felicitarle por el premio Comillas y por el libro, y de paso para excusar mi presencia, confiada, además, en que alguno de los amigos que compartimos me lo contaría con todo pormenor. Pues no. Por mucho que he preguntado a mi alrededor, resulta que, unos por estar enfermos, otros por tener que ir a otra parte, al final ninguno asistió al evento, que, por cierto, no tuvo lugar en la Residencia de Estudiantes, donde por razones obvias (vinculación familiar, colaboración laboral, etc.) supuse siempre que lo presentaría si alguna vez llegaba a terminarlo, sino en el Círculo de Bellas Artes, miren por donde.
Tampoco tuve ocasión de hacer un seguimiento posterior de la prensa pero en la invitación vi que fueron dos los presentadores; por una parte el periodista Miguel Ángel Aguilar y por otro Vicente Molina Foix quien, junto a Félix de Azúa y Javier Marías (que todavía no era un reputado novelista sino un brillante traductor literario) formaba parte de un grupito de jóvenes que le frecuentaban en Madrid durante los años ochenta, y a quienes Jaime Salinas y Juan García Hortelano llamaban "los perros", por su vitalidad y su notable propensión al discurso cosas que, según Jaime y Juan, sólo podría reprimirse con un bozal. Esta simpática anécdota supongo que no figurará en este volumen, pues veo que termina justo donde empezaron nuestras conversaciones, es decir, con la vuelta de Jaime, en 1956, a esa España de la que salió con su familia a los 11 años y de la que se había desmarcado por completo, como parece que deja muy claro a lo largo de esta primera entrega. A pesar de no ser él ni Rosa Chacel ni Vladimir Nabokov (los únicos que conozco que han escrito sobre su infancia con éxito) estoy leyendo el libro con sumo interés y tal vez, pero no les prometo nada, les diga lo que me ha parecido cuando la termine.