Estos bandidos se constituyen en gobiernos para someter permanentemente a los trabajadores, que se dedican a producir, intercambiar y crear riquezas. Los gobiernos casi siempre han nacido de las invasiones, de la muerte, la destrucción y el saqueo que infligen los vencedores a los vencidos.
A diferencia de lo que postulaba Rousseau, los gobiernos no surgen de un "contrato social", ni son establecidos por los pueblos con el fin de defender sus derechos y sus bienes, como afirmaba Locke; más bien, son el producto de la fuerza y la violencia. La Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) cambió esta trágica historia de miles de años. El ideal libertario de los revolucionarios hizo posible la Revolución Industrial y el inicio de una nueva etapa de crecimiento económico y superación de las periódicas hambrunas y pestes, la ignorancia y miseria.
Pero el advenimiento de la democracia fue una bendición a medias. Algunas naciones, las que lograron prosperar y salir del atraso, adoptaron la democracia capitalista enunciada en la Constitución de EEUU (1787), siguiendo los ideales de la Declaración de Independencia y los principios libertarios de Locke. Estas democracias son respetuosas del Estado de Derecho, las libertades individuales y los derechos de propiedad, del libre mercado y los gobiernos con escasos poderes, limitados y definidos, a los que consideran un "mal necesario".
El predominio de la filosofía política liberal que promovía el capitalismo democrático convirtió el Ochocientos en "el siglo de la libertad" y la prosperidad. Los países europeos, cuyos pueblos vivían mucho peor que en la Bolivia o el Paraguay de hoy, comenzaron a crecer y progresar. Se extendió el libre comercio y el mundo vivió una amplia globalización. Pero las ideas de Marx, Bentham, Keynes, Bismarck y otros convirtieron el siglo Novecientos en "el siglo del estatismo", con toda su carga de intolerancia, ingeniería social, planificación y despotismo, y el genocidio de más de 120 millones de personas. Según Bentham, padre del "utilitarismo", para determinar la bondad de una política o una ley no importaban las libertades y derechos, sino los beneficios y los costos.
El socialismo y utilitarismo pervirtieron la democracia capitalista, que cambió a una democracia populista no limitada por el Estado de Derecho. Su legitimidad se sustenta en la voluntad de la mayoría. Esta democracia abusiva arrastró América Latina a la violencia y la miseria. Los bandidos volvieron al Gobierno, algunos como autócratas y otros como "demócratas".
En cuestiones económicas, los dictadores muchas veces fueron mejores, porque pretendían gobernar por mucho tiempo. Trataban de asegurar una mínima salud, educación y seguridad pública y evitaban violar los derechos de propiedad, pues tenían incentivos para buscar la prosperidad de la gente: recaudar más impuestos, mantener sus clientelas políticas y enriquecerse en la función pública. En cambio, los "demócratas" rara vez se interesan por las políticas de largo plazo necesarias para sacar a los pueblos de la miseria, dado el costo político inmediato que pueden tener. Por eso aplican medidas miopes, como las nacionalizaciones, las reformas agrarias, los subsidios, el proteccionismo y la redistribución de la riqueza.
El Gobierno, para estos bandidos, es una gran "piñata" que permite financiar fraudes y comprar votos, con lo que se destruye el Estado de Derecho y se corrompen las instituciones. Necesitan robar todo lo que puedan antes de irse; igual hacían los depredadores nómadas que asediaban los pueblos al comienzo de la historia.
Los países latinoamericanos no saldrán de la desventura ancestral mientras no promuevan las instituciones esenciales de la democracia capitalista, el único sistema que ha derramado el cuerno de la abundancia sobre los pueblos.
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